Mientras la Universidad de Columbia canadiense afirma que
los argentinos somos más felices que el año pasado, algunos pajarracos vernáculos apelan a sus más perversas mañas para provocar
nuestra infelicidad. Los últimos escándalos en el Congreso y el denuncismo patológico fueron algunas de
las tretas más utilizadas para malhumorar a los desprevenidos. Lo que
desalienta es que recrudezcan. Lo que debilita es que se demoren las
desmentidas. Lo que resulta tramposo es
que muchos se queden sólo con la primera versión. Claro, la potencia de las
voces negadoras es desproporcionada. Un
grito ensordecedor que no tiene piedad con nuestros oídos. Ante la
imposibilidad de proponer una mejor manera de hacer las cosas, aturden con
tanta bulla. Bóvedas, empresas fantasma, valijas cargadísimas, dólares
viajeros, militantes siniestros. Y funcionarios inservibles, corruptos y
demoníacos que se expanden como una peste por todos los rincones del Estado. Y a pesar de todo esto, somos un poco más
felices.
Lázaro Báez se hizo famoso por las denuncias de Jorge
Lanata. Y a partir de ahí, la corrupción
K salpicó a diestra y siniestra desde la pantalla dominical del Trece y la
de sus secuaces. En la Justicia, nada de nada. Cada testigo se desdecía de lo dicho en cámara cuando estaba frente a
los jueces. La secretaria de Kirchner, Miriam Quiroga no fue la primera ni
será la única. Bóvedas, bolsos y millones y millones de billetes se
convirtieron en el eje de una telenovela escabrosa que semana a semana alimentó
la prejuiciosa indignación de los espectadores. Pero la verdad no hace mella en
los intentos destituyentes de los carroñeros por la vía del honestismo administrativo. Cuando un testigo niega su testimonio, los justicieros mediáticos aducen que fueron
amenazados o comprados. Nunca la autocrítica, jamás la disculpa. Como están
dispuestos a aniquilar al oficialismo, no se preocupan por su prestigio. La arcilla con que modelan el rating está
conformada por individuos desconfiados y amnésicos que sólo están en contra,
y quizá por eso, jamás se enteran de las versiones corregidas. Y si se enteran,
nada cambia sus humores.
El
viernes se desmoronó otro testigo estrella. Horacio Quiroga,
ex presidente de la petrolera de Báez, había afirmado en una entrevista
concedida a la revista Noticias estar presente mientras se contaban siete
millones de dólares que Néstor Kirchner había prestado al empresario sospechado.
También, que había visto la bóveda que después de las denuncias fue transformada
en bodega en la chacra del empresario. Y que la plata había llegado en una
camioneta. Cabe aclarar que contó todo esto
sólo ante los micrófonos del pasquín. Cuando estuvo ante el juez
Sebastián Casanello aseguró no conocer
la cifra ni de dónde provenía el dinero y que la bodega era bodega desde 2009 y
no desde abril de este año. Todas las pruebas
contundentes que había presentado ante el tribunal mediático se
transformaron en pamplinas ante el tribunal en serio. Pero lo más grave del
caso es que la versión revisteril tuvo también una versión legal por medio de
un acta firmada ante escribano público delante de la diputada Elisa Carrió. De
esta manera, las instituciones están al
servicio de los libelos irresponsables que no cesan de emporcar la escena.
Y por si esto fuera poco, las denuncias son gritos pero las desmentidas, apenas
susurros.
Lo
virtual no es lo real
A pesar de todos los intentos por malograr nuestro ánimo,
un informe presentado por la Universidad
de Columbia Británica de Canadá revela que los argentinos somos más felices
que un año atrás. Desde hace tres años, el profesor John Helliwell evalúa la
relación con la felicidad de los habitantes de 156 países, a partir de los
datos de la Encuesta Mundial Gallup. El
año pasado, nuestro país se ubicaba en el puesto 39 pero en éste ascendió diez
lugares. Aunque, según el propio autor, el concepto de felicidad es por
demás de subjetivo, puede medirse con indicadores que señalan una tendencia.
Las variables que se tienen en cuenta son el poder adquisitivo, expectativa de
vida, libertad para tomar decisiones, percepción de corrupción, apoyo social y
la solidaridad. Uno de los tópicos que más genera controversias es el conocido
como base país, que parece incorporar
la relación afectiva del poblador al concepto de territorialidad. Como sea, hay sólo 28 países que son más felices que
el nuestro, lo que induce a pensar que no estamos tan mal.
Y tanto es así que, a una distancia enorme de aquel
dramático comienzo de siglo, un 46 por
ciento de los argentinos está incluido en la tan diversa clase media. Por
más que muchos traten de tapar esta realidad con titulares amañados, estamos
bastante mejor. Y no por exitismo ni nada que se le parezca pero, cada tanto, hay que echar una miradita hacia ese pantano
del que tanto nos costó salir. De paso, un paseíto por la memoria más
lejana también podría ayudar. Los que superan los cuarenta años, sin demasiado
esfuerzo, no encontrarán otros diez años
en que hayamos vivido sin sobresaltos. Esto dicho no para afirmar que
estamos en el mejor de los mundos, sino para descartar que estamos en el peor. Nada
más que para eso. Nuestro país está en
reconstrucción y en este camino ya estamos disfrutando de sus buenos resultados.
Que hay mucho para corregir y profundizar, nadie lo duda. Pero éste es el mejor
sendero que hemos transitado en las últimas décadas y sería una pena
abandonarlo ante el primer atajo que nos presenten los nostálgicos de nuestros
peores recuerdos.
Y
que estemos mejor no es fruto de la casualidad: hay un plan.
Un plan, no un modelo. El modelo es un producto de laboratorio que no tiene en
cuenta la vida real. Un plan, en cambio, es un recorrido que se va amoldando a
las condiciones del camino y las trampas que puedan poner los conspiradores. Un
modelo está pergeñado por unos pocos para garantizar un disfrute inmediato pero
exclusivo, casi privilegiado. Un plan, por el contrario, alcanza metas pequeñas
pero mejor distribuidas. Un modelo es
traumático mientras el plan es gradual. El modelo viene impuesto y el país
se tiene que adaptar a sus dictámenes. El plan es propio y se adapta al país,
porque surge de sus necesidades. El
modelo beneficia a los individuos, pero el plan aspira a un triunfo colectivo.
El sábado pasado, la TV Pública y Radio Nacional
difundieron la primera entrevista concedida por La Presidenta en cuatro años. Con
el entrevistador elegido, el historiador Hernán Brienza, el espacio prometía una charla amable sin las imprudencias de la agenda
cotidiana. Una charla con la persona que oficia de Presidenta. Palabras sin ruido. “Cualquier
argentino hoy, en su situación particular personal, no digo con 2003, sino con respecto hace cinco años atrás, ¿está
mejor o no? –preguntó
Cristina- Yo creo que una gran parte de
los argentinos por suerte puede decir que está mejor. Es importante saber qué
es lo que te permite subir los peldaños de la escalera de la movilidad social
ascendente: si es un proyecto político que sostiene una macroeconomía que
permite hacer eso o qué”. Clave que muchos no comprenden o que transforman
en algo así: estamos mejor a pesar de Cristina o sin Cristina estaríamos mejor.
Nada de eso es
posible. No porque Cristina sea irreemplazable. Lo es, pero hacia el 2015 deberá dejar de serlo. Tanto ella como
Kirchner deberán convertirse en una marca que garantice la continuidad de este
proyecto, de este plan que nos ha sacado del abismo. El apoyo a todo este
recorrido debe manifestarse con votos. Quienes votaron en contra del
kirchnerismo podrían ubicarse en cajas con los siguientes rótulos: prejuiciosos, ingratos y confundidos.
Con el contenido de la primera caja, no hay nada que hacer porque siempre
estarán en contra. Los ingratos y los confundidos, en cambio, pueden provocar
un vuelco. A ellos hay que destinar
todos nuestros esfuerzos para que nos acompañen en este camino de recuperación
de un país.
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