Aunque no lo merezca, el
socialista Hermes Binner encabeza las preferencias electorales en Santa Fe.
Poco hábil, cuestiona a viejos dirigentes como si él no lo fuera. Soberbio sin
fundamento, pretende ocupar un sitial crítico como si recién llegara a la vida.
Cínico, realiza declaraciones sobre la
desigualdad en Rosario con los mismos argumentos que los más derechosos
políticos del país. Algo así como que la pobreza es un error de los pobres
que no saben cómo combatirla. Y, por
supuesto, la culpa de todo la tiene Cristina. Vale aclarar que las
migraciones desde otras provincias hacia Rosario no comenzaron ayer, sino a mediados de los ochenta, al menos de
manera masiva. Hace más de 20 años que comenzó a formarse el llamado Barrio
Toba. Y Binner era intendente de la
ciudad cuando las villas de emergencia crecían de manera alarmante. En los
noventa, muchas de ellas presentaban un cartel que decía: Bienvenida Clase Media. Y como un dato más que da por tierra con
otra de las inconsistencias del ex anestesista, de acuerdo a los datos del
último censo, la población rosarina no
ha tenido un incremento significativo desde 2001. Otro dato: el socialismo
gobierna la ciudad desde hace 18 años y nada socialista se ha hecho en el
territorio. Sólo una hermosa decoración que
oculta una desigualdad que ni él ni sus herederos se preocuparon por combatir.
Ah, claro: también es culpa de
Cristina el crecimiento de la producción sojera. Cabe preguntar si él, que apoyó sin tapujos la rebelión de los
estancieros, sería capaz de aceptar medidas gubernamentales que tiendan a
poner límites a esa explotación tan destructiva, tan angurrienta, tan endémica.
No hace falta dedicar una sola neurona a resolver este enigma. En todo caso, habría que preguntar si tiene
algún proyecto en ese sentido. Binner sostiene que las cosas pueden cambiar
sin generar conflictos. Una concepción
absurda de la política que parece conquistar los corazones de gran parte del
electorado. Cambiar las cosas sin que nadie se enoje es un imposible.
Si estas ideas provienen de
alguien que se dice progresista, la cosa es grave. Pero es recurrente. En 2008,
cuando gobernaba la provincia, también vomitaba conceptos semejantes. En
aquellos tiempos, durante un congreso de
Economía organizado por la Fundación Libertad, Binner había afirmado que "se ve en las ciudades de Rosario y
Santa Fe como están creciendo las villas miserias. Es notable la cantidad de argentinos procedentes del
Chaco que viene a Santa Fe, y esto indudablemente genera un problema social
no sustentable en la provincia de Santa Fe”. Que un socialista exponga en
un congreso organizado por la derecha económica más rancia ya provoca sorpresa.
Ahora, que sus dichos estén en
coincidencia con la ideología de los convocantes, da por tierra con su disfraz
progresista. Lo único que progresa en su ideario son las lágrimas. Si de
cocodrilo o de impotencia, el tiempo lo dirá.
Los dichos de Binner se parecen
a los del Jefe de Gobierno porteño en los tiempos del conflicto con el Parque
Indoamericano. Macri había escandalizado a la sociedad –o al menos a una parte
importante- al decir que la culpa de todo la tenía la inmigración
descontrolada. Una barbaridad verbal producida
por un exponente de la política más clasista. Que Binner se exprese en
términos similares, más que colorado, debería ponerlo tan amarillo como la fuerza que gobierna la CABA.
Los escenarios ideales no
existen y la función de los políticos es actuar sobre las situaciones reales.
Nuestra Constitución favorece el libre tránsito por todo el territorio de ciudadanos
nacionales y extranjeros que busquen mejores oportunidades de vida. El objetivo
de un gobernante, entonces, debe ser brindar esas oportunidades. O al menos
intentarlo. Más aún, en una provincia que tiene una potencialidad que la sitúa
entre las más beneficiadas del país. Esto no quiere decir que debe hacerse
cargo del déficit de gestión de las provincias limítrofes. Pero si Santa Fe es elegida como destino, algo de orgullo debería
sentir.
La Presidenta lo ha dicho desde
siempre: la mejor manera de disminuir las migraciones internas es brindar
desarrollo económico en origen. Por supuesto, la explotación sojera no aporta nada, sino todo lo contrario. Ese
debe ser el papel de todos los gobernadores: enfrentarse a los angurrientos
locales que ven en el poroto la
manera más simple de multiplicar su riqueza. Pero esto no puede quedar sólo en
manos del Gobierno Nacional. Un poco de
creatividad y compromiso viene bien para seguir avanzando.
Nunca hay que olvidar que la
pobreza no es una enfermedad, sino un resultado. La desigualdad se combate
achicando la brecha y mientras los de
abajo ascienden, los de arriba deben descender un poquito. Eso es
inevitable. Si los que más tienen quieren tener mucho más, la pobreza es una
consecuencia segura. Renunciar a sus
angurrias desmedidas podría ser un gesto patriótico. Una enseñanza de estos
años: sólo el Estado comprometido con los que menos tienen puede garantizar la
equidad. Y el Estado es mucho más que CFK. Gobernadores, Intendentes, Diputados
y Senadores también conforman el Estado. Y
la obligación de todos ellos no es colgarse de las calzas de Cristina, sino convertir este país rico pero desigual en
una Nación que nos albergue a todos. Y los que se dicen progresistas, que traten
de parecerlo. Al menos de vez en cuando.
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