Un estudio incompleto
sobre el ‘voto masoquista’
La semana pasada, dos exponentes de la política
vernácula expelieron sendos exabruptos verbales de los que tuvieron que
desdecirse. Uno es Mauricio Macri que, unos días después de declarar que éste era el gobierno más autoritario de los
últimos 50 años, reconoció que La Presidenta “siempre que la llamo me atiende”. El otro es Hermes Binner que
pidió disculpas por sus dichos sobre los migrantes en Rosario. Si bien resulta
saludable reconocer los errores, en estos casos la cuestión es diferente. Lo importante es descubrir cuál es el error
que cometieron estos dos personajes: ¿decir lo que dijeron o revelar su
pensamiento? Lo que Binner comentó sobre los cordones de pobreza en Rosario
ya lo había dicho varias veces cuando era gobernador. Por su parte, el Jefe de
Gobierno de la CABA siempre ha considerado como autoritario a este gobierno y
calificado como soberbia a CFK por su poca
predisposición al diálogo. Entonces, ¿por
qué se disculpan? ¿Por la sinceridad momentánea o por esconder lo que harían si
alguna vez tienen en sus manos la conducción del país?
El Alcalde
Amarillo también sostuvo que en los dos años que quedan para las elecciones de
2015 “hay que trabajar en conjunto, hay
que dialogar y hay que cooperar” con el Gobierno Nacional. Extraño. Ante un
régimen autoritario no se hacen estas cosas. Claro, en tiempos de la dictadura, la empresa que presidía obtuvo
excelentes ganancias cooperando y dialogando con las autoridades de facto.
En verdad, tratar de desentrañar los pensares del líder del PRO es como
zambullirse en un mar colmado de tiburones después de consumir un coctel de
alucinógenos. El bañista, no los escualos. Con su reducida verba y su poco
iluminado intelecto, logra un inexplicable encanto, un poco decadente por la
ineficiencia de su gestión. Así y todo,
sabe esconder sus más oscuras intenciones con su pose de buen muchacho.
Lo de Binner
es diferente. No se diferencia demasiado del ideario del Alcalde Amarillo, pero
su figura de residente geriátrico
consigue despertar una considerable adhesión. Sus yerros parecen justificarse
por la senectud, aunque no sean yerros sino manifestaciones inoportunas de su
subconsciente. Sin embargo, expresa un
compendio de los lugares comunes que puede compartir con sus seguidores. El
clima santafesino permite que un socialista sea tan conservador, a tal punto de
sostener que las cosas pueden ir mejor evitando todo conflicto. Pavada de
progresista que responsabiliza al pobre por su pobreza y no a los que más
tienen, que son insaciables. Por estos y muchos motivos más, ambos personajes
son peligrosos. Uno por ladino y el otro
por tibio, prometen desequilibrar el país cuando todavía no está equilibrado.
Uno seduce con su bestial cinismo y el otro engaña con su tierna fragilidad y
su firmeza ética. A pesar de las
diferencias de estilo, estos dos exponentes que aceleran los tiempos de cara a
2015 coinciden en que el país debe ser distinto al actual. Con uno o con otro,
las cosas serán peor, aunque de ninguna manera lo digan. Sin dudas, conquistan a sus electores gracias al
ocultamiento de lo que harían de ser gobierno, una artimaña muy común
cuando se está en campaña.
Pero hay un
caso que es muy curioso. El intendente de Tigre, Sergio Massa, rompe con todos
los hábitos. Mucho tiempo después de haber sido elegido como presidente, Carlos Menem confesó que si decía lo que
iba a hacer durante su gobierno, nadie lo hubiera votado. Sinceridad
tardía, después de haber prometido “la
revolución productiva” y el “salariazo”,
que jamás llegaron. Todo lo contrario fue lo que hizo el infame riojano y en diez años dejó al país servido en
bandeja para un suculento festín, que los caníbales financieros no
desaprovecharon. Ese nefasto personaje prometió a sus futuros votantes lo que sabía que no iba a cumplir y no
por imposibilidades coyunturales, sino porque no tenía intenciones de hacerlo.
Macri y Binner se encuadran en este estilo.
Y aquí entra
Massa, que expone sus intenciones sin
engaño alguno y, a pesar de eso, lidera las preferencias de los
bonaerenses. El doctor Frankenstein del amorfo
Frente Renovador conquista a su público prometiendo la eliminación de muchas
medidas de inclusión. En verdad, difícil
comprender que convenza a gran parte de los votantes, porque su arsenal
discursivo está más cargado de amenazas que de otra cosa. En sus distintas
apariciones, ya se ha mostrado a favor de re-privatizar el fútbol y volver al
régimen de capitalización jubilatoria, sistema
que sirvió más para enriquecer a los especuladores, cabe recordar. Aunque
enfatizó que no tocaría la AUH, manifiesta su oposición al reparto de las
netbooks a los estudiantes y docentes. Ahora, no cuando dos años atrás se
repartieron en la ciudad que gobierna. Que
se sepa, ningún candidato ha ganado elecciones asegurando que los ciudadanos
estarán peor con él. Nadie elige como amigo a quien promete traicionar.
El autor de
estos apuntes cree oportuno hacer una aclaración por demás de pueril, pero que
parece necesaria. Después de las PASO, algunas encuestas en boca de urna
revelaron que un porcentaje no desdeñable de votantes había optado por Sergio Massa pensando que era un candidato de Cristina.
Para esos distraídos, confundidos o manipulados: ¡MASSA NO ES CANDIDATO DE CRISTINA!, sino todo lo contrario. El
tigrense es representante del Poder Fáctico, de las corporaciones, de los
angurrientos. Y si su pose parece la de un aspirante a presidente y no de un
diputado es porque sueña con eso. No él,
sino los que lo empujan, que son los que quieren retornar a gobernar desde las
sombras. Como candidato, Massa no apela al engaño. Cada uno de sus
discursos y declaraciones conforman un
manual de instrucciones cargado de advertencias y contraindicaciones. Como
si detrás de sus palabras, el otro yo confesara: “si sos beneficiario de este modelo, si estás mejor que diez años
atrás, si querés seguir progresando en un país pujante, no me votes”.
Ya lo
sabemos. Los medios con hegemonía que
parecía en decadencia pero ya no tanto apelan a sus consabidas artimañas
para convertir a un adefesio en una belleza. O viceversa, de acuerdo a los vaivenes
de la gula. Entonces, muestran lo mejor de Massa y esconden lo peor. Difícil
explicar cómo hacen para que siempre aparezca en tapa si, dejando de lado sus conceptos de autoayuda, no dice nada bueno que
pueda destacarse. Ya sabemos que utilizan estrategias manipuladoras tan apolilladas
que nadie pensaba que podrían dar resultado. Y que pueden criticar las calzas
de Cristina hasta el hartazgo, pero si
Massa apareciera en calzas lo elogiarían hasta el empalago. No es que sean
astutos en sus estrategias comunicativas: son insistentes y poderosos. Ya
sabemos que como están exentos de cumplir con la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual continúan siendo un monstruo inadmisible. También sabemos que constituyen una nefasta
cadena de medios que pisotea el derecho a la información seria y responsable.
Lo que no
sabemos es por qué vota la gente. O mejor dicho, con qué intención vota; qué
mensaje envía a la dirigencia ¿Un
castigo? ¿Una advertencia? ¿Una presión? ¿Extorsión, tal vez? Nunca se vota
premiando un proyecto de país que nos ha sacado de la ciénaga más profunda y
pestilente de nuestra historia. Al
contrario, se vota en contra de la construcción del sueño de un país pujante y
para todos. No se entiende: como si buscáramos el castigo por haber
disfrutado por primera vez en mucho tiempo de un atisbo de bonanza; como si ya
hubiéramos alcanzado el máximo de bienestar deseable; como si quisiéramos volver al abismo para añorar tiempos mejores y
tener verdaderos motivos para quejarnos, en lugar de blandir excusas. ¿Qué
nombre usar para un voto así? ¿El voto masoquista?
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