lunes, 30 de septiembre de 2013

Senderos tenebrosos



Un estudio incompleto sobre el ‘voto masoquista’
La semana pasada, dos exponentes de la política vernácula expelieron sendos exabruptos verbales de los que tuvieron que desdecirse. Uno es Mauricio Macri que, unos días después de declarar que éste era el gobierno más autoritario de los últimos 50 años, reconoció que La Presidenta “siempre que la llamo me atiende”. El otro es Hermes Binner que pidió disculpas por sus dichos sobre los migrantes en Rosario. Si bien resulta saludable reconocer los errores, en estos casos la cuestión es diferente. Lo importante es descubrir cuál es el error que cometieron estos dos personajes: ¿decir lo que dijeron o revelar su pensamiento? Lo que Binner comentó sobre los cordones de pobreza en Rosario ya lo había dicho varias veces cuando era gobernador. Por su parte, el Jefe de Gobierno de la CABA siempre ha considerado como autoritario a este gobierno y calificado como soberbia a CFK por su poca predisposición al diálogo. Entonces, ¿por qué se disculpan? ¿Por la sinceridad momentánea o por esconder lo que harían si alguna vez tienen en sus manos la conducción del país?
El Alcalde Amarillo también sostuvo que en los dos años que quedan para las elecciones de 2015 “hay que trabajar en conjunto, hay que dialogar y hay que cooperar” con el Gobierno Nacional. Extraño. Ante un régimen autoritario no se hacen estas cosas. Claro, en tiempos de la dictadura, la empresa que presidía obtuvo excelentes ganancias cooperando y dialogando con las autoridades de facto. En verdad, tratar de desentrañar los pensares del líder del PRO es como zambullirse en un mar colmado de tiburones después de consumir un coctel de alucinógenos. El bañista, no los escualos. Con su reducida verba y su poco iluminado intelecto, logra un inexplicable encanto, un poco decadente por la ineficiencia de su gestión. Así y todo, sabe esconder sus más oscuras intenciones con su pose de buen muchacho.
Lo de Binner es diferente. No se diferencia demasiado del ideario del Alcalde Amarillo, pero su figura de residente geriátrico consigue despertar una considerable adhesión. Sus yerros parecen justificarse por la senectud, aunque no sean yerros sino manifestaciones inoportunas de su subconsciente. Sin embargo, expresa un compendio de los lugares comunes que puede compartir con sus seguidores. El clima santafesino permite que un socialista sea tan conservador, a tal punto de sostener que las cosas pueden ir mejor evitando todo conflicto. Pavada de progresista que responsabiliza al pobre por su pobreza y no a los que más tienen, que son insaciables. Por estos y muchos motivos más, ambos personajes son peligrosos. Uno por ladino y el otro por tibio, prometen desequilibrar el país cuando todavía no está equilibrado. Uno seduce con su bestial cinismo y el otro engaña con su tierna fragilidad y su firmeza ética. A pesar de las diferencias de estilo, estos dos exponentes que aceleran los tiempos de cara a 2015 coinciden en que el país debe ser distinto al actual. Con uno o con otro, las cosas serán peor, aunque de ninguna manera lo digan. Sin dudas, conquistan a sus electores gracias al ocultamiento de lo que harían de ser gobierno, una artimaña muy común cuando se está en campaña.
Pero hay un caso que es muy curioso. El intendente de Tigre, Sergio Massa, rompe con todos los hábitos. Mucho tiempo después de haber sido elegido como presidente, Carlos Menem confesó que si decía lo que iba a hacer durante su gobierno, nadie lo hubiera votado. Sinceridad tardía, después de haber prometido “la revolución productiva” y el “salariazo”, que jamás llegaron. Todo lo contrario fue lo que hizo el infame riojano y en diez años dejó al país servido en bandeja para un suculento festín, que los caníbales financieros no desaprovecharon. Ese nefasto personaje prometió a sus futuros votantes lo que sabía que no iba a cumplir y no por imposibilidades coyunturales, sino porque no tenía intenciones de hacerlo. Macri y Binner se encuadran en este estilo.
Y aquí entra Massa, que expone sus intenciones sin engaño alguno y, a pesar de eso, lidera las preferencias de los bonaerenses. El doctor Frankenstein del  amorfo Frente Renovador conquista a su público prometiendo la eliminación de muchas medidas de inclusión. En verdad, difícil comprender que convenza a gran parte de los votantes, porque su arsenal discursivo está más cargado de amenazas que de otra cosa. En sus distintas apariciones, ya se ha mostrado a favor de re-privatizar el fútbol y volver al régimen de capitalización jubilatoria, sistema que sirvió más para enriquecer a los especuladores, cabe recordar. Aunque enfatizó que no tocaría la AUH, manifiesta su oposición al reparto de las netbooks a los estudiantes y docentes. Ahora, no cuando dos años atrás se repartieron en la ciudad que gobierna. Que se sepa, ningún candidato ha ganado elecciones asegurando que los ciudadanos estarán peor con él. Nadie elige como amigo a quien promete traicionar.
El autor de estos apuntes cree oportuno hacer una aclaración por demás de pueril, pero que parece necesaria. Después de las PASO, algunas encuestas en boca de urna revelaron que un porcentaje no desdeñable de votantes había optado por Sergio Massa pensando que era un candidato de Cristina. Para esos distraídos, confundidos o manipulados: ¡MASSA NO ES CANDIDATO DE CRISTINA!, sino todo lo contrario. El tigrense es representante del Poder Fáctico, de las corporaciones, de los angurrientos. Y si su pose parece la de un aspirante a presidente y no de un diputado es porque sueña con eso. No él, sino los que lo empujan, que son los que quieren retornar a gobernar desde las sombras. Como candidato, Massa no apela al engaño. Cada uno de sus discursos y declaraciones conforman un manual de instrucciones cargado de advertencias y contraindicaciones. Como si detrás de sus palabras, el otro yo confesara: “si sos beneficiario de este modelo, si estás mejor que diez años atrás, si querés seguir progresando en un país pujante, no me votes”.
Ya lo sabemos. Los medios con hegemonía que parecía en decadencia pero ya no tanto apelan a sus consabidas artimañas para convertir a un adefesio en una belleza. O viceversa, de acuerdo a los vaivenes de la gula. Entonces, muestran lo mejor de Massa y esconden lo peor. Difícil explicar cómo hacen para que siempre aparezca en tapa si, dejando de lado sus conceptos de autoayuda, no dice nada bueno que pueda destacarse. Ya sabemos que utilizan estrategias manipuladoras tan apolilladas que nadie pensaba que podrían dar resultado. Y que pueden criticar las calzas de Cristina hasta el hartazgo, pero si Massa apareciera en calzas lo elogiarían hasta el empalago. No es que sean astutos en sus estrategias comunicativas: son insistentes y poderosos. Ya sabemos que como están exentos de cumplir con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual continúan siendo un monstruo inadmisible. También sabemos que constituyen una nefasta cadena de medios que pisotea el derecho a la información seria y responsable.
Lo que no sabemos es por qué vota la gente. O mejor dicho, con qué intención vota; qué mensaje envía a la dirigencia ¿Un castigo? ¿Una advertencia? ¿Una presión? ¿Extorsión, tal vez? Nunca se vota premiando un proyecto de país que nos ha sacado de la ciénaga más profunda y pestilente de nuestra historia. Al contrario, se vota en contra de la construcción del sueño de un país pujante y para todos. No se entiende: como si buscáramos el castigo por haber disfrutado por primera vez en mucho tiempo de un atisbo de bonanza; como si ya hubiéramos alcanzado el máximo de bienestar deseable; como si quisiéramos volver al abismo para añorar tiempos mejores y tener verdaderos motivos para quejarnos, en lugar de blandir excusas. ¿Qué nombre usar para un voto así? ¿El voto masoquista?

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