Candidatos que sólo ofrecen el pasado
Por
fin arranca el último tramo de este año electoral. Mientras los analistas
pronostican pocos cambios, los ciudadanos aspiramos a más. Lo contrario sería injusto. Y no es exagerado decirlo: este
gobierno no apeló a los recursos habituales para sacarnos del fango. El proyecto K rompió con muchos moldes y
todavía puede dar más sorpresas. Que los candidatos del FPV logren superar
los números de las PASO puede cerrar la boca de más de uno. Bocas cargadas de falsedades,
que expelen los peores alientos y quieren vernos nuevamente de rodillas. Triste
abandonar este sueño a mitad de camino. Lamentable
elegir un país normal cuando con la anormalidad
de estos años hemos logrado tanto. Anormalidad que no significa otra cosa
más que conquistar el bienestar de la mayoría. Abandonar la anomalía del kirchnerismo significaría volver a nuestros
años más oscuros. Mentira que no pasa nada si el oficialismo nacional no
conquista una victoria contundente. Ya lo vimos no hace mucho cuando las
minorías opositoras se pegotearon en el Grupo A para destruir lo que todavía no
estaba construido. Desde las usinas de
estiércol están dispuestos a someter a CFK a las angurrias del Poder Fáctico.
Y si pisotean a La Presidenta, ¿qué nos espera a los de a pie?
No
es exagerado decir que estos diez años han sido únicos. Desde el retorno a la
democracia, no hemos vivido nada igual. Por eso están tan desesperados y se
regocijan con la posibilidad de un triunfo. El éxito de sus artimañas puede significar un tropiezo insalvable.
Parece mentira que con tan poco consigan interrumpir este proyecto. Apelar a la
memoria, la conciencia y la solidaridad puede resultar redundante. Una mano en el corazón tal vez logre ayudar
en el cuarto oscuro. Si el caos virtual que inventan a diario desde los
medios consigue opacar el brillo de la realidad cotidiana, significa que no
hemos aprendido demasiado. Si a los
argentinos nos preocupa más el enojo de los poderosos que el bienestar de la
mayoría, nuestra historia será una calesita eterna. Un disco sin fin que
repite la misma canción de decepciones y caídas con algunas esporádicas
ficciones de bienestar. No podemos ser tan reiterativos, más aún cuando hemos comprobado que con poco esfuerzo conquistamos
mucha dignidad.
Y
recuperamos autoestima. ¿O queremos volver a aquellos tiempos en que creíamos
ser lo peor del mundo o que nos avergonzaba un poco reconocer nuestra
ciudadanía en el extranjero, donde nos recordaban sólo por nuestros fracasos? ¿Extrañamos en serio aquel país que tenía a
Ezeiza como única salida o el del último
que apague la luz? ¿Añoramos estar horas y horas haciendo cola para
conseguir un puesto mal pagado o una visa para huir a Europa? ¿O queremos volver a estremecernos con el
panorama de la muchedumbre revolviendo un contenedor para encontrar algo que
comer?
Y
si la memoria falla, nuestro pasado está presente en el convulsionado Primer
Mundo. Muchos de los países que antes
nos parecían horizontes, ahora se asemejan a nuestro punto de partida. Al
infierno del que salimos, para ser más claros. Españoles, griegos, italianos padecen
las carencias más elementales por una fiesta que jamás disfrutaron. Gobiernos
que ajustan y recortan para contentar a los insaciables, sin importar que los
sufrientes sean los ciudadanos. El desempleo como un número y no como la
historia de una familia condenada a la angustia de no poder subsistir. Y la malaria se contagia a otras regiones,
mientras los carroñeros del neoliberalismo multiplican sus fortunas.
Y
cruza el charco y desembarca en las tierras donde se engendró a esta bestia aborrecible.
Aunque los millones de anónimos no tengan nada que ver, por fin el Imperio padece las consecuencias de la voracidad de unos
pocos. Desde la llegada de Ronald Reagan a la presidencia, allá por 1980,
las leyes comenzaron a favorecer el
enriquecimiento de las minorías con un sistema económico cuyas ganancias se
obtienen más en la virtualidad que en la producción. Esa atrocidad está en
crisis en su propia cuna y el país más poderoso del mundo se encuentra al borde
de la quiebra. Y mientras en el Sur haya
gobiernos decididos a gobernar en beneficio de sus ciudadanos, nada nos puede
salpicar.
Pero
la tentación es muy grande y los cipayos abundan en todas las latitudes. Seres
viles que por unas caricias en el lomo son capaces de entregar la soberanía de sus
propios países, que se presentan como
candidatos portadores de lo nuevo o salvadores de las catástrofes que ellos se encargarán
de producir. Los que, con la expresión más seria que pueden esbozar,
ponderan la austeridad, exigen recortes y denuncian corrupción. La historia de
siempre: cuando los recursos no van a parar a sus arcas, sino que se distribuye
para alcanzar la equidad, denuncian corrupción, populismo o prácticas
clientelares. Y ofrecen como remedio
para una enfermedad que no padecemos el financiamiento externo, con el claro
fin de trasladar la crisis del Norte a nuestras latitudes. Ya los conocemos
por sus palabras, recitadas a lo largo del tiempo por innumerables ministros de
economía. La austeridad para la mayoría
significa el enriquecimiento de la minoría.
Muy
triste abandonar este camino porque algunos distraídos se han dejado engañar por
tretas tan recurrentes. Lamentable que algunos individuos quieran clausurar la
redistribución una vez han alcanzado algo de bienestar, dejando al resto afuera.
Personajes que creen pertenecer a una clase superior porque sus billeteras han
engordado un poco. Ilusos que, por andar
montados en un 0km se identifican con
los que no ven la hora de recuperar el control. Pacatos que prefieren la
malévola sonrisa del explotador mientras cuenta sus lingotes antes que la
franca alegría de los millones que viven con dignidad.
Unas
semanas nos separan de ese momento crucial. Un paso en falso y todo lo logrado
en esta década se convertirá, otra vez, en un buen recuerdo. Una pena, justo cuando comenzábamos a
disfrutarlo.
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