Nadie sabe qué nombre ponerle al 12 de octubre, aunque sigue siendo
feriado. Día de la raza, encuentro de culturas, diversidad cultural son las
variantes nominales de un hecho que no debería festejarse. En todo caso, podría
llamarse día del saqueo y el aniquilamiento,
para darle su justa dimensión. Si queremos conquistar otro lugar para
las culturas originarias en una patria
blanca podríamos adoptar como festivo el día de la Pacha Mama, en lugar de
la llegada de Colón. ¿Para qué tener un rojo en el calendario que nos
avergüenza celebrar? En fin, tenemos todo un año para pensar en esta
cuestión. Con lo que no tenemos demasiado tiempo es con la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual, porque ya estamos viendo las consecuencias de
tener un monstruo desenfrenado. Y la Corte Suprema de Justicia, como máxima
autoridad, tiene mucha responsabilidad en esto. Por lo que sea, sus miembros han
sido cómplices de un atropello institucional insólito desde el retorno a la
democracia. Compinches de los bravucones monopólicos: una vergüenza para
cualquier sistema judicial, salvo los que se tejen en un atroz régimen
autoritario. Una justicia corporativa que protege a las corporaciones y
pisotea a las autoridades democráticas no busca otra cosa que constituir un
Estado paralelo conformado por exponentes no elegidos por el voto popular.
Y con tanta protección, las propaladoras de estiércol y sus sicarios
están desquiciados. Con la impunidad concedida desde algunos tribunales, se
muestran obscenos, bestiales, salvajes. Irrespetuosos y destituyentes, también.
Ya no se ocupan de informar e interpretar los hechos. Las “noticias” no sólo están basadas en
alucinados inventos, sino pobladas de improperios y sospechas hacia las
legítimas autoridades nacionales. Que un periodista con discutible
predominio de audiencia especule con “nos
quieren acostar con la mina ésta” en referencia a la enfermedad de La
Presidenta significa una provocación cercana a lo pornográfico. Y sumado a eso,
la puesta en duda de la legitimidad del vicepresidente Amado Boudou para asumir
temporalmente basada en denuncias creadas por ellos mismos es, sin tapujos, un
nuevo intento destituyente. Como toda libertad, la opinión exige
responsabilidad, sobre todo cuando se difunde desde los medios, porque la
irresponsabilidad se traslada al espectador y se potencia. La cloaca
dominical de El Trece le hace mucho daño a la democracia porque sólo alimenta
prejuicios y no apunta a conformar ciudadanos comprometidos, sino todo lo
contrario. Si desde una pantalla televisiva se insulta sin pudor a los
representantes elegidos democráticamente, convalida una revuelta sin motivos,
invita al público a pensar en los mismos términos desprovistos de rigor y
mesura.
Los sicarios de la cadena hegemónica calificaron de impresentable a Boudou, aunque nada de lo que vomitan lo
justifica. Una simple paradoja: el Jefe de Gobierno porteño está a la
espera de un postergado juicio oral, procesado en serio por dos casos de
gravedad institucional, y jamás lo han llamado así. Por capacidad, gestión y
otras cosas más lo merece ampliamente, vale reiterar. En cambio, las
denuncias revoleadas sobre actos de corrupción desde esas usinas de estiércol no
han inspirado siquiera una convocatoria al ex ministro de Economía para una
declaración indagatoria, paso esencial para el inicio de una causa. Desde
el punto de vista jurídico, aún no tiene mérito siquiera para la categoría de
sospechado. Tan inocente como el más inocente de los vecinos, pero la desconfianza
sembrada durante más de un año y medio ha rendido sus frutos y se ha extendido
como una plaga entre los consumidores, tanto los desprevenidos como los
prejuiciosos. El motivo: Amado Boudou fue quien presentó el plan para
recuperar los fondos de las AFJP, que se han triplicado desde su estatización. Claro,
sacó de manos de los especuladores un negocio fenomenal y, por venganza, lo
acribillan con sus dicterios.
Pero no sólo con eso amplificaron la suspicacia. También pusieron en duda
la veracidad sobre la salud de La Presidenta o, por lo menos, sobre la
información oficial. Y también poblaron a la Fundación Favaloro de funcionarios
y familiares de Cristina que maltrataban a médicos, enfermeras, mucamas,
ordenanzas y cualquier otro ser que pasara por allí. De locos. Si fueran bien
intencionados, en lugar de contenidos periodísticos, deberían producir
comedias. Pero como no lo son, atentan contra todo lo recuperado en estos
diez años de recorrido K. Y no lo hacen por plata, pues eso les sobra, sino
de puro malvados. Tampoco porque quieran recuperar un poder apenas limado. Lo
hacen porque no soportan que el país esté mejor haciendo lo contrario de lo que
ellos quieren que se haga. Lo hacen porque les molesta la felicidad ajena.
Lo hacen porque no conocen otra forma de vida más que el vampirismo
desaforado que nos ha hundido en la miseria a principios de siglo.
Lo hacen porque hay una Justicia cómplice que se lo permite. Cuatro años
hace que el Grupo no cumple con una ley de la democracia porque un grupete de
jueces ha tomado la decisión de protegerlos. Magistrados que amparan la
ilegalidad con ostentación. Si no fuera por tanta impunidad, habríamos podido
avanzar mucho más, porque detrás de Clarín se escuda un sistema salvaje y
destructivo; un modelo de acumulación insaciable que sólo produce
desigualdad; una pandilla de grandotes que quiere evitar cualquier control
porque consideran al país como coto de caza. ¿Y por qué tanta resistencia?, se preguntará el buen lector, un
tanto distraído. Porque si Clarín adquiere dimensiones humanas, la
domesticación de las bestias será mucho más sencilla. Porque sin ese poder
enloquecedor, deberán dedicarse en serio al periodismo. Porque no podrán
condicionar a los gobiernos democráticos para que faciliten sus negociados. Y,
por último, porque están acostumbrados a que las leyes se acomoden a sus ambiciones
y lo contrario, los desespera.
Decodificar es la tarea. Interpretar sus libelos como si fueran
jeroglíficos. Si hablan de aviones es porque quieren que Aerolíneas
Argentinas vuelva a ser privada para garantizar la extinción de la línea de
bandera. Si dan excesiva cobertura a un corte de luz, es porque desalientan la
intervención del Estado en la generación de energía. Si eligen cualquier
combustible para titular, es porque quieren ver YPF en manos de depredadores
internacionales. Si critican al cine nacional y los incentivos del INCAA es
porque quieren tener en sus manos la construcción de una cultura individualista
y comercial. Si para ellos todo está mal no es porque vean el vaso medio vacío,
sino porque de un manotazo quieren sacar de la escena cualquier recipiente que
no sean sus arcas. Pero, es bueno repetir, no hacen todo esto por plata, sino
de puro malvados, de excesivamente perversos, por simple prepotencia.
A pesar de este cuadro tan inundado de oscuridad, una sola idea puede
aportar algo de luz. Jamás se han mostrado tan poco sutiles, nunca ha sido
tan fácil detectar sus trampas. Si esto ocurre es porque advierten que les
queda poca cuerda. Un poco de paciencia. En dos semanas, los argentinos
decidiremos qué camino tomar: si el de la profundización de las conquistas
de esta década o el de la restauración del modelo que tanto daño nos ha hecho
en tiempos no tan lejanos.
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