Angurrientos
y conspiradores al ataque
Ya no caben más zombis en el
Frente -anti - Renovador de Sergio Massa. Como no bastaban los Duhalde y los
Barrionuevo, ahora se suma Aldo Rico para desterrar cualquier confusión. ¿Qué más falta para convertir al intendente
de Tigre en in-votable? ¿Que venga Obama a destinarle un besito en el
ombligo? ¿Que Videla y Martínez de Hoz envíen un apoyo de ultratumba? No siempre la vida viene con tantas
explicaciones. En este caso, hay un manual de instrucciones mucho más claro
que el de cualquier aparato. Apelando a un juego de palabras predecible, este
aparato se entiende apenas uno lo ve en el escaparate. El que avisa no traiciona, diría algún abuelo. Y en el caso de Massa, abundan las leyendas de advertencia. El túnel del tiempo en versión 3D con
destino a los noventa. Aunque ahora simulen estar enfrentados, Massa representa
lo mismo que Macri: un giro al país
clasista y minoritario. Ambos son exponentes que agradan al establishment,
que serán fieles a sus intereses, que serrucharán lo recuperado en estos años. No prometen nada mejor, sino todo lo
contrario.
Algunos se dejarán llevar por
la sensación mediática de que estamos peor que nunca. Según dicen los
detractores, la corrupción galopante parece carcomer la economía. Si así fuera,
la recesión sería notoria. Imposible afirmar que en nuestro sistema político
reina la transparencia. Pero tampoco la cosa es un desmadre. En realidad, los dueños del Poder Fáctico
-conocidos ahora por la más pintoresca denominación de Círculo Rojo- hablan de corrupción cuando el dinero no va
a parar a sus bolsillos. No quiere decir esto que sus arcas se estén
vaciando. Por el contrario, han ganado como nunca. Pero quieren más. O peor: les molesta que los demás no sufran tantas
carencias. Por eso despotrican contra lo gratuito, contra lo subsidiado,
contra lo que ya no es exclusivo.
Aquí va una situación
paradójica para que todo quede más claro. De acuerdo a un estudio realizado por
la consultora W, a cargo de Guillermo Oliveto, ha habido un notorio crecimiento de los sectores medios y una
disminución de los bajos. El segmento D2 –que hoy tiene un ingreso familiar
de 2100 pesos- pasó de 22,2 por ciento en 2004 a un 15 por ciento de los
argentinos en la actualidad. El sector C3 –con ingresos de 10200 pesos- representaba
el 24,8 y ahora, el 30 por ciento. La clase media alta –C2, con 20800 pesos-
subió del 14,4 al 17 por ciento. Estos resultados surgen a partir de los
números vertidos por la Asociación Argentina de Marketing y la Sociedad
Argentina de Investigadores de Marketing y Opinión. Estas entidades estudian las posibilidades de consumo y es por eso que
se interesan en descubrir cuánto de más tienen los pobladores en sus bolsillos.
Las conclusiones deberían alegrar a empresarios y comerciantes. Alberto Guida,
titular de la Cámara de
Empresas Distribuidores y Autoservicios Mayoristas, aseguró que esperan que “el último trimestre del año sea el más
dinámico, con un crecimiento en las ventas de entre el 4 y el 5 por ciento”. A
pesar de las expectativas, este
dirigente algo angurriento pide un poco más de “libertad de mercado” y se manifestó en contra de los controles
estatales. Quizá no entienda que la bonanza de la que goza el sector es el
resultado de la intervención del Estado en la economía. Para ser más claro: el combo entre libertad de mercado y la
ausencia de controles desembocó en el desastre de 2001.
Además, la intervención del
Estado no está sólo en los controles, sino en los incentivos a casi todos los
actores económicos. Pero los montos que se destinan al crecimiento de las
industrias no deben ir a parar a la
billetera de los industriales. Para crecer, hay que reinvertir, no acumular.
Porque no sólo el Estado debe convertir en realidad la redistribución del
ingreso. “La política de desendeudamiento
y los programas de estímulo fiscal generados por el Gobierno son centrales para
enfrentar los efectos de la crisis internacional y sostener los salarios y la
distribución del ingreso”, afirmó el secretario de Política Económica, Axel
Kicillof, durante el Congreso de la Asociación de Economía para el Desarrollo
de la Argentina. “En una situación de
incertidumbre, el capital privado
suspende planes de inversión y el elemento más dinámico de la demanda privada
tiende a desaparecer, entonces el Estado en sustitución del sector privado
debe aparecer en auxilio para sostener la dignidad, la distribución del ingreso
y los niveles salariales”, afirmó, sintetizando los principios keynesianos.
Pero un poco hay que largar,
muchachos. Entre incentivos, subsidios y
aumento de precios se van a terminar llevando la mayor parte de la torta.
De una vez por todas deben entender que crecemos entre todos o nos hundimos. No
todos, por supuesto. Algunos tienen el
salvavidas incorporado y terminan flotando sobre nuestras cabezas. Por si
no se han dado cuenta los desprevenidos lectores, en los últimos tiempos,
quienes más se quejan son los que más tienen. Cuando se incendió el país por
culpa de tanta avaricia, cuando millones de argentinos padecían las más
humillantes angustias, cuando las estadísticas exhibían un cuadro social en
rojo, estaban bien calladitos. En aquel
entonces, los lamentos provenían de los que sufrían carencias vitales. Hoy, las
lágrimas brotan de los más empachados. Y nadie pide que de sus exuberantes
mansiones se muden a un caño debajo de un puente. Aunque algunos lo merecen,
como los que tenían declaradas sus lujosas casonas como terrenos baldíos. Al
menos, por un tiempo.
Peor
que los angurrientos son los conspiradores. Los que se disfrazan de
paladines de la justicia cuando en realidad son operadores de los patricios. La
opereta de los radicales en el Senado forma parte de un programa que sólo busca
agitar el ambiente. Que Morales se ofenda porque le dijeron zángano tres años atrás puede ser
comprensible, a pesar de lo extemporáneo. Pero
que el bloque en su conjunto abandone una sesión crucial ya es una
sobreactuación que vulnera el orden institucional. Claro, para los medios
dominantes la culpa de todo la tienen los imberbes, irresponsables y corruptos
de La Cámpora. Esa será la moraleja pero no el fondo del conflicto. Lo que molesta es Aerolíneas Argentinas en
manos del Estado. No importa que los privados la hayan vaciado hasta su
casi extinción. El objetivo fundamental
es embarrar su recuperación. Ahora también recrudecerá el ataque hacia los
ferrocarriles. Cualquier pequeño incidente –una ampolla o una torcedura leve de
tobillo- que protagonice un pasajero será transformado en una tragedia, con Randazzo
como único responsable.
Película que ya vimos muchas
veces. Pero algunos no advierten la repetición y reaccionan como si la vieran
por primera vez. Desmemoriados que son
capaces de volver a verla porque no recuerdan el final. Un final que nos
hizo llorar a casi todos mientras otros –los menos- frotaban sus manos antes de
contar el botín. Diez años parece mucho, pero no tanto para la amnesia. Ese final que nunca debemos olvidar no está
tan lejos como parece. Al contrario, espera a la vuelta de la esquina.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario