Si muchos de
los exponentes de la oposición dieran un paso más allá de los estudios
televisivos, se encontrarían con un panorama diferente al que sirve de
inspiración para sus dicterios. Pero no, insisten
en explotar al máximo el espacio que brindan los medios hegemónicos y elaboran
sus consignas a partir de esos contenidos. Y lo peor es que confunden
rating con intención de voto. Tal vez por eso, el Jefe de Gobierno porteño
comenzó su campaña presidencial con un novedoso instrumento: concretar
matrimonios, como si en lugar de ingeniero fuese un Juez de Paz. Al menos, de
fracasar sus intentos de mudanza a la Casa Rosada podrá emular a Roberto Galán
en su emblemático programa televisivo “Yo
me quiero casar”. Ajena a todo esto, la
senadora Gabriela Michetti está convencida de que el líder de PRO ya casi es presidente. Por eso propone
que todos se enfilen detrás de Mauricio Macri para derrotar al kirchnerismo el
año que viene. Enceguecida por su
desprecio –y temerosa de la segura derrota- lanzó un ultimátum a la
comunidad: “es República o Estado narco”,
a tono con las tendencias de la moda
informativa, para variar. Por suerte, nuestro país está muy lejos de esa
disyunción: de ser así, todos los que
simpatizamos con este proyecto con tantos logros en su haber–y promete
mucho más- estaríamos involucrados en la
comercialización de estupefacientes. Y no es así, por supuesto. Con estos
dichos, la senadora del PRO no hace más que reciclar el siempre vigente lema
sarmientino: civilización o barbarie.
Y no es lo
único que actualiza. La mirada patricia
siempre está presente en muchos de los integrantes de esa fuerza no-política.
Como los iluminados que no son, creen tener la solución para todos los
problemas del país. Gabriela Michetti, en una charla organizada en la
Legislatura porteña junto a Elisa Carrió, Julio Cobos y Ricardo López Murphy,
señaló que “el PRO es un espacio que
requiere que en 2015 muchas personas se hayan sumado”. La pretensión de ella y muchos más es conformar una nueva política de dirigentes “y no de partidos”, porque, según datos estadísticos que
sólo la senadora debe conocer, “sólo el
20 por ciento de los argentinos se ve representado por un partido”. Por
eso, su mejor propuesta es hacer
política por fuera de la política, con gente que nunca se ha dedicado a
ello.
Esta nueva idea no tiene nada de nuevo: no es
más que el sentido común que tantos estragos ha hecho en el pasado de pensar que existe una manera lógica de
resolver los problemas del país por fuera de cualquier posicionamiento
ideológico. Cuando estas propuestas prenden
en la sociedad, quienes se hacen cargo del manejo de los asuntos del Estado
son los exponentes del Poder Fáctico, que sólo quieren que todos estemos sometidos
a sus intereses. No hay que escuchar estos cantos de sirena, pues detrás de esos sones encantadores se
escudan las peores bestias, dispuestas siempre a depredar nuestros bienes.
La llegada de un milagro
Pero las
fieras angurrientas no son patrimonio exclusivo de nuestro querido país. La llegada
al gobierno de Michelle Bachelet promete
necesarias transformaciones en el vecino país y las consabidas protestas de los
destructores de siempre. El mito del milagro
que muchos aún recitan queda destruido con la desigualdad que padece gran parte
de su población. A mediados del mandato de Sebastián Piñera –el Macri
trasandino- los pobladores de Puerto Aysén, localidad ubicada a 1300 kilómetros
al sur de Santiago, solicitaron que
Argentina los adopte, debido al abandono que padecían en los servicios
esenciales. Después, las demandas estudiantiles por el acceso gratuito a una
educación de calidad terminaron por demoler el poco prestigio conseguido por el
empresario devenido a presidente con la epopeya de los 33 mineros. No es para menos: el lucro que persiguen
muchas entidades educativas deja a las familias endeudadas durante gran parte
de su vida. Por eso, muchos estudiantes han decidido seguir su carrera en
nuestro país, pues resulta más económico que pagar las cuotas que cobran.
Bachelet
inició su mandato con dos medidas que prometen enardecidas reacciones. En
primer lugar, el proyecto de reforma
impositiva despertó el enojo del embajador estadounidense en Chile, Michael
Hammer, que consideró amenazadas a las empresas de su país. En segundo lugar,
presentó un gran proyecto de reforma educacional escolar para poner fin al
lucro y establecer la gratuidad. “Sin una reforma profunda a su educación, Chile no
logrará el desarrollo”, justificó la Mandataria en el Palacio de la
Moneda. “La educación es un derecho y no
un privilegio –agregó Bachelet- el
lucro, la selección y el copago son incentivos equivocados que combinadamente
afectan la calidad y comienzan la discriminación, la segregación y la
inequidad”. Romper con el país pergeñado por el dictador Augusto Pinochet,
la rancia derecha vernácula y los Chicago
boys de los setenta costará mucho esfuerzo, pero es necesario para que todos nuestros vecinos puedan vivir con
dignidad.
En el contexto regional parece inevitable
abordar este maravilloso sendero hacia la equidad que muchos países
emprendieron. En el primer mandato de Bachelet muchas reformas quedaron en el
tintero, por esa falaz consigna de evitar los conflictos y las divisiones.
Claro, las minorías privilegiadas
pretenden que todos estemos de acuerdo en la permanencia de sus privilegios,
por más que eso nos hunda en la pobreza. Ante cualquier intento de
modificación de ese estado de las cosas, amenazan, calumnian, insultan.
Desbocados, acusan de autoritario a quien intente apenas limar sus fortunas, producto de la explotación, la especulación
y la corrupción.
Para estos avaros que se piensan patricios, sus
ideas parten del sentido común, en oposición a las propuestas reformistas,
originadas en ideologías despreciables.
Para ellos, sostener sus privilegios,
acrecentar sus ganancias a costa del padecimiento de la mayoría, someter la
democracia a sus angurrias no es ideología, sino la lógica por la que se mueve
el mundo. Pero ya están deschavados: apenas unos pocos desprevenidos se
dejarán engañar por estas nocivas consignas. Sólo un Estado comprometido con los intereses de la mayoría puede
garantizar la conquista de derechos y la consecuente equidad. Y para eso es
necesaria la existencia de políticos convencidos de que sólo las ideas pueden
transformar un mundo tan desigual. Para no olvidar: cuando un político quiere
conquistar votos negando la política, hay
que dejarlos solos porque detrás de ellos se esconden los más desaforados
vampiros.
Ernesto de LKorenzo desde Entre Ríos, Argentina, digo: excelente, totalmente afiatado a la verdad planetaria, ya no sólo nacional o regional
ResponderBorrarNo es mi pretensión abarcar tanto como la realidad planetaria porque reniego del internacionalismo. De cualquier modo, a veces, cuando uno pinta su aldea, está pintando al Mundo. Abrazo y gracias por leer mis textos.
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