La región central del país se despoja de la
humedad que la aquejaba gracias a unos leves vientos del Sur que traen un aire
invernal en medio de este primaveral otoño. Tal vez, esta transformación climática traiga un poco de coherencia al clima
político, que, de tan recalentado, parece veraniego. Que unos cuantos
trabajadores ferroviarios conviertan en noticia nacional un capricho disfrazado
de reivindicación laboral no es más que una desproporción. Más aún cuando todo el país está poniendo plata para solucionar el
problema de transporte en una porción minúscula de nuestro territorio. El
pensamiento unitario sigue primando, a pesar de que el kirchnerismo ha seguido
un sendero inusualmente federal. Muchos se sorprenderían al advertir que la
provincia de Buenos Aires, si bien es la más poblada, no es la más extensa de
Argentina. Tierra del Fuego tiene una
superficie superior a los 980 mil kilómetros cuadrados mientras el distrito
rioplatense ni se aproxima a la tercera parte de esa cifra. Causa náuseas
ver desde un avión el apiñamiento poblacional de esa provincia, en comparación
con lo desolado del paisaje patagónico. Tal vez por eso, cualquier eructo que provenga de esa mínima fracción provoca un eco
ensordecedor en la imponente Cordillera.
Que menos de cincuenta tipos alteren la vida de
miles de trabajadores no sólo es una desproporción, sino un acto de prepotencia
inadmisible, más aún cuando el Estado
está invirtiendo como nunca para mejorar el transporte ferroviario. Y
también resulta incongruente que los cacareos de un pequeño Pollo tengan tanta amplificación que se escuchan en todo el
país. Chillidos insultantes, antidemocráticos, apátridas. No hay que olvidar
que calificó de inútiles a los
integrantes del Gobierno convalidado por el 54 por ciento de los votos hace
poco más de dos años y que en las últimas elecciones consolidó su mayoría en el
Congreso. Inútiles porque no conforman
los caprichos de un dirigente sindical de poca monta. Inútiles porque no se dejan intimidar por dirigentes con actitudes
extorsivas.
Sin dudas, el principal problema es que lo que
pasa en la CABA y el área metropolitana repercute en todo el país. Tal vez en
esa excesiva concentración poblacional esté el síntoma, pues sus pobladores suponen que lo que ocurre en su entorno sucede en
todos lados. Y no es así. Por más que los dirigentes con proyección
nacional sólo mediática intenten imponer su mirada porteña a cada uno de los
argentinos.
Los exabruptos umbilicales
Un par de
semanas atrás, los medios hegemónicos y los políticos más afines a los estudios
televisivos que a los escaños parlamentarios se regodearon con el documento de
la Iglesia católica. A pesar de estar plagado de inconsistencias y
generalidades, sirvió de inspiración a
muchos titulares y comentarios que incrementaron las virtudes del documento episcopal. “Constatamos con dolor y preocupación que la Argentina está enferma de
violencia”, afirma el texto firmado por los obispos. Nunca diagnosticaron
nada así durante la dictadura, ante los secuestros, torturas y desapariciones
ejecutadas por el Estado genocida de esos tiempos. Primero, un país no puede
estar enfermo, aunque sí sus habitantes. Y
eso no se animaron a decirlo. Un país es violento porque la mayoría de sus
habitantes lo son. Y nada de eso se
percibe en nuestro entorno. De ser así, no podríamos convivir.
Un listado de episodios violentos no
puede servir para categorizar la infinidad de acciones que se producen a cada
instante y que están muy lejos de ser violentas. “Queremos
detenernos a reflexionar sobre este drama porque creemos que el amor vence al
odio y que nuestro pueblo anhela la paz”, continúa el documento que no
expresa una lectura certera sobre lo que ocurre en el país. Aunque los eclesiásticos después amplían el concepto de
‘violencia’ hacia ideas más auspiciosas, periodistas
y políticos agoreros interrumpieron la lectura para elaborar sus apresuradas intervenciones
mediáticas.
Señalar como
anomalía que “una violencia cada vez más
feroz y despiadada provoca lesiones graves y llega en muchos casos al
homicidio” deja mal parada a esta institución milenaria. La violencia siempre es feroz y despiadada,
sino, no es violencia. Y si no provoca lesiones graves y muertes, habría
que buscarle otro nombre. ¿Acaso proponen que busquemos formas no-violentas de violencia?
Sin embargo,
el documento aborda algunos puntos que pueden ser interesantes. Al menos,
brinda la posibilidad de pensar en violencias evidentes y sutiles. A pesar de incurrir en una contradicción en la misma
frase, la sensación de inseguridad
está presente en esas tres carillas que sacudieron el escenario. “La creciente ola de delitos ha ganado
espacio en los diversos medios de comunicación, que no siempre informan con objetividad y respeto a la privacidad y al
dolor”. Aunque solapado, hay un palazo sobre el clima de miedo que
construyen las propaladoras de estiércol pero, a su vez, los exponentes de la Iglesia se muestran influenciados por las ideas
mediáticas. La creciente ola de
delitos es más una conclusión inducida y apresurada que el resultado de un
análisis riguroso.
Lo que
escapa del discurso dominante sobre este problema es que consideran como
violencia no sólo los delitos, sino la
exclusión social, la privación de oportunidades, de hambre y marginación, de
precariedad laboral y “el
empobrecimiento estructural de muchos, que contrasta con la insultante
ostentación de parte de otros”. Pero más violento aún –y esto no lo dicen
los ministros de Dios- es que esa minoría no se conforma con ostentar su
riqueza, sino que lloran y conspiran
para ganar aún más. Eso sí que es violencia y de la más despreciable.
En ese
documento, los obispos apuntan hacia todos lados sin priorizar ninguno. De tan ambiguo, es funcional a cualquiera.
Por ejemplo, cuando dice que “nos estamos
acostumbrando a la violencia verbal, a las calumnias y a la mentira, que socava
la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales”. De
tan general, no involucra a nadie. O peor, involucra a todos. Y ya sabemos que cuando la culpa es de
todos, es de nadie. Si de generalidades innecesarias se trata, hacia el
final apelan al lugar común de exhortar a toda la dirigencia para que
desarrolle “un diálogo que
genere consensos y políticas de Estado para superar la situación actual”.
Pero los
políticos opositores tomaron este documento como contundentes cuestionamientos al
Gobierno Nacional. Y como en algunas de sus líneas incluye la corrupción –“tanto pública como privada”-, salieron como un coro a pedir un paso al
costado del vice Presidente Amado Boudou por la no-causa Ciccone. "Frente
a esta realidad y altura, el vicepresidente debe pedir licencia y someterse a
la Justicia hasta que la Justicia determine qué es lo que realmente pasó en
esta causa", afirmó el senador radical
Ernesto Sanz. Sorprendente: le hace ruido que Boudou siga ejerciendo su cargo
cuando aún no está imputado judicialmente, no ha sido convocado a declarar ni
se lo ha acusado de ningún delito y Sanz coquetea
con Mauricio Macri que sí debe enfrentar un juicio oral por las escuchas
ilegales. Es más, aunque no se sabe de qué se acusa a Boudou ya ha sido condenado por estos violentos
sin condena.
Lo
que no han dicho los obispos es que abandonar la política genera violencia. Si
repasamos los hechos más dramáticos de nuestro país advertiremos que esta
conclusión no es descabellada. Los que
renuncian a la política, apelan a recursos violentos. Que quede como
advertencia para todos aquellos que aspiran a apropiarse del futuro por los
medios más atroces, sean pollos o gallaretas.
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