Las declaraciones emitidas por Adrián Suar la
semana pasada prometen ir más allá de Adrián Suar. O, mejor dicho, provienen del Más
Allá. La voz de Suar es la Voz de los que quieren recuperar la voz. En
realidad, quieren volver a ser la Única
Voz. Un detalle que ha pasado desapercibido es el uso de la expresión ‘para mí’, muy común en cualquier
conversación. Un ciudadano de a pie expresa de esa manera su calidad de ‘don
Nadie’, su afirmación de ser uno más que aporta su opinión, expresa su humildad
y evita imponer una posición como algo absoluto. En cambio, cuando la utiliza
un personaje con poder ocurre todo lo contrario. El ‘para mí’ de Suar es la
imposición de la manera en que las cosas deben ser. De esta forma, sus
dichos disfrazados de consejos bienintencionados se transforman en una sentencia, en una advertencia, en una amenaza.
El ‘para mí’ de Suar es una
primerísima primera persona, una palabra
hegemónica que podría traducirse como “ojo
que esto lo digo Yo, que Soy Suar”. Entonces, cuando dice que “el actor tiene que agradar a todos”, está advirtiendo que todo actor tiene que
complacer al Poder, personificado en él.
Ya está claro, para no aburrir con tantas
traducciones, que cuando Suar y otros personajes similares cuestionan los
posicionamientos políticos y los análisis ideológicos están confesando, lisa y
llanamente, que les molesta que alguien
con cierto renombre hable bien del kirchnerismo. Y esto es así porque la
letra K ha llegado a desesperarles. Hay muchos porqués de esto que se pueden
resumir en esta idea: el kirchnerismo ha
venido a disputarles la hegemonía y no a complacer sus antojos.
Antes, el
posicionamiento ideológico del establishment se transformaba en sentido común
y por eso resultaba natural la
difusión de ideas como la libertad de mercado, la baja de impuestos, la
reducción de salarios, el achique presupuestario, entre otras delicias que angustiaron nuestra vida. El
ideario kirchnerista busca reducir ese sentido común, esa doxa, a lo que verdaderamente es: el posicionamiento ideológico de una minoría que se pretende patricia.
Una minoría que procura sostener sus privilegios a costa de pisotear derechos.
Una banda de angurrientos disfrazados de correctos republicanos. Una manada de
carroñeros que se enriquece a costa de la miseria de la mayoría. Un coro de
hipócritas que aconsejan enseñar a pescar, en lugar de regalar pescados, pero agitan el río con sus flotas pesqueras
para apoderarse de las mejores piezas. Así son, ya no quedan dudas. Y no buscan el bien del país sino el propio
beneficio.
Por eso, los medios que apuntalan esas creencias
niegan la realidad y mienten todos los días. Por eso, sus contenidos son desalentadores y sólo buscan generar desconfianza y
angustia. Desde los primeros meses de la asunción de Néstor Kirchner anuncian
un fin de ciclo que nunca llega. Y les
revienta en serio que nunca llegue, que esto quede bien claro. Una plaza
como la del domingo es la negación de eso que tanto auguran. Por eso la tapan con sus desinformadoras tapas y
difieren el núcleo de la información a su aspecto más banal: si bailó, si se
emocionó en serio, si sintonizó con el mensaje eclesiástico, si estaba
crispada, sola o angustiada. Hacia
cualquier lado disparan el foco de atención para desviar la mirada de esa plaza
poblada de emocionados, expectantes y entusiastas ciudadanos.
La voz de Suar es la voz del Poder que aconseja
a los actores que se han atrevido a expresar sus simpatías hacia el Gobierno
Nacional que sean más críticos. Algo que
muchos no hacen respecto a la gestión del Jefe de Gobierno porteño, vale
destacar. Todos los Suar están exigiendo, no una posición crítica, sino una pose criticona, como bien
enseñan los popes de los medios
hegemónicos: todo lo malo que sucede es
culpa de Cristina y lo bueno, resultado de la pura casualidad. Y esto es
porque anhelan como nunca la llegada del fin de ciclo que tanto pronostican.
Un ciclo que los enloquece porque han tenido que
esforzarse como nunca para mantener sus privilegios; un ciclo que les ha
permitido enriquecerse pero los ha dejado expuestos y también exhaustos; un ciclo que se reformula a cada paso, que
se les escapa de las manos, que se puede convertir en algo más que una anomalía.
Pero lo que más les desespera es que este ciclo no parezca en agonía. Por el
contrario, se muestra tan vital, dinámico y vigoroso como siempre. La revancha con la que tanto sueñan parece
está cada vez más lejos. Y sus siervos, de tan desorientados, ya no
saben qué hacer.
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