Esta semana
comenzó con un menú de símbolos que sería arduo reproducir, aunque tentador para comparar con la comedia de los Faunen. Si uno quisiera buscar una síntesis de
todo lo dicho en el Plenario de la Militancia y en la última Cadena Nacional de
Cristina, no hay que poner muchas neuronas en juego: éste es el único camino concreto que nos va a
llevar a la construcción de un país pujante y equitativo y es necesario
garantizar su continuidad. Para eso, es ineludible asumir la realidad de que no
será CFK la encargada de llevar este proyecto más allá de 2015. O sí, pero no
como ahora. Ella estará siempre como referente, oficiando la continuidad espiritual del sendero floreciente que comenzó
allá por 2003, cuando nadie tenía esperanzas de nada. Hoy, a pesar de los
graznidos que enloquecen nuestros oídos, y como nunca, tenemos la seguridad de
que no hay ningún abismo a la vista. El cráter
infecto provocado por los que hoy pregonan la crisis quedó atrás y, para no
volver a él, no debemos dejarnos confundir. Esta vez no podrán tentarnos con
sus armoniosos cantos, porque recordamos muy bien que nos han
hundido en el fango y nos han abandonado en el fondo.
Una de las
frases de esta semana que deberíamos convertir en póster es la que La
Presidenta pronunció entre los anuncios del lunes: “menos mal
que hay Estado en la Argentina; cada vez que el Estado se retiró, el pueblo fue
devastado”. Como también estamos recuperando una mirada más profunda de nuestra
historia, conviene aclarar que el Estado
nunca se ha retirado, sino que ha adoptado diferentes roles en cada década.
Estado destructor durante la dictadura, Estado acorralado en tiempos de
Alfonsín, Estado cómplice con el Infame Riojano y Estado títere con la Alianza,
en los primeros años de este siglo. Calificar
el Estado que estamos consolidando puede establecer la diferencia entre la
continuidad y la ruptura. Y no sólo calificarlo, sino también convencer a
los confundidos sobre su importancia. Para eso Cristina confía en los jóvenes, para que se conviertan en predicadores,
porque el kirchnerismo tiene un “inmenso
listado” de los logros de esta década.
No hace falta memorizar ningún catecismo para
repetir en la calle, en el taxi o en la cola del supermercado. Por el
contrario, eso no sería demasiado productivo. Uno puede quedar como un simple
recitador de la palabra del otro, como
pasa cuando nos topamos con un propalador de titulares o denuncias domingueras.
No es necesario apelar a la sacralidad de
la palabra K. Sólo bastan algunos datos, invocar la memoria del interlocutor y
clamar por su independencia intelectual. Si los voceros de los poderosos
grabaron a fuego la consigna de que estamos peor que antes, habrá que de-construir al individuo para
que se convierta en ciudadano. Pero, sobre todo, convencer de que más allá de
los errores, contradicciones y traiciones, este proyecto es el que más se ha
acercado al sueño de un país para todos. Y no sería conveniente abandonarlo
antes de que se convierta en realidad, porque las pesadillas de otros tiempos acechan a cada paso para atormentarnos
desde las sombras.
La palabra
necesaria
Si recitar el manual del militante K puede resultar contraproducente, también lo
será guardar silencio. Si los que provocaron nuestras anteriores crisis -y
quieren ahora reeditarla con nuevos adornos- tienen la osadía de vociferar a
los cuatro vientos, ¿por qué los consustanciados con este proyecto debemos
permanecer callados? Si ellos no tienen
la humildad de reconocer sus errores, ¿por qué los kirchneristas no pueden
resaltar sus aciertos? Errores destructivos. Errores que no son sólo
nombres que se han dejado tentar por el dinero fácil sino que incluyen un
modelo de entrega del patrimonio nacional al mejor postor.
La corrupción era la punta del iceberg del
modelo de vaciamiento, no un mal adorno sino
una de sus partes. Hoy, la corrupción no está incluida en este proyecto,
sino que es su distorsión. Las malas acciones de los individuos no deben opacar
el brillo del sendero colectivo por el que transitamos. Si las denuncias que se
revolean día a día desde las usinas opositoras terminan en condena judicial, esto no debe traducirse en un abandono de
lo andado para torcer el rumbo. En este caso, el error es un mal trago. En los noventa, el error era su substancia.
Y los aciertos de estos diez años justifican
largamente lo de la Década Ganada.
Aciertos que no deben opacarse con los errores. Una diferencia notable con los
que se amontonan en el anti kirchnerismo, que evitan plantear recorridos para recitar generalidades. Algo que se
notó mucho en la presentación de Faunen es la ausencia de palabra. Sólo un
documento burocrático que intentó dar contenido a un acto casi de farándula. Si ninguno habló fue porque no tienen nada
para decir y si no tienen palabra es porque han abandonado las ideas.
En cambio, el plenario de la militancia
realizado en el Mercado Central estuvo atravesado por ideas. Sobre todo una: garantizar la continuidad de esta
construcción colectiva y afianzar lo conquistado en esta década. Como
afirmó Carlos Zannini ante los 20 mil militantes que participaron del
encuentro, “la tarea principal no es
buscar candidatos, sino interpelarlos y empoderar a la sociedad para que cada
trabajador, cada persona, reclame sus derechos”. De acuerdo a esto, los nombres no deben importar, siempre y
cuando se comprometan a seguir recuperando derechos.
Los candidatos de Faunen que presentaron esa
coalición inestable se lamentan desde hace mucho por la existencia de una
profunda división en la sociedad. Sólo basta recordar el pueril spot de campaña
de Ricardo Alfonsín y Margarita Stolbizer, el de Argen y Tina, absurdo por
donde se lo mire. Más ridículo aún el corto de los choricitos de Binner. Algunos la llaman la grieta. “La grieta existe desde siempre porque
hay un campo nacional y un campo oligárquico, y nosotros tenemos que hacer crecer esa grieta", explicó Aníbal Fernández el domingo. “Les salió un grano en el culo”, graficará
Zannini, sin tanta sutileza. Las víctimas de ese grano no son otros que los
integrantes del Círculo Rojo, los patricios que desprecian a la muchedumbre, los miembros del grupo selecto que se creen
dueños del país; los que están desesperados para terminar de una vez y para
siempre con este insólito movimiento que se llama kirchnerismo porque dejó al descubierto su
responsabilidad en todas las crisis que hemos padecido.
“No estamos
transitando los últimos veinte meses de un fin de ciclo –advirtió el Jefe
de Gabinete, Jorge Capitanich- estamos
transitando el inicio de los veinte meses que nos darán continuidad de un
proyecto político”. Esto no es un
final, sino apenas un nuevo principio. Esto es lo que desconcierta a los
adversarios y desespera a los enemigos. Todavía hay tiempo para conquistar
nuevas voluntades, para recuperar a los extraviados, para esclarecer a los
confundidos.
El oficialismo no necesita mentir ni dibujar
para conseguir votos. En la voz de CFK
no hay promesas engalanadas, sino el futuro que se consolida día a día. O,
como dijo el lunes, “tenemos que salir no
a criticar, sino a contar lo que hicimos, lo que estamos haciendo y lo que
falta hacer todavía”. Recuperación
de derechos y de símbolos. Ninguno de los que han ocupado la presidencia
desde la vuelta a la vida democrática tiene tantos logros en su CV. Y lo
último: el miércoles reabrió Siam, una emblemática fábrica que en 2003 estaba
en ruinas. Mucha reconstrucción en el haber y muchas reconstrucciones en el debe. Eso es futuro y también, la
mejor forma de celebrar el día del trabajador, que poco a poco deja de ser una
jornada de lucha para convertirse en una fiesta. Un símbolo más en nuestra vida democrática.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario