miércoles, 5 de agosto de 2015

La rebelión de las ballenas



Ella está convencida de que quiere salvar la República y algunos –cada vez menos- creen que es así, aunque con su accionar, la está pisoteando. En realidad, ni ella sabe lo que está haciendo. El país ideal para la diputada Elisa Carrió será aquel en que ella sea presidente, juez, fiscal, periodista y también pueblo y todo desde la sala principal de su departamento. Una nación unipersonal que no hallará la paz porque se peleará con las sombras y algunos de sus fantasmas. Difícil evitar las humoradas sobre su histrionismo casi patológico, explotado al máximo por los medios hegemónicos y, sobre todo, por su media naranja periodística. Más aún cuando una ballena chapotea en las dársenas de Puerto Madero, atraída tal vez por su par teatral en el Centro Cultural Néstor Kirchner, conocido como la Ballena Azul. Ella, encerrada en su departamento sólo cuando las cámaras están encendidas, asegura que todos la quieren matar. El, Jorge Lanata –con una sola ‘T’ e inexplicablemente suelto-, vive amenazado por borrachos de fernet y casquillos de bala avejentados. Lo más importante en todo esto es la excursión de la ballena que, asqueada por tanto absurdo, decidió abandonar la CABA para internarse en el mar.
La acusación máxima que alguien puede recibir es la de asesinato y ellos la reparten a mansalva. Todos son asesinos o pueden llegar a serlo. Como ahora saben que no hacen falta valijas para sacar plata del país –sus patrones son expertos- el dúo Carrió-Lanata provee alimento para los prejuiciosos y horas de absurdos para muchos medios. Como saben que sus contenidos sólo calan hondo en una minoría, necesitan narrar un clima caótico para que sus candidatos reciban algunos porotos más en las próximas elecciones. Como presienten que la restauración neoliberal está cada vez más lejos, ponen lo poco que les queda para acortar la distancia. Como sospechan los resultados, ya no les importa la credibilidad ni el respeto por el público cautivo. Si, después de tantos años de inventos, operaciones y celadas no han logrado materializar el fin de ciclo, sólo les queda agitar la bandera blanca y someterse a la vida democrática.
Tan poca energía les queda que el hedor de sus bombas de estiércol ya no dura más que unas horas. O un poco más, en el caso de que alcance a aquellos individuos con pretensiones ciudadanas que gozan con las pestilencias que estos genios intestinales liberan ante cámaras y micrófonos. Porque hay que estar muy cómodo de aquel lado de la grieta para dar crédito a la última entrega del culebrón anti-K. Un condenado a cadena perpetua y un expulsado de la Policía devenido a empresario narco que dicen lo que ochos años atrás no dijeron y justo unos días antes de las elecciones. Dos delincuentes en un privilegiado plano discursivo porque resulta funcional a los intereses del establishment. Un tribunal dominguero que distribuye condenas instantáneas para arañar algún punto de rating y rapiñar algunos votos. Todo con el fin de que el representante del Círculo Rojo se instale en La Rosada y habilite, por fin, la venganza de los ajustadores.
La diáspora pos electoral
A esta altura del año, ya no es novedad afirmar que en los comicios de octubre se juega mucho más que un cambio de gobierno. Una bifurcación nos espera en el cuarto oscuro y el color de nuestro futuro depende de qué camino tomemos: la amable continuidad que promete Daniel Scioli o el tenebroso laberinto de Mauricio Macri. Crucial: seguir por el sendero primaveral de conquistas y recuperación de derechos o torcer hacia la otoñal senda de despojos cotidianos para enriquecer a unos pocos. Dos modelos se enfrentarán y ninguno está dispuesto a terminar en empate.
Como parece que el resultado está cantado, algunos personajes mediáticos dramatizan el futuro. Carrió, para variar, fue la que hizo punta: afirmó hace un par de semanas que, de acceder Zannini a la vice presidencia, abandonaría el país. La anfitriona de los almuerzos televisados, Mirtha Legrand, prometió algo similar, aunque sólo en aquellos días en que Daniel Scioli se tenga que ausentar de la presidencia. Y Mauricio Macri, para no ser menos, aseguró que, de perder las elecciones, se iría a vivir a Uruguay. Por supuesto, es una estrategia extorsiva destinada a aquel votante que todavía duda; un castigo pueril por meter el voto equivocado, como la abuela que amenaza al niño con terminar la visita si continúa encaprichado.
Si los argentinos nos portamos mal –si votamos al FPV- estas tres estrellas de la TV nos abandonarán para siempre. ¡Qué dilema! De un lado, los logros de estos doce años y los que vendrán; del otro, estas presencias mediáticas que no hacen más que despreciar nuestra inteligencia. Y la de ellos también, porque quieren meter miedo pero en realidad causan risa. Nadie quiere que se vayan. Aunque parezca mentira, también los necesitamos. El trabajo que tenemos por delante es monumental. Todavía quedan algunas cosas que transformar y mucha mugre para reciclar. Ellos pueden contribuir si suavizan su mirada, si cierran sus oídos a esos manipuladores inescrupulosos, si dejan aflorar los buenos sentimientos, si comprenden quiénes son los verdaderos enemigos. Ellos deben quedarse si, como dijo Macri en estos días, “el que gana gobierna, el que pierde acompaña”.  Con ellos -y muchos más- la tarea sería más fácil, si comprendieran que lo más importante es el bienestar de la mayoría y no la abundancia de una minoría.
Pero no nos ilusionemos; no harán nada de esto: ni se irán ni depondrán su actitud. Unos días en alguna playa paradisíaca con spa y moluscos masajeadores y volverán a la carga en su tarea de demonizar, obstaculizar y difamar. Después de todo, algo de color le agregan al paisaje, siempre y cuando sepamos evitar el daño cuando sus golpes apuntan muy abajo.

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