Ella
está convencida de que quiere salvar la República y algunos –cada vez menos-
creen que es así, aunque con su
accionar, la está pisoteando. En realidad, ni ella sabe lo que está
haciendo. El país ideal para la diputada Elisa Carrió será aquel en que ella sea presidente, juez, fiscal,
periodista y también pueblo y todo desde la sala principal de su departamento.
Una nación unipersonal que no hallará
la paz porque se peleará con las sombras y algunos de sus fantasmas. Difícil
evitar las humoradas sobre su histrionismo
casi patológico, explotado al máximo por los medios hegemónicos y, sobre
todo, por su media naranja periodística. Más aún cuando una ballena chapotea en
las dársenas de Puerto Madero, atraída tal vez por su par teatral en el Centro
Cultural Néstor Kirchner, conocido como la Ballena
Azul. Ella, encerrada en su
departamento sólo cuando las cámaras están encendidas, asegura que todos la
quieren matar. El, Jorge Lanata –con una sola ‘T’ e inexplicablemente suelto-, vive amenazado por borrachos de fernet y casquillos de bala avejentados. Lo más importante
en todo esto es la excursión de la ballena que, asqueada por tanto absurdo, decidió abandonar la CABA para
internarse en el mar.
La
acusación máxima que alguien puede recibir es la de asesinato y ellos la reparten a mansalva. Todos son
asesinos o pueden llegar a serlo. Como ahora saben que no hacen falta valijas
para sacar plata del país –sus patrones son expertos- el dúo Carrió-Lanata provee alimento para los prejuiciosos y horas de
absurdos para muchos medios. Como saben que sus contenidos sólo calan hondo
en una minoría, necesitan narrar un
clima caótico para que sus candidatos reciban algunos porotos más en las
próximas elecciones. Como presienten que la
restauración neoliberal está cada vez más lejos, ponen lo poco que les
queda para acortar la distancia. Como sospechan los resultados, ya no les importa la credibilidad ni el
respeto por el público cautivo. Si, después de tantos años de inventos,
operaciones y celadas no han logrado materializar el fin de ciclo, sólo les queda agitar la bandera blanca y
someterse a la vida democrática.
Tan
poca energía les queda que el hedor de
sus bombas de estiércol ya no dura más que unas horas. O un poco más, en el
caso de que alcance a aquellos individuos con pretensiones ciudadanas que gozan con las pestilencias que estos genios intestinales liberan ante cámaras
y micrófonos. Porque hay que estar muy
cómodo de aquel lado de la grieta para dar crédito a la última entrega del
culebrón anti-K. Un condenado a cadena perpetua y un expulsado de la Policía
devenido a empresario narco que dicen lo
que ochos años atrás no dijeron y justo unos días antes de las elecciones.
Dos delincuentes en un privilegiado plano discursivo porque resulta funcional a
los intereses del establishment. Un
tribunal dominguero que distribuye condenas instantáneas para arañar algún
punto de rating y rapiñar algunos votos. Todo con el fin de que el representante del Círculo Rojo se
instale en La Rosada y habilite, por fin, la venganza de los ajustadores.
La diáspora pos electoral
A
esta altura del año, ya no es novedad afirmar que en los comicios de octubre se
juega mucho más que un cambio de gobierno. Una
bifurcación nos espera en el cuarto oscuro y el color de nuestro futuro depende
de qué camino tomemos: la amable continuidad que promete Daniel Scioli o el
tenebroso laberinto de Mauricio Macri. Crucial: seguir por el sendero primaveral
de conquistas y recuperación de derechos o torcer hacia la otoñal senda de despojos cotidianos para enriquecer a unos pocos.
Dos modelos se enfrentarán y ninguno está dispuesto a terminar en empate.
Como
parece que el resultado está cantado, algunos
personajes mediáticos dramatizan el futuro. Carrió, para variar, fue la que
hizo punta: afirmó hace un par de semanas que, de acceder Zannini a la vice
presidencia, abandonaría el país. La anfitriona de los almuerzos televisados,
Mirtha Legrand, prometió algo similar, aunque
sólo en aquellos días en que Daniel Scioli se tenga que ausentar de la
presidencia. Y Mauricio Macri, para no ser menos, aseguró que, de perder
las elecciones, se iría a vivir a Uruguay. Por supuesto, es una estrategia extorsiva destinada a aquel
votante que todavía duda; un castigo pueril por meter el voto equivocado, como la abuela que amenaza
al niño con terminar la visita si continúa encaprichado.
Si
los argentinos nos portamos mal –si votamos al FPV- estas tres estrellas de la TV nos abandonarán para siempre. ¡Qué
dilema! De un lado, los logros de estos doce años y los que vendrán; del otro,
estas presencias mediáticas que no hacen
más que despreciar nuestra inteligencia. Y la de ellos también, porque
quieren meter miedo pero en realidad causan risa. Nadie quiere que se vayan. Aunque parezca mentira, también los
necesitamos. El trabajo que tenemos por delante es monumental. Todavía
quedan algunas cosas que transformar y mucha mugre para reciclar. Ellos pueden
contribuir si suavizan su mirada, si
cierran sus oídos a esos manipuladores inescrupulosos, si dejan aflorar los
buenos sentimientos, si comprenden
quiénes son los verdaderos enemigos. Ellos deben quedarse si, como dijo
Macri en estos días, “el que gana
gobierna, el que pierde acompaña”. Con
ellos -y muchos más- la tarea sería más fácil, si comprendieran que lo más
importante es el bienestar de la mayoría
y no la abundancia de una minoría.
Pero
no nos ilusionemos; no harán nada de esto: ni
se irán ni depondrán su actitud. Unos días en alguna playa paradisíaca con
spa y moluscos masajeadores y
volverán a la carga en su tarea de demonizar,
obstaculizar y difamar. Después de todo, algo de color le agregan al
paisaje, siempre y cuando sepamos evitar
el daño cuando sus golpes apuntan muy abajo.
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