Las inundaciones aguaron el clima electoral.
Afectaron el antes y opacaron el después. Mientras
en algunas regiones del país se lamenta la carencia, en otras se padece el
exceso. En las zonas más secas, el agua es cuidada, preservada, controlada
y hasta idolatrada. En las más húmedas, casi repudiada. En las primeras, hay un Estado que controla desde hace
siglos la circulación del fluido y una cultura colectiva que acompaña ese
control. En las segundas, hay estados que se debaten entre los fines colectivos y los intereses individuales, sobre todo
de los que más tienen. Como siempre, abundan las explicaciones, las excusas y
las miserias, no de los que se ven despojados de un plumazo de lo poco que
tienen, sino de los que aprovechan la
tragedia como argumento de campaña.
Que el famoso Cambio Climático está entre nosotros
ya no es una novedad. Hasta conocemos de memoria las sugerencias de los
expertos para revertirlo o, al menos, frenarlo un poco. La deforestación, la urbanización desaforada y la sobre explotación de
la tierra aparecen como los principales factores, difundidos en estudios
científicos, documentales televisivos y manuales escolares hasta el hartazgo. Sin
embargo, en los últimos años, los desmontes, el avance de la frontera sojera,
los canales clandestinos y los barrios cerrados se han convertido en epidemia. El mercado sigue dominando, a pesar de los
intentos para sofrenarlo.
Como siempre, los medios dominantes aprovechan esta
emergencia para hacer campaña para sus favoritos. Con el centralismo que caracteriza su mirada, desde hace unos días
hablan como si todo el país estuviera bajo las aguas cuando, en realidad, es
sólo una parte. Con la malicia que
orienta la lengua de sus mascarones, la culpa es del ahora denostado
gobernador Daniel Scioli. Con el
capricho que ordena este pensamiento maligno, los gobernantes de las otras
provincias afectadas –Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba- no tienen nada que ver. Con el cinismo que inspira sus
manipulaciones, tratan de convertir en héroes a los que nada hicieron para
evitar las inundaciones en la CABA en un tiempo no tan lejano.
Si los milímetros caídos servían como excusa en
aquellos titulares, en los de hoy no se tienen en cuenta. Indignados, los
voceros mediáticos del establishment reprochan a los funcionarios porque las obras realizadas no dan abasto para
reducir el daño producido por la depredación privada. Para ellos, el Estado
no debe impedir las acciones angurrientas de los empresarios inmobiliarios y
rurales, sino reparar los estragos que
dejan a su paso. Y así no es, por supuesto. El Cambio Climático no es una
causa, sino la consecuencia de
artificios que sólo benefician a unos pocos y debemos exigir a todos los
estados que orienten los pasos para evitarlos.
El maquillaje amarillo
Aunque la catástrofe impidió analizar los resultados
electorales con la calma necesaria, impulsó que algunos candidatos se calzaran
las botas de lluvia para encarar la campaña para las elecciones definitivas. Gestos histriónicos sin contenido político
y caminatas en el agua para posar ante la cámara pero nada de afrontar el
problema desde donde corresponde. Al contrario, mientras el drama revela cómo
el Mercado elude los límites, uno de los
candidatos presidenciales promete el paraíso de la libertad absoluta.
Bastante lejos del converso post balotaje, Mauricio
Macri asegura que, si llega a ser presidente, liberará al dólar para que su
cotización sea fijada por ese Mercado
que tanta desigualdad sigue propalando por el mundo. Ante los miembros del
Consejo Interamericano de Comercio –el mismo escenario en el que sus tres
economistas, Melconian, Espert y Broda, desplegaron su show neoliberal- el
Alcalde Amarillo consideró que “en estos
términos de prepotencia, de autoritarismo, no hay futuro”. Siempre es oportuno
recordar que para el establishment es
autoritario cualquier intento de contener sus angurrias y el líder del PRO
forma parte de ese selecto grupo.
Con un latiguillo que más satura que seduce, Macri
reiteró que “el
elemento central que tenemos que recuperar para combatir la pobreza es la
confianza”. Un galimatías muy conmovedor que significa ni más ni menos que la
reinstalación del modelo del derrame, tan mezquino en la distribución del
ingreso, tan nefasto para el desarrollo del país, como hemos comprobado no hace
mucho tiempo. Y para cerrar con estas frases de póster con pretensiones
políticas, pontificó que “la confianza no
se consigue mintiendo, amenazando, persiguiendo, amedrentando. Se construye
diciendo la verdad y tratando de trabajar en equipo”.
Sin embargo, tanto
él como su equipo han mentido y de
manera evidente. Con sólo evocar las volteretas discursivas que han dado
para justificar el vuelco oportunista de Macri después de las elecciones en la
CABA basta para reclamar el crecimiento de sus narices. Pero lo grave es que
promete seguir mintiendo, porque con la
libertad de mercado que pretende resucitar no se combate la pobreza, sino que
se la incrementa. Un dólar libre como un infante sin pañales reparte sus
excrementos hacia todas las latitudes. La mentira está en que no pueden
convivir la devaluación a la carta, la importación invasiva y la exportación avarienta
con empresas estatales, el crecimiento de la industria y la disminución de la
desigualdad. Todo junto es imposible y
prometerlo no es más que una estafa electoral.
Y después habla de confianza, como si fuera una fórmula mágica para solucionar todos
los problemas. No se puede confiar en quien realiza promesas incompatibles con
toda lógica. Un Estado mínimo sólo es
funcional a los intereses de una élite: de ninguna manera garantizará el
bienestar de la mayoría, como puede comprobarse con sólo revisar la historia
reciente, ésa que siempre elude o
disfraza el líder del PRO.
Si la redistribución del ingreso todavía no alcanza
a una parte de la población y son necesarios los programas asistenciales es
porque no se ha logrado contener el
individualismo de una minoría. Si una parte del país está desbordada por el
agua es por la forma egoísta en que se
concreta la explotación de la tierra. Si la enorme transformación que se
está operando en el país parece ralentizada es por la resistencia de unos pocos que se quieren quedar con todo. En
estos meses que faltan para el partido final nos sobra el tiempo para desenmascarar a estos simuladores que
todavía logran embaucar a unos cuantos incautos. Y no sólo sobra el tiempo, sino también los argumentos.
COMO APRENDO DE VOS! COSAS QUE MI IGNORANCIA NO ME PERMITIRIA SABER GRACIAS TE SIGO!
ResponderBorrarEXCELENTES PALABRAS!!!!!
ResponderBorrarOJALA SIRVAN PARA ABRIRLES LOS OJOS A ESOS POCOS CIEGOS QUE SIGUEN CREYENDO EN EL COLOR AMARILLO......
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarAsí como millones de incautos creyeron en el salariazo y la revolución productiva de Menem y despues terminaron comiendo residuos en el trueque ( si, la comida estaba hecha con restos recuperados de la basura). Hoy contamos con algunos millones de jóvenes de menos de 33 años que al igual que Jesús van a inmolarse en la cruz del pro comiéndose los versos y mentiras de Macri, que representa una forma de vida que todo joven anhela, vivir bien sin laburar, claro ellos no vivieron esa epoca, tambien hay una sarta de imbéciles desmemoriados que creen que su bienestar es producto de su habilidad de sobreponerse a situaciones adversas de esas que todos los días le propala el grupo Clarín/tn, así engañados van como vacunos al matadero, es el precio que debemos pagar por haber criado a las njevas generaciones sin valores y el ubicó valor que buscan es el celular de última generación. La campora representa a un gran sector de la juventud rescatable por que vienen de familias donde la militancia y la filosofía del peronismo es el elemento aglutinante. Pero no alcanza, los medios temerosos de una juventud con ideales los han defenestrado como si de delincuentes se tratara, en este panorama resultara trabajoso remontar resultados históricos y lograr un holgado triunfo, holgura necesaria para que no suctamos los embates que están sufriendo dilema, Correa o Bachelet. Al decir de Homero simpson todavía sirve, hay que ponerle mucho huevo
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