Alterados porque los números no cierran, los voceros del establishment presionan
para que Sergio Massa decline su candidatura presidencial. Un gesto patriótico piden al tigrense. Todos contra los K, aunque eso
signifique encuadrarse detrás de Mauricio Macri. Sólo exigen una fórmula para
ganar porque, después de diciembre, será
el Mercado el que se haga cargo de gobernar. Por eso, en esta contienda
vale todo, desde engañar al electorado con una continuidad que no será tal
hasta utilizar las redes sociales para difundir fotos trucadas. Después se
presentan como la nueva política aunque, en rigor, son los peores esperpentos del pasado con sus alforjas cargadas de viejas
tretas y un maquillaje que, de tan ajado, permite
vislumbrar el cinismo que se expresa en sus horrorosos rostros.
Los números
de las PASO demuestran que nada es como pensaban: Macri no es el salvador de la Patria ni todo el país está cansado del
kirchnerismo. Por más que Jorge Lanata insulte a los votantes desde su
programa radial, el mundo que muestran desde los medios hegemónicos tiene poco
que ver con el que experimenta el ciudadano de a pie. Más allá del histrionismo
de algunos columnistas televisivos, la
mayoría de los argentinos no percibimos ese clima catastrófico que quieren
imponer. Aunque inundaron de mentiras el permeable terreno de la opinión
pública, el Blanco de sus dicterios consiguió
un importante aval de los electores. Importante
pero no contundente, vale aclarar. Lo suficiente para calmar ansiedades y
cavilar los siguientes pasos de la campaña; para continuar con potencia por
este camino de conquistas y logros los resultados
de octubre deberán dejarlos pasmados.
Tanto como para convencerlos del vigor de la
democracia a la hora de gobernar el país; para que comprendan, de una buena
vez, que el fin colectivo es más
importante que la angurria individual; para que acaten las leyes y no
saquen ventaja de su poder de presión; para que entiendan, por fin, que el crecimiento de sus cuentas bancarias es
inversamente proporcional a su calidad de buenas personas. Los tiempos en
que el público empobrecido aplaudía las tropelías de los más enriquecidos se
terminaron. Hoy, la fuga de capitales, la evasión impositiva y la explotación
laboral han dejado de formar parte del
catálogo de picardías criollas, tan festejadas en los noventa. Ahora son
delitos que nos perjudican a todos y siempre es saludable que conozcamos a los
delincuentes.
Tanto difundir los porcentajes del trabajo informal,
los medios hegemónicos y políticos de la
oposición omiten denunciar quiénes son los que incumplen con las normas. Claro,
entre las 1345 empresas que precarizan a sus empleados deben estar muchos
anunciantes. Uno que siempre ha pensado que la informalidad abundaba en los
pequeños emprendimientos, hay alrededor
de cien firmas con más de cien trabajadores en esa situación. Y lo peor:
hay cinco empresas con más de mil empleados que están sancionadas por no
registrar a una parte de sus empleados. Menos mal que la Ley de Promoción del
Empleo Registrado aprobada el año pasado dispone incentivos, sanciones y hasta un listado de infractores que les impide
acceder a subsidios y líneas de crédito.
Nostálgicos del túnel del tiempo
¿Esto quieren cambiar los que quieren cambiar? En
los noventa, el Estado otorgaba a los
empresarios herramientas para la explotación laboral, con el vano propósito
de combatir la desocupación. Mentira, eso sólo sirvió para llenar las arcas, como todo lo que ese gobierno cómplice de
las minorías concretó a lo largo de la última década del siglo pasado. No
sólo creció el desempleo sino que los empleados debían hacer concesiones humillantes para conservar sus
puestos y poder subsistir. El “hay
una fila enorme esperando tu lugar” era la advertencia para cualquiera que
solicitara una mínima mejora. En una
economía forjada para la especulación, los trabajadores estaban de más.
Los que quieren cambiar a eso quieren volver. Cuando
proponen la apertura de las importaciones, hablan de la competitividad o se
quejan por las paritarias están
apuntando contra los trabajadores. Cuando hablan del atraso cambiario o claman
por la libertad del dólar, dirigen su
mirada hacia nuestro bolsillo. Cuando se lamentan por la libertad de
expresión, sólo quieren imponer, otra
vez, su Voz como la única mandante. Cuando protestan contra la política y piden
volver a la normalidad, están exigiendo que el Estado vuelva a ponerse de su
lado. Lo que más molesta a las minorías enriquecidas es que el dinero circulante vaya a parar a manos
que no sean las propias. Y en eso basan todo su accionar y pensar.
No les alegra que la Cepal destaque que en
Argentina, Brasil y Uruguay la
transferencia de recursos desde el Estado haya logrado disminuir la desigualdad
en un 13 por ciento. No, porque esas sumas que nutren la vida de muchos
argentinos, quedarían mejor en sus cuentas bancarias. Tampoco es motivo de
festejo para esa minoría que la desocupación en el segundo trimestre de este
año se ubique en el 6,6 por ciento, el
registro más bajo desde 1991. No, porque a ellos les molesta destinar una
parte de sus ganancias para pagar sueldos, porque lo consideran un gasto. Ellos prefieren un modelo en donde puedan
incrementar su patrimonio invirtiendo lo menos posible, por eso el ideal es
la especulación, a la que quieren volver.
Cambiar es volver
a un Estado como garante de la insaciable avaricia del Mercado, aunque eso
necesite sumergir a la mayoría en la angustiosa ciénaga de la pobreza. Y aunque
han ganado mucho en estos años, se sienten
más cómodos con el traje neoliberal que con el mameluco neo-desarrollista. Por
eso sueñan con el triunfo de su candidato favorito, el niño mimado del Establishment, un emisario que tampoco los va a
defraudar. El Jefe de Gobierno porteño y principal competidor por la
presidencia ha podido construirse como
un candidato engañoso y por eso apuestan a él.
Hasta hace un par de meses, parecía un ganador, pues
creía que su impronta opositora bastaba para conquistar los corazones
argentinos. Macri estaba convencido de que cambiar
todo era la fórmula que necesitaba para ocupar La Rosada. Pero los números –tanto
los de las encuestas como los de los resultados electorales- se convirtieron en
un balde de agua helada. Por eso el Cambiemos se transformó en un Continuemos, cuando ya era tarde para semejante voltereta. Entonces, se le vio la enagua. Continuar con muchas políticas del kirchnerismo no es compatible con el
pliego exigencias del Círculo Rojo: liberar el dólar, reducir el costo
laboral y eliminar retenciones, aranceles y cualquier tipo de carga impositiva.
Como Macri no sabe qué rostro mostrar –el neoliberal o el populista- muestra el peor: el de las viejas tretas de
la campaña sucia.
El que recurre a esas trampas no debe resultar
ganador. El castigo de las urnas debe
ser ejemplar, pero no para teñir de moralina la Democracia. La reafirmación
de este camino de logros y conquistas debe convertirse en un grito que espante a las bestias que nos quieran
retrotraer a los peores momentos de nuestra vida.
Gustavo....Todo cierto y razonable....lo expuesto.Pero llegó el tiempo de la madurez o la muerte. El votante, debe saber reconocerlos, juntos o separados
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