Según
parece, los sanguchitos de Massot deben
ser exquisitos porque han convencido a muchos diputados de votar a favor del acuerdo con los buitres y
anular dos leyes a pedido del juez Griesa. Pavada de soberanía estamos construyendo. Aunque la Revolución de
la Alegría no llegó a estas latitudes, en
Wall Street ya están celebrando porque muchos de sus operadores volverán a
tomar el mando en Argentina. Mientras tanto, el ministro de Hacienda y (muchas) Finanzas, Alfonso Prat Gay, amenaza con las duras medidas que tomará el
gobierno amarillo en caso de que el Congreso no apruebe la propuesta. En la
ahora amable y distendida mesa de Mirtha, el
funcionario denunciado por fugar divisas sin declarar aseguró que ante un
traspié legislativo “estaríamos forzados
a hacer un ajuste fiscal tremendo”. Por si alguien no comprendió, estamos rodeados por los sobornos
sandwicheros, la extorsión de los buitres y las amenazas de Prat Gay. Y
nosotros, desacostumbrados a tantos peligros, permanecemos apabullados, a la
espera del héroe que nos saque de encima a semejantes sanguijuelas.
Ni el Zorro ni Martín Fierro nos sacarán de
ésta, salvo nosotros, los héroes colectivos. Aunque no nos
hayamos dejado engañar por las hipócritas promesas de campaña, ahora somos responsables de defender el
país. Si nuestros representantes en el Congreso todavía tienen dudas sobre
cómo votar el martes es porque no están
interesados en consolidar nuestra soberanía sino en entregarnos de pies y
manos a la usura internacional. En los primeros tres meses de gobierno, Macri y
su Gran Equipo han demostrado que no tienen vocación para mejorar nuestra vida.
Todo lo que han hecho hasta ahora no ha
sido más que transferir recursos hacia los que más tienen. Y quieren
provocar una crisis fenomenal para que la sangría sea mayor.
Con
todos los medios a su servicio, los Pro pueden
mentir sin pudor porque nadie los va a incomodar. Gracias a esa antigua
estrategia, conquistaron La Rosada y gracias
a ella se mantendrán así hasta que descubramos sus embustes. Entre bocado y
bocado, Prat Gay explicó que “el tema de
los holdouts atravesó cuatro o cinco gobiernos diferentes”, pero no es así.
La deuda es vieja, pero si son ‘holdouts’, aparecen
después del canje de 2005 y no antes. Los principales litigantes compraron
bonos en default al 30 por ciento de su valor nominal sólo para especular y negociar con gobiernos dóciles o cómplices. Y
desestabilizar a los dos presidentes que supieron defender los intereses
soberanos, con el auxilio de un juez
imperial que convirtió la avaricia en inadmisibles fallos judiciales.
Pero
no fue ésta la única mentira del funcionario. En toda cena sabatina no está
demás algún absurdo lugar común.
También el empresidente lo recita y
todos sus funcionarios lo convierten en norma. Prat Gay, con la controlada calma de un timador, eructó “sin crédito no se puede crecer”. Pero no estamos discutiendo un
préstamo para inversión y desarrollo, sino
una generosa propina para la pandilla que financió parte de la campaña de
Cambiemos. Además, con el riesgo de que los bonistas comiencen a demandar
al Estado los mismos beneficios de los buitres, lo que haría de nuestra deuda un monstruo de 300 mil millones de
dólares. En ningún idioma de este planeta eso puede ser considerado crédito
y de ninguna manera nos ayudará a crecer.
Las amenazas amarillas
El
andamiaje endeudador de la Gerencia PRO se
sostiene gracias a dos falacias: que la economía argentina no ha crecido en
los últimos años y que por el conflicto con los buitres no tenemos acceso al
crédito. Durante el gobierno de Cristina, los
primeros años marcaron un crecimiento entre el 8 y el 9 por ciento. En 2009
hubo un retroceso por la crisis global hasta el 1 por ciento pero al año
siguiente repuntó a casi el 9. Después del despunte de los años siguientes
–entre el 8 y el 9 por ciento- el frente
externo nos hizo crecer menos, pero siempre entre uno y dos puntos.
Argentina ha crecido y distribuido al punto de duplicar la clase media, de acuerdo a los informes del Banco
Mundial. Los PRO, que parecen expertos en crecimiento y equilibrio, en tres meses de gobierno nos han hecho
retroceder varias décadas, con el doble de inflación, récord en fuga de
divisas, despidos y caída de un 10 por ciento de compras en supermercados.
Pero
la gran mentira es la segunda, que Argentina no tiene acceso al crédito.
No sólo son mendaces, sino ingratos. De acuerdo a la nota Plan B de David Cufré publicada en Página/12, durante los años del
kirchnerismo, gran parte de las obras de
infraestructura y desarrollo fueron financiadas por organismos multilaterales
de crédito, como el Banco Mundial, el BID, el Banco Nacional de Desarrollo
de Brasil y el Banco Popular de China. Además, como parte de la pesada herencia, La Presidenta dejó pactado créditos por unos 30 mil millones de dólares
para continuar con un enorme plan de obras públicas, paralizado ahora para crear la sensación de crisis. Créditos mucho
más beneficiosos que los que el Gran Equipo podrá conseguir en la banca privada
para favorecer a los buitres.
Aunque
digan lo contrario desde todos los micrófonos y por la cadena nacional de los
grandes medios, Argentina no está en default ni en crisis y no necesita medidas
drásticas para seguir su curso. Si ahora
empezamos a estar mal es por el mero capricho de aplicar las recetas
destructivas que hacen fracasar a cualquier país. El ajuste que se está
haciendo no era necesario desde el punto de vista económico, pero sí desde el ideológico, además de ser
una manifestación de poder autoritario, legal pero ilegítimo, consensuado pero
menguante. El empresidente amenaza con
hiperinflación o ajuste si no acordamos con los buitres. Hermoso panorama
nos presenta el Cambio de los globitos: endeudamiento
fenomenal, hiperinflación o ajuste bestial. ¿No empiezan a extrañar un
poquito a Cristina, que sólo interrumpía la telenovela para alguno de sus
ilustrativos discursos?
Encima,
se dan todos los gustos: liberan el dólar y el comercio exterior, devalúan,
eliminan retenciones, derogan leyes por decreto, le regalan el fútbol, la telefonía y las netbooks a Clarín,
persiguen periodistas y en lugar de reducir el número de afectados por el
impuesto a las ganancias, hacen pagar a
los que no pagaban. Y como frutilla del postre, después de años de destilar
veneno sobre el tema, suspenderán a
partir de septiembre las moratorias para las personas en edad de jubilarse
sin aportes o con aportes incompletos. El
gran orgullo de incluir se convirtió en la avaricia de excluir.
En
unos meses, aquellos trabajadores informales o estafados por sus patrones deberán bregar hasta el último suspiro
porque el Estado se ha convertido en una gran empresa. Después vendrá una ley,
en un par de años, para encuadrar el sistema. Pero hay un ‘mientras tanto’ que no contemplan, que no les importa.
Los que nos iban a cuidar, los que no nos iban a sacar nada, los que
emocionaban a sus seguidores con el “sí, se puede”, dejan a los más viejos en la desprotección. Todavía están a tiempo
de renovar la moratoria hasta que se apruebe la ley pero, como no tienen corazón sino calculadora, buscarán la manera de
justificar esa barbaridad.
De acuerdo a las encuestas, la simpatía aún es mayoritaria, aunque el
pesimismo la salpique. ¿Cuántos minutos tendrán que pasar para que los
espectadores adviertan que esta peli ya la vimos? ¿Cuántos dramas deberemos presenciar hasta comprender que hemos
extraviado el camino? ¿Hasta dónde nos llegará el estiércol cuando muchos
conciudadanos comiencen a sentirse estafados? ¿En qué condiciones estaremos
cuando los amarillos huyan, después de
haber destruido un país que estaba en vías de recuperación?
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