Un gobierno
surgido de las urnas debe buscar el bien
de todos los ciudadanos o al menos de la mayoría. Si no lo hace, en poco
tiempo perderá el consenso que le permitió el triunfo. Ahora, ¿qué pasa cuando ni siquiera busca ese bien
o cuando todo lo que decide perjudica a muchos? Salvo que medien
catástrofes climáticas o imponderables geopolíticos, ese gobierno perderá su legitimidad. O debería perderla a no ser
que una grave amenaza en el horizonte
obligue a los ciudadanos a abrazarse a ese mal menor del presente o que un poderoso encantamiento mantenga alelado
el buen entender de los pobladores. Por las dudas, el Gran Equipo apela a
las dos tretas: los peligros de la vuelta de Cristina y el escudo protector de los
medios hegemónicos. En esto los Amarillos basan su potencial electoral
porque si es por lo que dicen o lo que hacen, parece que ni se han enterado que están en campaña.
Mientras los
candidatos de la oposición lanzaron sus propuestas en actos públicos, los del
PRO recurren a los clásicos timbreos, aunque el éxito de antaño se esté
transformando en un penoso ring-raje. Claro, tienen pocos logros que
enumerar. ¿Qué van a decir a los vecinos
de los barrios humildes, que eliminaron las retenciones de los agrogarcas,
que los especuladores ganan un 27 por
ciento de sus apuestas con las Lebac,
que la eliminación del cepo cambiario permitió que muchos fugadores estén de fiesta a la vez que endeudan al país? ¿O
van a poner como logro la transferencia
de ingresos que vulneró el poder adquisitivo de los salarios o que la
importación indiscriminada sin aranceles está
destruyendo la producción nacional y los empleos? No, lo único que pueden
hacer es escuchar y prometer; poner cara de preocupación y decir que todo se solucionará; con simulada
seriedad, sembrarán la esperanza en un derrame mágico que remediará todo; con el emoticón más amable del menú,
posarán una mano sobre el hombro del impaciente
vecino y recitarán una frase de película al estilo de “todo saldrá bien” o “juntos
saldremos de ésta”.
Consuelos que están muy lejos de los
anhelos que el economista PRO,
Miguel Boggiano escribió en un tuit: “deseo
que venga una crisis peor que 2001 para que Argentina achique el estado, los
impuestos y los sindicatos. Por las
buenas nunca se dará”. En esto se nota que estos tipos nunca han padecido siquiera una salpicadura
de barro después de una lluvia. Esta es la situación ideal pergeñada por el
Nobel de Economía, Milton Friedman, el padre del neoliberalismo: provocar un shock en la sociedad para que
acepte los ajustes más brutales y renuncie a sus más esenciales derechos. El
mensaje de este impresentable apologista del macrismo exhibe varias
posibilidades de interpretación: un
kamikaze como distracción, un experimento para evaluar la respuesta o un
sincericidio inoportuno.
Nada de esto es un error
Muchas veces, el empresidente Macri ha declarado que,
desde el inicio de su gestión, habla
desde y con la verdad. A pesar de que a veces se le escapa el discurso demagógico
de 2015, sus decisiones no mienten.
Hasta en esta campaña legislativa anuncia que después de octubre habrá un ajuste mayor y que la suspensión de los
convenios colectivos de trabajo está en la mira. Si la devaluación, los
despidos y el incremento de los precios significaron una transferencia de ingresos monstruosa hacia los sectores más ricos,
lo que se viene no será distinto. Si una garrafa de 10 kilos de gas pasó de
menos de 50 pesos antes de La Revolución de la Alegría y ahora sale más de 200,
no es producto de un error sino el
resultado de la normalización del
país. Y si reducen en un punto el impuesto a los bienes personales y además
devuelven lo recaudado en 2015, no es
porque alguien eligió mal un botón.
Así lo quieren: empachar al hartamente satisfecho y empobrecer
más al que no tiene casi nada. Alguna vez, los que están apoltronados en la
punta de la pirámide, de tan llenos, vomitarán
un poco del excedente para que los amontonados
de abajo sientan que los sacrificios de años no han sido en vano. Como el
vómito es muy mezquino, los de abajo disputarán por atrapar algunas gotas, brindando un divertido espectáculo para los que están bien arriba. “Si quieren más, hagan nuevos sacrificios”, gritan
los menos y los más trabajan más horas
por menos dinero que les alcanza cada vez para menos porque la vida cuesta más. Y después de un
tiempo prudencial o cuando las cosas allá abajo se estén caldeando, vomitarán lo mismo o un poco menos, aunque
hayan comido mucho más que antes.
Esto no es nada
nuevo ni oculto. Lo llaman modelo del derrame o efecto cascada, aunque el fluido es cada vez más escaso y
sólo produce un goteo esporádico. Por supuesto, Macri y sus secuaces no
explicarán nada de esto a las víctimas
de sus timbreos. Frases como “teníamos
que frenar tanta locura” o “no
podemos volver a los errores del pasado” circularán por la barriada
mientras los más novedosos dispositivos
captarán las imágenes que se propalarán por las redes. Promesas de
inversiones o excusas incomprensibles, también. Además, adoctrinan con conceptos como meritocracia,
emprendedurismo o modernización. Y amenazan con seguir serruchando
derechos con las mafias de los juicios laborales o el diseño de empleos para el
siglo XXI. El moño del paquete aparece con el lema “todos juntos podemos”, aunque
los que más se esfuerzan sean los que menos reciben.
Por todo esto, la
frase de Boggiano es un sincericidio. Aunque quede como anécdota que este disfuncional acólito
se haya arriesgado a desear una crisis; aunque desintegre la idea inicial de que “si a Macri le va bien, el país andará mejor”; aunque sus anhelos incluyan mucho dolor, no debemos
tomarla a la ligera. No es un furcio ni
un fallido que se le escapó en medio de la oralidad: pensó, escribió y revisó la frase antes de publicarla. Por si esto
fuera poco, la justificó y reivindicó. Entonces, nadie puede acusar de
exagerado a quien la tome como una
síntesis del Plan Amarillo. Si los cambios no se dan por las buenas, se impondrán
por las malas.
Para eso, el
Ingeniero necesita abrir el paraguas porque la lluvia está al caer. No la de inversiones, sino la del
descontento. Aunque tenga casi todos los medios a su favor y cuente con
jueces y fiscales que contribuyan a la campaña con causas más mediáticas que
jurídicas, una parte de la población
comienza a rebelarse. Aunque abolle
ideologías con palos y palabras y realice las más duras advertencias para
domesticar a los díscolos, muchos se
niegan a tener miedo. Aunque haya ablandado a los triunviros de la CGT
hasta dejarlos con menos reacción que un caracol dopado, los límites están recrudeciendo en las
calles que no puede controlar. La construcción de la crisis está en marcha
desde que Macri bailó en el balcón con la banda presidencial. Cómo salimos de
ella dependerá de las huellas que ha dejado
la historia reciente en nuestra conciencia.
estos no son "meritocráticos", ni "emprendeduristas", ni "modernizados",son solo "delincuentes oportunistas" de cuarta categoría, gracias Gustavo por tu apunte-abrazos
ResponderBorrarComo ya se consumió casi un 50% del tiempo feliz de la presente revolución de la porquería, tal vez sea hora (para no aburrir con la enumeración de sus éxitos) mirarla con ojitos más accesibles, más generosos, más amarillos, claro...
ResponderBorrarEra frecuente escuchar cosas como "me cago de hambre pero que no esté la yegua me llena de alegría"... y era conmovedor ese nivel de pasión masoquista; no sé usted, Gustavo, pero a mí me encantaría que esos votantes masocas premium me cuenten lo lindo que es tener un gobierno tan empeñado en darles el gusto, esto es, cagarlos de hambre, matarlos de frío y demases delicias del sufrir... y que encima, con el añadido cruel de la yegua objeto de sus odios, siga tan vigente como siempre y, quizás, como nunca.
Pero bueno, tanto que rompieron las paciencias con el bendito "cepo" al dólar.... podrían explicarnos cómo es el disfrute de la intertidumbre y de tener el bruto cepo de la economía - y la vida - estancadas, hoy, mañana y para un rato largo....
No crea que soy un envidioso del éxito ajeno, un poquito de curiosidad, nada más...