El
discurso que Macri destinó a los
argentinos y al mundo por el inicio de las sesiones del Congreso todavía
sigue inspirando a los analistas. No por su brillantez, precisamente, sino por sus datos errados y sus incongruentes
conceptos. Y por el tono de comentarista ocasional que recita normas de tránsito y aconseja consumir menos azúcar; con una
receta de cocina o algunos puntos de crochet hubiera parecido más un programa de la tarde que un acto
presidencial. Lo más desconcertante fue eso del “crecimiento invisible”, que algunos interpretan como una marketinera forma de alimentar
esperanzas y otros, como una resignada referencia a las distintas versiones del hit
del verano. Sin embargo, la
imagen que más sintetiza este 1° de marzo es la del Ingeniero saludando una
plaza vacía, a esa multitud tan
invisible como el crecimiento que anunció en el Parlamento.
A la
alocución de Macri le suceden dos preguntas, una obvia y la otra subyacente: ¿de qué país habla? y ¿a quién le habla?
De cada logro enumerado surgieron muchas refutaciones en estos días y con datos
oficiales, no con malintencionados
números opositores, como hacían Ellos cuando no eran oficialismo en 3D. El
reciente sobreseimiento a Guillermo Moreno por las estadísticas del INDEC K deja
malparados a los detractores de la Década Ganada y a los que, aún hoy,
siguen machacando con lo de la Pesada Herencia. El jueves, Macri habló de un país más allá de los números y de los
hechos para un reducido público que necesita creer que este es el mejor
camino para llegar a un paraíso pleno de bonanza.
Casi todo
es invisible en el país de Macri: la
inflación en baja, la mejora del empleo y el poder adquisitivo que derrota a
los precios. El IPC marcó una disminución en 2017 respecto al año anterior
pero un punto arriba del de 2015 y
eso no es descender. Como tampoco lo es la inflación de enero, que fue del 1,8
por ciento ni la que se calcula para
febrero, alrededor del 2,5. La tasa de desocupación era del 6,5 por ciento
en 2015, en 2016 subió al 8,5 y el
último dato oficial de 2017 la ubicaba en el 8,7 por ciento. No hace falta
tener un master en estadísticas para deducir que el desempleo no disminuyó, sino todo lo contrario.
Pero lo
que más desató el aplauso de los adeptos fue la patraña de que los salarios le ganaron a la inflación. Los
salarios tuvieron el año pasado, en promedio, una recuperación de 2,7 por
ciento que no alcanzó para subsanar la
pérdida del 6 por ciento de 2016. En diciembre, el salario real tuvo una
caída del 4,2 por ciento en el sector privado y del 6,3 en el público respecto a igual mes de 2015. ¿Dónde
está la victoria de los salarios sobre la inflación? En Macrilandia, la versión invisible de la Argentina real.
Adornando
el estiércol
Además de
falacias numéricas, agregó una
conceptual, como la de las inversiones. Gran parte de los capitales que
ingresaron al país es especulativo, para alimentar
la bicicleta financiera y desnutrir nuestro futuro con la fuga de capitales
que supera los 80000 millones de dólares.
El crecimiento es tan invisible que estamos
como en 2015 pero con una distribución del ingreso más desigual. Y como “lo peor ya pasó”, pudo realizar algunas
promesas que resultan contradictorias
respecto al que las hace. El Gerente de La Rosada SA anunció que “se viene una revolución con el turismo y tiene que ser una causa compartida
por todos”. Entonces, ¿qué hará con el titular del Banco Nación, Javier
González Fraga y la vice Michetti, que en los primeros meses de gestión cuestionaron la ilusión kirchnerista de que
con sueldos medios se pueda viajar? ¿Agregará a los magros salarios un
adicional para turismo, dejará de
protestar contra los feriados o pasará a otro tema? ¿O dentro de unos meses se excusará con un lacónico
‘ésa te la debo’?
Las
palabras de Macri requieren la
desmemoria de sus oyentes para
ser aceptadas. Por eso puede afirmar, sin rubor, que “las cosas llevan tiempo y no hay soluciones mágicas”. Justo él dice esto, que declaró que
podía “bajar la inflación en dos minutos”,
que el “shock de confianza” atraería
inversiones, que empieza “la Revolución
de la Alegría” y nos regaló como conjuro
un “sí, se puede” coreado por sus
acólitos. Justo él dice que no hay soluciones mágicas cuando insiste en bajar la pobreza enriqueciendo
más a los más ricos.
También
estuvo presente el cinismo que no puede
eludir. Aunque nadie se rio, pareció
un chiste: “los funcionarios nos
pusimos límites como nunca antes para garantizar
que no estamos acá para beneficiarnos”. Enumerar los casos que
destruyen esta afirmación insumiría muchas páginas, desde la devaluación de la
moneda calculada por los funcionarios
que se beneficiaron con el dólar futuro hasta los contratos con Shell del
ministro de Energía; desde el aumento de los servicios para incrementar el ingreso de los amigotes
hasta el decreto que habilita el blanqueo de los familiares, alterando la prohibición que disponía la
ley aprobada en el Congreso; desde cuadriplicar las tarifas de los peajes
para que la empresa presidencial Autopistas del Sol pueda venderse en una cifra proporcional hasta potenciar los
parques eólicos después de invertir en
ellos; desde el requisito de las
cuentas off shore para ser funcionario hasta la intención de perdonar la deuda que Socma tiene con el Estado por el
Correo Argentino. Si esto es ponerse
límites, da miedo imaginar lo que
harían si no se los pusieran.
Más
cínico aún al expresar que quieren “un Estado al servicio de la gente,
moderno y facilitador de herramientas a los argentinos para mejorar sus vidas”,
cuando están eliminando todas las
áreas dedicadas a lograr eso. Él dice esto, pero considera al Estado como un obstáculo para los negocios privados,
que ejecuta un ajuste que afecta a los
que necesitan “mejorar sus vidas”
para acrecentar las fortunas de los que disfrutan
de vidas inmejorables.
Para
concretar todo lo que promete debería
hacer todo lo contrario de lo que está haciendo. Al contrario, proclamó que
“lo que estamos haciendo puede funcionar,
está funcionando”. ¿Puede funcionar
o está funcionando? Hasta en sus frases más ensayadas se escabullen sus engaños. Hasta uno de los aliados, el ex diputado
Ricardo Alfonsín, manifestó su
desilusión. “Este es un gobierno del
PRO –reconoció- que niega que ésta
sea una coalición”. Además de considerar que la seguridad que quiere el oficialismo “no es democrática”, agregó
que “el radicalismo debe explicar por qué
acompañó decisiones que no son las
mejores para el país”.
Por todo
esto, el Ingeniero saludó al vacío y los
cantitos traspasan la protección de los medios hegemónicos; porque la
estafa electoral ya es evidente, siete
de cada diez argentinos están decepcionados; porque hay una distancia
enorme entre las metas anunciadas y las medidas que se toman, no hay crecimiento de ningún tipo. Si
quieren inversiones, ellos deben dar el
ejemplo, en lugar de tener sus fortunas en el extranjero; si quieren bajar
la inflación, que dejen de aumentar los servicios y pongan sobre la mesa la tasa de ganancia de los productores de
alimentos; si quieren el desarrollo, que dejen de alentar la timba y la concentración económica; si quieren
mejorar nuestra vida, que suspendan las angurrias desmedidas de los que siempre
ganan cuando todos pierden. Sólo así, lo
que ahora es invisible será visto por todos.
Adornando el estiércol ¡no!
ResponderBorrarEngalanar la boñiga
y que todo el mundo diga
qúe lindo caga el señor
gracias Gustavo! compartido-besos
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