lunes, 5 de marzo de 2018

El presidentito y lo invisible


El discurso que Macri destinó a los argentinos y al mundo por el inicio de las sesiones del Congreso todavía sigue inspirando a los analistas. No por su brillantez, precisamente, sino por sus datos errados y sus incongruentes conceptos. Y por el tono de comentarista ocasional que recita normas de tránsito y aconseja consumir menos azúcar; con una receta de cocina o algunos puntos de crochet hubiera parecido más un programa de la tarde que un acto presidencial. Lo más desconcertante fue eso del “crecimiento invisible”, que algunos interpretan como una marketinera forma de alimentar esperanzas y otros, como una resignada referencia a las distintas versiones del hit del verano. Sin embargo, la imagen que más sintetiza este 1° de marzo es la del Ingeniero saludando una plaza vacía, a esa multitud tan invisible como el crecimiento que anunció en el Parlamento.
A la alocución de Macri le suceden dos preguntas, una obvia y la otra subyacente: ¿de qué país habla? y ¿a quién le habla? De cada logro enumerado surgieron muchas refutaciones en estos días y con datos oficiales, no con malintencionados números opositores, como hacían Ellos cuando no eran oficialismo en 3D. El reciente sobreseimiento a Guillermo Moreno por las estadísticas del INDEC K deja malparados a los detractores de la Década Ganada y a los que, aún hoy, siguen machacando con lo de la Pesada Herencia. El jueves, Macri habló de un país más allá de los números y de los hechos para un reducido público que necesita creer que este es el mejor camino para llegar a un paraíso pleno de bonanza.
Casi todo es invisible en el país de Macri: la inflación en baja, la mejora del empleo y el poder adquisitivo que derrota a los precios. El IPC marcó una disminución en 2017 respecto al año anterior pero un punto arriba del de 2015 y eso no es descender. Como tampoco lo es la inflación de enero, que fue del 1,8 por ciento ni la que se calcula para febrero, alrededor del 2,5. La tasa de desocupación era del 6,5 por ciento en 2015, en 2016 subió al 8,5 y el último dato oficial de 2017 la ubicaba en el 8,7 por ciento. No hace falta tener un master en estadísticas para deducir que el desempleo no disminuyó, sino todo lo contrario.
Pero lo que más desató el aplauso de los adeptos fue la patraña de que los salarios le ganaron a la inflación. Los salarios tuvieron el año pasado, en promedio, una recuperación de 2,7 por ciento que no alcanzó para subsanar la pérdida del 6 por ciento de 2016. En diciembre, el salario real tuvo una caída del 4,2 por ciento en el sector privado y del 6,3 en el público respecto a igual mes de 2015. ¿Dónde está la victoria de los salarios sobre la inflación? En Macrilandia, la versión invisible de la Argentina real. 
Adornando el estiércol
Además de falacias numéricas, agregó una conceptual, como la de las inversiones. Gran parte de los capitales que ingresaron al país es especulativo, para alimentar la bicicleta financiera y desnutrir nuestro futuro con la fuga de capitales que supera los 80000 millones de dólares. El crecimiento es tan invisible que estamos como en 2015 pero con una distribución del ingreso más desigual. Y como “lo peor ya pasó”, pudo realizar algunas promesas que resultan contradictorias respecto al que las hace. El Gerente de La Rosada SA anunció que “se viene una revolución con el turismo y tiene que ser una causa compartida por todos”. Entonces, ¿qué hará con el titular del Banco Nación, Javier González Fraga y la vice Michetti, que en los primeros meses de gestión cuestionaron la ilusión kirchnerista de que con sueldos medios se pueda viajar? ¿Agregará a los magros salarios un adicional para turismo, dejará de protestar contra los feriados o pasará a otro tema?  ¿O dentro de unos meses se excusará con un lacónico ‘ésa te la debo’?
Las palabras de Macri requieren la desmemoria de sus oyentes para ser aceptadas. Por eso puede afirmar, sin rubor, que “las cosas llevan tiempo y no hay soluciones mágicas”. Justo él dice esto, que declaró que podía “bajar la inflación en dos minutos”, que el “shock de confianza” atraería inversiones, que empieza “la Revolución de la Alegría” y nos regaló como conjuro un “sí, se puede” coreado por sus acólitos. Justo él dice que no hay soluciones mágicas cuando insiste en bajar la pobreza enriqueciendo más a los más ricos.
También estuvo presente el cinismo que no puede eludir. Aunque nadie se rio, pareció un chiste: “los funcionarios nos pusimos límites como nunca antes para garantizar que no estamos acá para beneficiarnos”. Enumerar los casos que destruyen esta afirmación insumiría muchas páginas, desde la devaluación de la moneda calculada por los funcionarios que se beneficiaron con el dólar futuro hasta los contratos con Shell del ministro de Energía; desde el aumento de los servicios para incrementar el ingreso de los amigotes hasta el decreto que habilita el blanqueo de los familiares, alterando la prohibición que disponía la ley aprobada en el Congreso; desde cuadriplicar las tarifas de los peajes para que la empresa presidencial Autopistas del Sol pueda venderse en una cifra proporcional hasta potenciar los parques eólicos después de invertir en ellos; desde el requisito de las cuentas off shore para ser funcionario hasta la intención de perdonar la deuda que Socma tiene con el Estado por el Correo Argentino. Si esto es ponerse límites, da miedo imaginar lo que harían si no se los pusieran.
Más cínico aún al expresar que quieren un Estado al servicio de la gente, moderno y facilitador de herramientas a los argentinos para mejorar sus vidas”, cuando están eliminando todas las áreas dedicadas a lograr eso. Él dice esto, pero considera al Estado como un obstáculo para los negocios privados, que ejecuta un ajuste que afecta a los que necesitan “mejorar sus vidas” para acrecentar las fortunas de los que disfrutan de vidas inmejorables.
Para concretar todo lo que promete debería hacer todo lo contrario de lo que está haciendo. Al contrario, proclamó que “lo que estamos haciendo puede funcionar, está funcionando”. ¿Puede funcionar o está funcionando? Hasta en sus frases más ensayadas se escabullen sus engaños. Hasta uno de los aliados, el ex diputado Ricardo Alfonsín, manifestó su desilusión. “Este es un gobierno del PRO –reconoció- que niega que ésta sea una coalición”. Además de considerar que la seguridad que quiere el oficialismo “no es democrática”, agregó que “el radicalismo debe explicar por qué acompañó decisiones que no son las mejores para el país”.
Por todo esto, el Ingeniero saludó al vacío y los cantitos traspasan la protección de los medios hegemónicos; porque la estafa electoral ya es evidente, siete de cada diez argentinos están decepcionados; porque hay una distancia enorme entre las metas anunciadas y las medidas que se toman, no hay crecimiento de ningún tipo. Si quieren inversiones, ellos deben dar el ejemplo, en lugar de tener sus fortunas en el extranjero; si quieren bajar la inflación, que dejen de aumentar los servicios y pongan sobre la mesa la tasa de ganancia de los productores de alimentos; si quieren el desarrollo, que dejen de alentar la timba y la concentración económica; si quieren mejorar nuestra vida, que suspendan las angurrias desmedidas de los que siempre ganan cuando todos pierden. Sólo así, lo que ahora es invisible será visto por todos.

2 comentarios:

  1. Adornando el estiércol ¡no!

    Engalanar la boñiga
    y que todo el mundo diga
    qúe lindo caga el señor

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