lunes, 3 de junio de 2019

Lo demás no importa nada


El camino hacia las elecciones plantea algunos dilemas y el primero es cómo transitarlo. No hace falta mucha suspicacia para suponer que estará plagado de falsas noticias y operaciones judi-mediáticas que lo harán entretenido y a la vez, tortuoso. Agotador, también porque siempre habrá que estar deconstruyendo, explicando, desmintiendo en lugar de apuntalar las ideas que nos sacarán del profundo pozo en que nos está hundiendo el Cambio. Aunque sea para refutar las patrañas, siempre estamos atados a la agenda que proponen los medios hegemónicos y sus tentáculos en redes sociales. El desafío es, pues, desinstalar la agenda marketinera para instalar una agenda propia. Y para ello no hay que perder tiempo con cada una de las bombas de humo que arrojan las propaladoras de estiércol, sino propagar el truco para desmontarlas.
Los rosarinos sabemos lo que es portar una etiqueta nacida de una mentira. Lo de comegatos surgió de un informe falaz pergeñado por el notero Julio Bazán, de canal 13 y TN allá por 1996, aunque muchos crean que fue tiempo después. En aquel entonces no se conocían como fakes news, pero ya producían estragos en la opinión pública. Más de veinte años pasaron de aquel episodio y sin embargo, el mote surge cada tanto en alguna conversación mantenida a cientos de kilómetros. La pregunta ¿es verdad que comen gatos? debería ruborizar más al preguntón que al encargado de responderla. Un montaje que sólo necesitó una parrilla con unos pellejos, un nene con un felino –vivo- en sus brazos y un puñado de testigos guionados. Eran tiempos en que los televidentes no sospechaban que los medios podían mentir con fines políticos; que ni se preguntaban para qué agregaban pedazos de “carne gatuna” en medio de unos tentadores pescados. Si diez años antes habían creído en las crónicas de José De Zer sobre extraterrestres o casas embrujadas, ¿cómo no iban a dar crédito a las elaboradas por su aprendiz en la antesala de una crisis histórica?
Los tiempos cambian, por supuesto. Hoy, la TV tradicional ya no tiene la incidencia de antaño, tal como revelan los números del rating. Las formas de consumo mediático son diferentes y el usuario cree tener en sus manos el poder de armar su propia agenda informativa. Sin embargo, los colonizadores de la subjetividad también están en las redes dispuestos a propalar cualquier falsedad que sea funcional a su ideario. Una foto y una explicación sintética se transforman en un hecho que, con una eficaz difusión, puede impactar en muchas cabezas que ni se preocupan en confirmar su veracidad, si sirve para confirmar prejuicios. Más aún cuando la novedad no proviene de grandes cadenas sino de las pequeñas, conformadas por amigos, familiares, colegas tan iguales como el destinatario.
Dosificar la pantalla
El recorrido es arduo, pero vale la pena. Para dar el primer paso hay que dejar de creer en todo lo que nos llega. Claro que ese ‘todo’ es muchísimo. Tanto que no da tiempo a saber de qué se trata cada cosa. Nos llevaría más de un día leer todo lo que nos llega en un día. Ni videos ni audios se reproducen en su totalidad. Lo importante es dar “un visto”, poner un pulgar en alto y compartir. Así, se teje una red asfixiante de contenidos racistas, procaces, machistas, violentos, agresivos. Con tanta vocinglería, cualquiera se aturde. La abundancia siempre empacha.
Esto no significa desdeñar las fantásticas herramientas comunicacionales que la tecnología pone a nuestra disposición. Al contrario, se han vuelto imprescindibles. Pero, como toda herramienta, hay que saber utilizarla para no acabar siendo utilizado. Desde el primer diario hasta hoy, los medios ejercen cierto control social. Aunque parezca mentira, con el caos de las redes también se ejerce ese control. Y, por supuesto, también se manipula, también se coloniza la conciencia con la sensación de que somos libres.   
El primer filtro para evitar esto es la voluntad de evitarlo. Evaluar si tanto tiempo al día dedicado a la pantalla no es una rutina más en lo cotidiano. Considerar si todo lo que nos llega realmente nos interesa. Quizá ese mundo que está tan a mano nos está aplastando. En medio de todo eso que nos entretiene subyace el pensar dominante; entre bromas y consignas, se cuela un ideario que modela una visión del mundo que no es la más beneficiosa. Por tomar sólo un ejemplo: esos chistes sobre situaciones que pueden malinterpretarse como acoso no hacen más que debilitar la conciencia que se está tomando del tema. Con el humor como maquillaje, se refuerza el machismo.
Así con todo. Por eso es importante tomar las riendas de la información que necesitamos para descolonizarnos. Algo de eso está pasando. Por lo menos se ha puesto un nombre –también colonizador- a la información falaz: ahora llamaríamos fakes news a lo que José De Zer hacía en el noticiero de canal 9 y a la historia de los comegatos de mediados de los noventa. La ventaja es que sabemos que existen y podemos detectarlas al instante para que no se instalen para siempre en la memoria colectiva.

2 comentarios:

  1. Tal vez no corresponda pero mi abuelo comió gato (le hicieron el cuento de gato por conejo) y el guisito le pareció rico y, mirando bien, comerse un bicho de ésos tiene su lógica, nos encanta el cerdo y, la verdad, come cualquier porquería que se le acerque (incluídos usted o yo, si se les diera la ocasión) y el gato es delicado, no come cualquier cosa.... o sea, lleva en sí mismo el control sanitario. No sería tan mala idea, en tiempos de malaria, mandarse un par de felinos a la parrilla. Claro, la malaria y sus rebusques y desesperaciones no tienen el mismo sentido que una prensa "creativa" y difusora de prejuicios.... qué quiero decir?, que alguien, sea de Rosario o de Dubai, coma gato porque tiene hambre está bien.... lo que está mal es la manipulación mediática. Dicho de otro modo, es la misma historieta de ese falso dilema "ética mata heladera" en el que la heladera vacía (y morirse de hambre) se compensa con el verso de que estamos "en el camino correcto").
    Hace años que saqué el cable, no tiene sentido pagar para finalmente no ver casi nada, salvo el zapping; a través de internet, la oferta es mucho más variada y atractiva y, de yapa, sirve para confirmar que lo supuestamente "internacional" es norteamericano y sus fórmulas repetidas hasta el hartazgo, ruido, efectos especiales y estupidez crónica. Y los noticiosos, el camino más corto a la indigestión, o casi. Quizás haya sido un mecanismo de autodefensa, de privilegiar mi gusto a la aceptación pasiva de algo que viene configurado por otros y al servicio de otros intereses (mucho antes de la existencia del kirchnerismo, TN me parecía una porquería insoportable, sí, fue asco a primera vista). La mayoría de las personas no razona así, es, si no del todo, igualmente consumidora pasiva y a éso nos enfrentamos, a que cerca de cada uno hay un montón de "repetidoras" de esos medios de desinformación. Menudo laburito, no?.
    Tal vez sólo sea una mirada personal, pero creo que de este lado las argumentaciones son excesivamente civilizadas (a contramano del nivel de desprecio y descalificaciones que se recibió y recibe de esta porquería) y cercanas a la ingenuidad con éso de que "la guerra terminó", que alguien les avise que se terminó, porque parece que no se enteraron...

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