Así de simple: cuando el Imperio señala un rumbo, hay seguir el camino contrario si no queremos perdernos en la oscuridad que destila desde siempre. Por eso, votar en la ONU de acuerdo a las pretensiones conquistadoras de EEUU provoca un dolor inmenso. Como si el país del Norte fuera un ejemplo del respeto a los DDHH dentro y fuera de sus fronteras. Que un país que bombardea, amenaza, bloquea, chantajea, hambrea, impone al resto del mundo su mirada destructiva de la vida sea un parámetro de humanidad resulta por demás de incongruente. Ese voto que el equipo diplomático del Gobierno Nacional entregó como ofrenda al altar del mal entendido consenso, por el momento, no puede tener ninguna lectura positiva. El voto en contra hubiera sido demasiado audaz para la prudencia no confrontativa del estilo de Alberto, pero la abstención hubiera dejado más tranquilidad en gran parte de sus votantes. ¿Qué satisfacción puede despertar que las felicitaciones lleguen desde las usinas que demonizan constantemente a la nación Bolivariana?
Ninguna,
por supuesto, porque mientras destilan veneno contra Nicolás Maduro, silencian las
atrocidades que ocurren en Chile, Colombia, Ecuador y Brasil. Hipócritas que
pontifican sobre los DDHH y aceptan como si nada la destitución de Evo
Morales como presidente de Bolivia. Congraciarse con los poderosos no
fortalece al congraciador, sino todo
lo contrario. Ésta debería ser una regla de oro para no perderse en los
laberintos perversos del neoliberalismo y el discurso único que malogra las
conciencias. Cuando se cede una vez, se cede siempre y sin ningún beneficio
real más que convertir la renuncia a la soberanía en un plan de gobierno.
Quizá
no sea para tanto, pero que la derecha antidemocrática tenga algo para celebrar
provoca náusea. ¿Qué necesidad de darles la razón cuando sabemos que no la
tienen? Nunca la han tenido ni la tendrán. Sólo poseen los medios
necesarios para mostrar su irracionalidad como perfectamente razonable.
Pero
los dirigentes de la derecha más rancia y antidemocrática saben que están
fingiendo preocupación por la vida de los venezolanos para expoliar su petróleo;
saben que Juan Guaidó es un usurpador y Yanina Añez, una dictadora;
conocen al dedillo los abusos de poder de Piñeda y las barbaridades de
Bolsonaro; hasta saben que Trump es el principal peligro para la Humanidad.
Sólo actúan para conseguir que el público cautivo de sus morisquetas haga de
comparsa a pesar de que no comprendan ninguna realidad. Incautos creyentes
de las patrañas de los medios hegemónicos que salen con paraguas un día
soleado sólo porque su manipulador favorito anunció que estaba lloviendo.
Alienados convencidos de que la culpa de todo la tienen los políticos populistas y no los empresarios
corruptos, impunes, fugadores, estafadores, explotadores y evasores. Una
pena que la diplomacia de Alberto haya dibujado una sonrisa en la monstruosa
cara de los conquistadores unos días antes del 12 de octubre.
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