Mientras algunos países europeos vuelven a las restricciones y hasta establecen el toque de queda, en Argentina algunos conspiradores niegan la peligrosidad del Covid y claman por la libertad. Los lemas que esputan desde los medios dominantes y las redes sociales convencen a los incautos de que el virus es un invento kirchnerista. Menos mal que son pocos los que se abrazan a estas tonterías, si no, los números de muertos y contagiados estarían por las nubes. Pero en medio de la pandemia, hubo dos momentos que confirmaron el rumbo que, con tropiezos, tomó el país hace menos de un año: los festejos por el 17 de octubre y el emotivo recordatorio por los diez años de la muerte de Néstor Kirchner.
En
estos días las anécdotas, las frases y las decisiones de ese presidente que
marcó nuestra historia estuvieron presentes en casi todos los corazones.
Una calificación a la que muchos analistas recurrieron fue la de políticamente incorrecto, algunos
para bien y otros para mal. Claro que resultó insólita su figura desgarbada,
su sonrisa permanente, su pronunciación extraña, la cordialidad de sus gestos y
la ruptura con los protocolos. Lejos de la solemnidad y la distancia, la
calidez se notaba en cada uno de sus movimientos. Quizá lo que muchos
consideran incorrecto es que haya puesto las cosas en su lugar, que haya
acomodado las piezas de un rompecabezas que todavía no terminamos de armar, que
haya conmovido a millones y haya convencido a los incrédulos. La Grieta
no apareció con él, sino que se hizo comprensible. Tal vez ahí se
origine su incorrección política.
Hay muchos motivos para estar de
este lado, pero uno es contundente. A
mediados de 2013, Videla –el mayor exponente del terrorismo de Estado-
fue entrevistado por una revista española en el penal de Campo de Mayo. Como
una invitación ineludible, el dictador expresó que su “peor momento llegó con los Kirchner”. Al poco tiempo murió en un
inodoro, como una categórica metáfora de lo que fue en vida. Hoy abundan
las señales sobre dónde ubicarse, porque todavía quedan legisladores,
periodistas y pensadores que refunfuñan contra los organismos de DDHH y
juegan vilmente con el número de desaparecidos. Hasta hubo una cambiemita
que pidió los falcon verdes para Juan
Grabois y sus seguidores. Y por si esto fuera poco, el Jefe de Gobierno
porteño, Horacio Rodríguez Larreta, mandó a limpiar el rostro de Néstor
Kirchner que habían dibujado en la Plaza de Mayo. Los que están del peor
lado podrán borrar su imagen de pisos y muros y vandalizar estatuas, pero nunca
podrán eliminar lo que está tatuado en el corazón de muchos. Esos oscuros
personajes que defienden intereses ajenos a los de la mayoría nunca serán
recordados con la pasión que se vivió en estos días.
Pasión
que aún despierta la vicepresidenta, aunque se la vea poco y se la escuche
menos. Aunque las pantallas no la muestren, todos sabemos que está.
Hasta los que la detestan no paran de hablar de ella, aunque tengan que
fabular como alucinados para fundamentar su desprecio. Esta semana hizo
pública una carta que, como siempre, ordena el debate. En ella plantea
la necesidad imperiosa de terminar de una vez con la economía bimonetaria,
no en el sentido que muchos desean –una dolarización absoluta- sino como una
búsqueda colectiva de la valorización del peso. Para arribar a una
solución, CFK convoca a “un acuerdo que
abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y
sociales de la República Argentina”. Si esto es ingenuidad o ironía, el
tiempo lo dirá, porque difícilmente veremos a especuladores, agrogarcas y
fugadores sumarse a una propuesta que elimine su parasitaria fuente de
ganancias.
Erradicar
el dólar de nuestra vida cotidiana no es un objetivo compartido por todos, pero
es una necesidad para armonizar el presente y garantizar el futuro. Para
eso hay que enfrentar a los que se amontonan del peor lado de la Grieta. Néstor
lo hizo y Cristina también. El presidente, a veces, parece intentarlo.
Al respecto, aseguró que su gobierno “no
llegó para cruzar los brazos ni obedecer a los poderosos”. Y agregó
que asumió para “obedecer a los que lo
votaron y para hacer una Argentina que incluya a todos”. Abandonar los
buenos modales para los conspiradores y destituyentes es el primer paso para
cumplir con sus promesas de campaña.
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