Los que acusan de fraudulentos, antidemocráticos y corruptos a los líderes populares siempre quedan descolocados. Tanto, que los hechos demuestran que son Ellos los que más merecen esos calificativos y muchos otros más, por supuesto. El triunfo del MAS en Bolivia no sólo desmiente las estigmatizaciones y persecuciones a Evo Morales, sino que evidencia que los exponentes de la derecha no saben perder. Gracias a la prepotencia de esos personajes, el país vecino perdió un año con una dictadura que se “legitimó” con la firma del Secretario General de la OEA, el uruguayo Luis Almagro. Después, cuando el daño estaba hecho, el organismo imperial tuvo que reconocer que “no hubo una manipulación dolosa” ni “irregularidades graves” en las elecciones presidenciales del año pasado. Borrón y cuenta nueva para seguir conspirando, como siempre hacen los que se creen dueños de todo y sus envilecidos servidores.
Una
anomalía que atraviesa la historia de Sudamérica y de la que Argentina no está
excluida. Nuestro país perdió cuatro años con el Infame Ingeniero, que
logró embaucar a una parte de la sociedad para que lo considerara el
Salvador de la República. Y no lo fue, por supuesto, sino todo lo
contrario. Eso ya lo sabemos y es indiscutible, por más que ahora, en amables
entrevistas, trate de despegarse de los desastres provocados y los
abundantes chanchullos en los que está involucrado con pruebas más que
suficientes. Y otra cosa que sabemos es que Macri no hubiera llegado tan
lejos sin la perversa protección de los grandes medios de comunicación. Si
lo sometiéramos a la meritocracia que
tanto pregona, no serviría ni para levantar los porotos que caen al suelo en
un torneo de truco. Sin embargo, Clarín, La Nación, Infobae, Canal 13 y
muchos medios similares han asumido la despreciable función de salvar su
imagen para un peligroso recambio presidencial. Tontos seríamos de tropezar
otra vez con la misma piedra o con cualquiera parecida.
Pero
los PRO en todas sus versiones ostentan tanta sinceridad que asquea.
Hasta los que se esfuerzan en el maquillaje dejan escapar sus inmundicias,
como el Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta que pretende privatizar
la CABA al mejor postor como un atroz gerente inmobiliario; que no duda
en exponer a los chicos, maestros y no docentes al coronavirus para un
simulacro de presencialidad que no sirve para nada. Hasta los que están en
silencio, como la hipócrita María Eugenia Vidal, se guardan en sus
madrigueras a la espera del mejor momento para asomar el hocico.
Hasta
en los conflictos domésticos exponen su podredumbre. En el libro de Santiago
O’Donnel, Hermano, Mariano Macri hace
público el destrato y las humillaciones padecidas por parte de su hermano mayor,
sin cuestionar siquiera los procedimientos irregulares con los que su padre
logró amasar la fortuna familiar. En la disputa desatada por Dolores
Etchevehere en el casco de la estancia Casa
Nueva, explotan los peores conceptos de una clase que cree que todo le
pertenece. Desde la prepotencia con que matonean a una de las dueñas de esa
tierra, hasta las bestiales amenazas hacia los invitados de la hermana
estafada. Desde las órdenes que gritonean a los efectivos policiales hasta el
desconocimiento del fallo del juez. Y en esa patota de agrogarcas hay
muchos PRO, candidatos y ex legisladores. El propio Luis Miguel Etchevehere
fue ministro de Macri.
Aunque
parezca sólo un conflicto de tierras, este episodio encierra un ideario
mezquino, prepotente y antidemocrático. Y siniestro. El tuit de la
legisladora cordobesa es escalofriante: "¿falta
mucho para que aparezcan los falcon verdes para impartir la
justicia a la medida ideológica de Grabois y
compañía?". Y peor aún es su cínico pedido de disculpas que, como todo
cambiemita, termina culpando a los demás. En ese inaceptable mensaje no
hay error de redacción ni de interpretación: el error es que alguien con
semejante concepción de la vida sea una representante.
Por
supuesto, la estrella de este escándalo es Luis Miguel Etchevehere que, como
buen patrón de estancia, impone su autoridad por encima de las autoridades.
"El que quiera venir...el
gobernador, el fiscal, el procurador, el presidente de la Nación. Yo de
acá no me muevo, no va a entrar nadie acá” vociferó ante las
cámaras con total impunidad. Y como una tentadora invitación, el
desencajado personaje agrega: "Si
nos tienen que meter presos, métannos presos”.
Sin
dudas, este sainete se está transformando en el conflicto político que
necesitaba la barbarie neoliberal para horadar las instituciones y cumplir su
nefasto sueño de desterrar, de una vez por todas, el populismo que nunca llega.
Como siempre, para reclutar voluntarios en una gesta infame, la derecha
conspiradora necesita disfrazar los hechos para que un proyecto
agroecológico se convierta en una usurpación; requiere poner en la escena a
personajes altamente demonizados por la prensa destituyente, como
Grabois, Cristina o los negros del
conurbano. Y como siempre, apelan a la treta de victimizarse cuando la búsqueda
de derechos amenaza un poco sus cuantiosos privilegios. La Grieta de
siempre, reciclada hasta el hartazgo.
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