A pesar del triunfalismo exhibido durante semanas, la calle no es de los amarillos. Las falacias y demonizaciones vomitadas por periodistas de medios hegemónicos y exponentes cambiemitas apenas alcanzaron para juntar unas 25 mil almas envilecidas por prejuicios alimentados con miles de patrañas. Aunque Macri teatralice entrevistas en medios amigables, la ignorancia y el desprecio que destila apenas abre la boca convence cada vez a menos. Ya ni los propios lo toman en serio y su cinismo indisimulable está muy lejos de conquistar otra vez las urnas, salvo en la CABA, donde se concentra gran parte de su núcleo duro. La celebración masiva del 17 de octubre era lo que faltaba para demostrar que sigue siendo un contundente derrotado.
No sólo él, sino también el modelo de despojo que representa. Casi
como una confesión de su impronta neoliberal, sorprendió a todos con una declaración bestial: su “gobierno económico terminó el 11 de agosto
de 2019”, después de las PASO, “porque así lo determinó el Mercado”. Quizá algunos recuerden el enojo del
Infame Ingeniero por el resultado de las elecciones, cuando responsabilizó al electorado que le había
dado la espalda de todos los castigos que caerían sobre nuestras cabezas.
Casi como si hubiera renunciado de facto a la presidencia para dejar
todo en manos del Poder Real, algo que hizo desde el primer día de mandato.
Pero además de irresponsable –entre muchos calificativos negativos- también es un mentiroso de patas muy cortas.
En la entrevista del lunes pasado con Joaquín Morales Solá, este indefendible
ex presidente culpó a la entonces oposición kirchnerista por el déficit fiscal al haber votado en el Congreso presupuestos
sin recursos suficientes. De más está decir que el presupuesto lo arma el
Poder Ejecutivo y el Legislativo puede hacer algunas correcciones antes de
aprobarlo. Una falacia destinada a los
que no entienden absolutamente nada. Sin ese público cautivo, embrutecido y
alienado, los PRO no existirían.
Por supuesto, las tonterías
esputadas por Macri en las tres entrevistas concedidas después del cacerolazo
del 12 de octubre alcanzan para escribir varios libros; no de política, sino de psiquiatría. Obsesionado –como muchos de
los que se suman a su comparsa- aseguró que CFK “tiene secuestrado al
peronismo”, como si eso fuera posible. Y, más como una expresión de
deseos que como un análisis fundado de la realidad, vaticinó que el gobierno de
“Alberto Fernández va a ser el último gobierno populista que tendrá
Argentina”.
Claro, los festejos
multitudinarios del 17 de octubre deben
haber demolido semejante concepción clasista del futuro. Para lograr eso
hace falta mucho más que hackear una
movilización virtual, recitar generalidades híper ensayadas, publicar titulares
fabuleros y operar con trolls en las redes. El futuro no se construye con
marketing, odio y cinismo ni con procedimientos judiciales fraudulentos. El futuro se construye con coraje y
compromiso, que no es poca cosa.
Más allá de las especulaciones
sobre la ausencia de Cristina en el acto de la CGT, Alberto señaló que “empezamos hoy un tiempo distinto, empezamos el tiempo de la reconstrucción
de la Argentina”. Una frase que atraviesa los discursos de casi todos los presidentes de la historia.
La reconstrucción parece ser nuestro destino y nunca el disfrute de lo reconstruido. Alguna vez tendremos que
castigar a los que se dedican siempre a destruir, para no estar eternamente viviendo sobre escombros.
El
acto del sábado inyectó energía; evidenció que a pesar del
coronavirus, de la pobreza inadmisible, de los sueldos que no alcanzan a cubrir
la canasta básica, de los especuladores que no cesan de expoliarnos, el gobierno nacional cuenta con mucho apoyo.
Quizá sea el momento de abandonar los
buenos modales con aquéllos que sólo quieren obstaculizar esta nueva etapa de nuestro camino. Y que los que
siempre quieren ser primeros, terminen,
de una vez por todas, al final de la fila.
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