El actual Jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, estuvo el domingo 8 de mayo en la ciudad santafecina de Chabás, acompañando al candidato a gobernador Miguel Torres del Sel. Allí, después de haber renunciado a su tan cacareada candidatura a presidente de la Nación, expresó que “es un instrumento para la unidad nacional”. Esta declaración, después de provocar risa, puede servir para pensar algunas cosas sobre su contenido.
Vamos a la risa. Mauricio Macri lanzó su reelección a Jefe de Gobierno el sábado pasado ante unas mil personas. Podemos ser generosos y alcanzar el doble de esa cifra. Más allá de los números, el contenido más profundo de ese acto fue el reparto de coloridos globos, expresiones de amor hacia su flamante esposa y los saltos de orangután reumático con pretensiones de pasos de baile sobre el escenario central. El empresario con aspiraciones políticas y realidad de Isidoro Cañones entrado en años acaba de renunciar a la candidatura presidencial ante la imposibilidad de construir una alternativa opositora al kirchnerismo. Más que imposibilidad, es desgano, incapacidad, falta de voluntad… O todo eso junto. Además, un candidato que no junta ni cinco mil personas en un acto de lanzamiento de campaña en su distrito no puede aspirar a nada a nivel nacional. Y eso no es simple opinión, sino una cruda realidad.
La semana pasada tuvo una reunión con Francisco de Narváez, candidato a gobernador por Buenos Aires, y los resultados no fueron muy felices. Claro, Mauri pretendía apoyo sin darlo. Quería la mitad de los cargos electorales sin ofrecer ninguno en la ciudad. Exigía todo por nada. Hasta con sus pares –tanto ideológicos como económicos- se comporta como un patrón de estancia. En términos políticos y humanos cree que es más de lo que es.
A pesar de reclamar constantemente la unión opositora, es quien menos voluntad de diálogo manifiesta. En realidad no manifiesta nada. Esconde todo, sobre todo sus intenciones. Su discurso es vacío, no sólo porque no tiene mucho para decir sino que lo poco que tiene espantaría hasta al más derechoso. Su gestión al frente de la Capital es ineficiente y ni siquiera ha dado soluciones a cuestiones de maquillaje urbano. Este tipo está en la política para hacer negocios… y de los peores.
Y cuando habla de la unidad nacional no está hablando de un ideal desbordado de sueños hermosos para todos los argentinos, sino para el diez por ciento que se beneficiaría con su gestión.
Cuando habla de unidad nacional quiere decir eliminar cualquier conflicto social pero no a través de la solución, sino a través de la represión. La única paz nacional que quiere, es la del cementerio. Quiere sometimiento sin discusión. Su unidad nacional es la apertura a mansalva de nuestra economía al circuito financiero. Lo que no puede decir es que desea una Argentina como territorio de saqueos disfrazados de negocios. Esa es la única unidad nacional que pretende Macri.
Además, tanto él como muchos otros postulantes a algo en la escena política hablan de la situación social como si fuera un caos, atravesada por el autoritarismo intolerante, la disolución social, el caos… y muchas expresiones más que no reflejan para nada lo que estamos viviendo en el país. Esas estupideces no son más que las vociferaciones de los que ya no son más patrones del país. Desde hace ocho años este país, NUESTRO PAIS, ha empezado a ser de todos y para todos.
Creo que ya no queda más nada que decir de Macri, solo que si los proteños lo vuelven a encumbrar, y bueno, ellos sabrán porqué. Después de todo aquí en Rosario hubo una gestión similar disfrazada de grandes obras pero absolutamente inequitativa. Las razones que nos llevan a elegir una y otra vez los mismos hombres son oscuras pero válidas y, lo peor, legales.
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