El martes pasado, Beatriz Sarlo, en su participación en el programa 678, afirmó, sin mucho fundamento, que en nuestro país el setenta por ciento de la gente no discute sobre política. Esta afirmación podría haber sido válida hacia finales de los noventa o hasta los dos primeros años de este nuevo siglo. Parece posible que no haya actualizado los datos en los que basa su análisis, o que directamente no los tenga. La trayectoria intelectual avala que no tenga que rendir examen ante cada afirmación. O que se fundamente sólo en prejuicios. En los últimos tiempos podemos encontrar un fenómeno diferente.
Como nunca después de la vuelta a la democracia –a mediados de los ochenta- la discusión política nos atraviesa diariamente. Con profundidad o no, uno se cruza con debates políticos en lugares insospechados. En el colectivo, entre amigos, en las salidas nocturnas, entre jóvenes, mujeres, varones… Todos permitimos que la política aflore en nuestras conversaciones en cualquier momento y lugar. Hay una especie de ebullición que nos atraviesa a casi todos.
Uno que trabaja con jóvenes y adolescentes en el ámbito del aula, nota que sobre todo ellos preguntan sobre cuestiones del mundo político y realizan planteos que demuestran un interés profundo. Hablan de candidatos, comparten informaciones, presentan debate sobre temas actuales. Quince años atrás sólo sabían comentar sobre los chimentos de la farándula. Hoy discuten sobre el modelo de país.
Y también el consumo televisivo parece diferente. Muchos se muestran más informados, inquietos, más ávidos. No hay clase en la que no se destinen veinte o treinta minutos a intercambiar opiniones sobre diversos temas de la actualidad política. O en la que no se comenten contenidos informativos de los medios. O pregunten aspectos de nuestro pasado reciente.
Hay un nuevo clima y eso no puede obviarse. El viernes a la mañana un grupo de estudiantes de la carrera de periodismo analizaba un afiche de campaña de Miguel del Sel. En él aparece una foto con la cara del candidato y al lado una leyenda grande que dice: “ahora sí, Miguel gobernador”. Abajo, con letras más chiquitas: “Santa Fe está para más”. Las conclusiones a las que llegaron los chicos superaron lo imaginable. La más hilarante la sugirió una chica, muy risueña, que exclamó “claro que Santa Fe está para más que un candidato así”.
También es auspiciosa la percepción que tienen del porvenir. Más allá de las posiciones ideológicas que pueden tener, ven un futuro en perspectiva. No aparece una nada frente a ellos. Y también ven un pasado, incorporan un pasado a su presente. Tienen otra necesidad de la historia. Y consideran que los actos patrios se transforman en actos políticos pero no por la intención de los organizadores, sino por acción de los asistentes.
En La Nación del jueves pasado, apareció el siguiente título, respecto al acto del 25 de mayo en CABA: “el 25 de mayo fue un acto kirchnerista” o algo así. Uno que lo vio por tele lo notó más o menos así. Las banderas que flameaban, además de las argentinas, eran de agrupaciones que apoyan abiertamente al gobierno nacional; había también fotos y dibujos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández. Pero no fue pensado como un acto político por sus organizadores. Por el escenario montado ante la Casa Rosada desfilaron cantantes y bailarines. No hubo oradores, no hubo discursos, no hubo consignas ni candidatos, a diferencia del acto organizado por el gobierno de Macri. Y el sapo Pepe no sugirió nada que pueda considerarse K. Eso corrió por cuenta del público que transformó un festejo patrio en una manifestación de apoyo al gobierno nacional. Y es indudable que se percibe una relación entre el momento económico, político, social y cultural que estamos viviendo con la recuperación del sentido de la palabra “patria”, de una nueva identificación con la idea de país.
Por eso, decir que la discusión política sólo interesa a un treinta por ciento de la población es negar lo que se ve a diario, por más que lo afirme una de las más brillantes pensadoras de las últimas décadas.
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