Mario, uno de mis amigos, como tantos otros ciudadanos, comparte en muchos sentidos el buen ánimo respecto de los actos del gobierno nacional. Este buen ánimo implica un reconocimiento de que se han hecho las cosas bien, que estamos mejor y que hace falta mantener lo hecho y avanzar por más. Este buen ánimo significa que su voto estará destinado a la reelección de la actual presidenta porque es la única que puede sostener todo esto. Pero este buen ánimo se mantiene sólo en el plano de lo material: lo económico cotidiano.
Muchos no comprenden que hay más que eso en la transformación que se viene realizando en nuestro país desde hace ocho años, que no pasa sólo por el dinero que tenemos en el bolsillo y lo que podemos hacer con él. Ese buen ánimo que muchos manifiestan parece ser sólo circunstancial.
En primer lugar, el kirchnerismo ha renovado la manera de hacer política, de tal manera que los representantes de la oposición parecen desconcertados, desorientados, abatidos antes de candidatearse. La política K se manifiesta no en el marketing sino en la gestión, en la discusión, en la redefinición de nuestra historia… En definitiva, es una transformación que traspasa las fronteras de la economía doméstica. Un ejemplo. El ciudadano común puede advertir la presencia de dos poderes en pugna en la Argentina de hoy: uno económico y otro político. Hasta hace unos diez años, para el ciudadano común poder político y económico eran lo mismo y entre ambos defendían intereses que no eran los del pueblo. Y es por eso –y sólo por eso- que hemos atravesado crisis monstruosas durante tantas décadas. Y lo simbólico, en este caso, es que no se puede concretar una mejor distribución del ingreso, la inclusión de todos los ciudadanos en una vida digna, si los sectores más poderosos de la economía no están contenidos dentro de las normas dictadas por la gestión política, es decir, encuadrados dentro de los objetivos de las políticas de Estado. El libre mercado –que aparece como símbolo de los que quieren subirse a la máquina del tiempo- es la pesadilla que tenemos que desterrar de nuestra sociedad. El Estado hoy está construyendo una respuesta a los problemas de los ciudadanos. Y es ese símbolo uno de los más importantes que se debe consolidar. Es, como se dice habitualmente, parte de la batalla cultural que se está llevando a cabo desde hace ocho años.
El viernes, durante el acto en conmemoración por el día del Trabajador, el Secretario General de la CGT, Hugo Moyano, hizo hincapié en tres puntos que son esenciales. La importancia del trabajador en la generación de la riqueza, el apoyo a la actual presidenta y la inclusión de representantes sindicales en las listas electorales. El segundo punto no es sorpresivo, porque la clase trabajadora debe prestar apoyo al modelo que construye y fortalece esa clase. El primer punto es toda una definición. El trabajador ya no es considerado como el individuo suplicante y temeroso que recibe una dádiva por estar incluido en el “mercado laboral”. Ahora puede ser pensado como un sujeto social que produce riqueza y por lo tanto, merece formar parte en la distribución de las ganancias que él ayuda a concretar. No es una moneda más o menos. Es un derecho conquistado por cumplir con la obligación laboral, lo que también implica otra responsabilidad y compromiso del trabajador en sus funciones. Y el último punto es el que parece generar mayor rechazo –por prejuicio casi racial- que es la inclusión de representantes sindicales en las listas de candidatos a integrar el Congreso de la Nación. Este punto –que por primera vez se discute en serio- necesita muchos caracteres. Por eso voy a dejar a mis seguidores en el suspenso del famoso “continuará” hasta la próxima entrega de este modesto espacio.
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