Después del encuentro entre Barack Obama y CFK, algunos comentaron que no era muy serio que La Presidenta no hable inglés y que necesite un traductor para comunicarse con el presidente de Estados Unidos. La conferencia de prensa conjunta es una puesta en escena y los intérpretes hacían su trabajo para todos los que estaban presentes, no sólo para Cristina. Que los traductores deban cumplir con su función no significa que ella no sepa hablar inglés. Tal vez sea una excelente usuaria del idioma, tal vez no. Lo que inquieta es que aparezca la sospecha que cae solamente en la mandataria del sur. Porque Obama también necesitó un intérprete y en ningún momento pronunció una sola palabra en español. Y eso que en los Estados Unidos hay casi un cuarenta por ciento de hispanohablantes y en algunas regiones el spanglish es el idioma que domina. Pero no se puso en duda la seriedad del mandatario de un país con serios problemas internos y generador de infinidad de conflictos externos porque se expresa sólo en inglés.
La vergüenza debería sentirse por desconocer el idioma dominante y no por organizar guerras innecesarias –como todas- y someter al pueblo norteamericano a una crisis nunca vista. Obama tiene más motivos para avergonzarse por tener al 16 por ciento de la población norteamericana (49 millones de personas) sometido a la pobreza que por no saber hablar español. En ese sentido, Cristina debería estar orgullosa por encabezar una transformación nunca vista en nuestra historia más que por ser una brillante usuaria del idioma de Shakespeare. ¿Acaso alguien se envanecía cuando Menem balbuceaba en un inglés de jardín de infantes algunas frases que confirmaban el sometimiento?¿O alguien se ufanaba por las relaciones carnales con el país del norte?
La crisis que atraviesa a los países del todavía llamado Primer Mundo debería desprender definitivamente el velo del colonialismo que todavía dificulta la mirada de muchos. No es posible seguir admirando a esas naciones que se destruyen entre sí. Aquellos países que se consideraban más serios y civilizados están demostrando una barbarie cercana al canibalismo. Sería interesante preguntarse por qué la crisis que asolaba cíclicamente estas tierras sureñas ahora la padecen los habitantes de aquellos países que, si no la provocan, al menos la consienten. Como los países de América Latina están aplicando en su mayor parte una política económica soberana y no dictada por el FMI, Estados Unidos y los países europeos tienen que aplicar los ajustes sobre sus propios pueblos, desacostumbrados a padecer una crisis tan profunda. Por si no quedó clara la ecuación: nuestras crisis sostenían el estado de bienestar del que ellos gozaban. Pero claro, todavía sigue molestando que un mandatario latinoamericano no hable el idioma de los otrora colonizadores.
Cada vez se pone más en evidencia cuáles son las formas de evitar que la especulación financiera ocasione estas sacudidas en la vida de los pueblos. Esos millones de dólares que circulan impunemente por la virtualidad del mercado sin producir más que miseria deberían ser volcados a la economía real para generar ganancias genuinas y de paso, bienestar para las personas reales. Y es la política, la elegida libremente por el voto popular, la que debe encauzar este caos antes de que todo estalle.
Aunque no siempre el voto soberano opta por la política. El viernes pasado se produjo el derrumbe de un edificio en el barrio Monserrat de la CABA, generando cuantiosas pérdidas materiales a más de doscientas personas. El origen de esa tragedia: la avidez inmobiliaria y la ausencia del Estado Porteño. Esto es el sello Macri, hacer negocios sin importar las consecuencias. Gobernar para el ingeniero civil es colocar otro ladrillo en la pared. El Estado es para Macri la oficina de los grandes capitales, el lobby donde se concretan las operaciones más rentables. Y ni siquiera es capaz de disimular lo poco que le interesa el ciudadano. Y eso es por lo que votó la mayoría del pueblo de Buenos Aires. El abandono insistente y con impunidad es lo que el 60 por ciento del electorado eligió.
Dejar durante tres días –y tal vez más- en la calle a doscientas personas de todas las edades como consecuencia de una epidemia de departamentos para pocos y la negligencia de gestión es toda una definición ideológica. El abandono del Estado porteño hacia sus ciudadanos es alevoso. Y tan grave como eso es el blindaje que tiene el Jefe de Gobierno en algunos medios hegemónicos. En las notas que cubrían el hecho, Clarín y La Nación no mencionaron jamás al ingeniero civil, quien ni siquiera se hizo presente en el lugar. El botón de muestra: el lunes a las 20:35 la señal TN puso al aire una serie de entrevistas a los damnificados por el derrumbe englobadas bajo el título –muy sugestivo- “Historias mínimas”. Más allá de que hayan jugado con el título de una excelente película argentina, el concepto que encierra es estremecedor. Las historias de los particulares no deberían ser mínimas en medio de una tragedia como la ocurrida el viernes pasado, sino máximas. Las de la película eran mínimas porque eran cotidianas. En este caso, son mínimas por su insignificancia para los que la narran. Por eso el ingeniero Macri no aparece como principal responsable de estos hechos. El no derrumbó el edificio –ni ninguno de los anteriores-, pero lleva adelante un estilo de gestión en el que lo económico predomina sobre lo político. Pero peor aún: el abandono no sólo es anterior al derrumbe, sino posterior. Y todavía no asumió su segundo mandato.
Los ciudadanos europeos y estadounidenses reclaman a los estados que los protejan de la avidez de los buitres virtuales. Los gobiernos responden con más ajustes. Por ese camino, el derrumbe de esas sociedades es inevitable. En CABA, el abandono del Estado municipal produce otro tipo de derrumbes, más concretos. Pero el símbolo que encierra esos hechos es la ausencia con convicción de quien debiera ser el principal preocupado por el bienestar de todos los porteños. Pero los negocios son más tentadores. Qué futuro nos espera con alguien así en la presidencia de la Nación.
La presencia de Macri (o gente como él) significa no la vuelta del peroneoliberalismo de Menem sino del capitalismo más salvaje y descarnado, aquél que volteó al primer mundo. No se olvide, Profe, que aquí en Santa Fé estuvimos a punto, también, de tener a un sicario del ingeniero como gobernador. Es inquietante, por otro lado, lo voluble e incompatiblemente ideológico que resulta el electorado de la CABA dado que no olvidemos que allí también ganó CFK. ¿Que tiene que ver Cristina con Macri?. A estas alturas, Profe, quien quiera ver que vea.
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