Mientras muchos continúan con los festejos por los números de las elecciones presidenciales, algunos pocos con capacidad de daño considerable asoman los hocicos desde sus madrigueras ante la mínima posibilidad de desplegar sus habilidades carroñeras. Como no pueden ganar a la luz de la democracia, apelan a la oscuridad de la especulación, la agitación y la construcción del desánimo. El gataflorismo opinativo circula impunemente en los medios para castigar –simbólicamente- a quienes votaron por la continuidad de CFK y malhumorar –concretamente- a los que no lo hicieron. Dos hechos bastaron para alimentar tan bestial procedimiento: el control de la AFIP a la compra de dólares y la disminución de subsidios a empresas de energía y transporte. Casi borraron de la agenda informativa la obligatoriedad a petroleras y mineras de liquidar sus divisas en el país. Y como frutilla del postre, el encuentro entre La Presidenta y Barack Obama en el contexto de la reunión del G-20 realizada en Cannes el jueves y viernes pasados.
Muchas veces hemos escuchado a comentaristas, economistas y políticos cuestionar desde los innumerables formatos de pantallas televisivas la política de subsidios a empresas llevada adelante por el Gobierno Nacional, más como chicana hacia las Autoridades por el gasto que eso significa, que como beneficios a usuarios top y empresarios de servicios. Cuando los subsidios se incrementan, afirman sin dudar que se está favoreciendo a sectores K; cuando los subsidios amenazan con disminuir, advierten desesperados que se pueden disparar las tarifas perjudicando a los más pobres. Tanto una cosa como la otra son teatralizaciones que están muy alejadas de lo que verdaderamente ocurre. Esta semana se anunció un recorte de subsidios a bancos, financieras, aeropuertos, casinos y actividades extractivas del orden de los 600 millones de pesos, cifra poco significativa sobre los 54.000 millones que se destinarán este año. Pero igual sirve cuando se trata de defender intereses importantes y angustiar a la población con globos informativos, aunque la campaña electoral ya haya terminado y falten casi dos años para la próxima.
Pero con lo que más han jugado esta semana es con las medidas tomadas para restringir la compra de dólares. La relación de los argentinos con el dólar es como una telenovela larguísima que comienza a mediados de la década del ’70 y todavía no ha terminado. Amor y odio, encuentros y desencuentros, placer y dolor, fidelidad y traición, todo envuelto en una pasión que parece imperecedera. No es que el dólar haya aparecido en la vida nacional en esos tiempos pero sí comienza esa danza entre festiva y macabra para la maleable clase media. En tiempos de la última dictadura, fue Martínez de Hoz el que tocó los primeros acordes de esa melodía que combina momentos sublimes y exultantes con los infernales tonos de la devaluación cíclica. La monotonía melódica de los noventa, con el delincuencial uno a uno, permitió que muchos soñaran con un Primer Mundo criollo, que no necesitaba coreografía compleja pero garantizaba un disfrute inmediato. El final enérgico de la sinfonía del dólar se produjo en 2001, cuando el amante argentino padeció la peor de las traiciones: habituados a una paridad ficticia, los bancos garantizaban una escueta rentabilidad. El salto verde –pero no ecológico- se produjo en simultáneo con un corralito que impedía recuperar ahorros. Y todos los instrumentos se sacudieron en un ritmo enloquecedor. Lo de siempre en todo culebrón: un tiempo para curar la heridas, tapar las cicatrices y vuelta a los besos.
Aunque suene paradójico, para el imaginario argentino el dólar es tan criollo como el dulce de leche y tan necesario como la yerba. Más allá de los usos turísticos o para operaciones inmobiliarias, el dólar es visto como un respaldo a futuro, aunque su valor real como moneda internacional está en un tobogán resbaladizo. Menos de la mitad del circulante verde tiene respaldo en oro y sólo algo más del cuarenta por ciento de las cifras que se ostentan tiene aval en billete, por lo que el resto es virtual. Si los poseedores de grandes fortunas quisieran sacar en billetes su capital, no habría tantos fajos para responder. Gran parte de la economía que tiene a una buena porción de la población mundial al filo de la navaja es sólo una expresión digital en las pantallas, que se traslada de un lado a otro del globo como si de un juego de video se tratara, olvidando que esas movidas virtuales afectan a personas reales.
Por eso resulta canallesco que las voces mediáticas vomiten advertencias malsanas sobre las regulaciones de la AFIP a la compra de dólares; supera lo miserable que apelen a la libertad cuando se trata de un control; expresa cinismo que recurran a la figura del pequeño (pequeñísimo) ahorrista cuando las medidas apuntan a grandes especuladores. Pero están para eso, para defender los intereses de los menos en perjuicio de los más, simulando todo lo contrario. Gran parte del electorado los dejó solos en las urnas; ahora falta que el público haga lo propio en las pantallas.
Con lo que tuvieron que ser un poco más creativos fue con la cita pedida por el presidente de Estados Unidos Barack Obama con CFK. Desde que comenzaron a llover las felicitaciones internacionales por los resultados en las urnas, los rincones no alcanzaron para albergar a tantos opositores lagrimeantes, aquellos que predicaban que Argentina estaba aislada del mundo. Los cerebros corporativos no sabían cómo transformar la trascendencia internacional de los números en mala nueva para los lectores nativos. La peor pesadilla para ellos se concretó el jueves, cuando Nuestra Cristina fue escuchada por los empresarios del B-20 en el marco de la Cumbre del G-20, el grupo que reúne a los países más desarrollados del planeta. Una sola frase resume la contundencia del encuentro: “prefiero enfrentar el enojo de los poderosos antes que la furia de la sociedad”. Toda una definición, que confirma el compromiso expresado en el discurso del 23 de octubre, después de conocerse los números de las elecciones, cuando dijo que siempre iba a estar del lado de los más vulnerables.
Desde hace un tiempo, economistas –Paul Krugman, Joseph Stiglitz-, políticos, como el emergente líder de la izquierda italiana Nichi Vendola o del opositor Partido Social Demócrata alemán, Sigmar Gabriel y miles y miles de anónimos que protestan en países del Primer Mundo están reclamando que los representantes elegidos en las urnas contengan la avidez especulativa de los fondos buitre. En sintonía con estas ideas, CFK expresó la necesidad de volver al capitalismo en serio, contrario al saqueo monumental y destructivo que está padeciendo la economía mundial en las últimas décadas.
Lejos de suponer que La Presidenta se transforme en una líder mundial, el ejemplo de Argentina y el de muchos países latinoamericanos es observado como salida para la crisis de los países del norte. Para terminar, una comparación de imágenes. En la anterior cumbre, los medios locales pasaron hasta el cansancio el amague que dejó a Cristina con la mano extendida ante la indiferencia de Obama. Esta vez, en la conferencia de prensa conjunta fue él quien extendió la mano hacia ella. Eso sí: con mucha naturalidad y calidez ella respondió el gesto, dejando de lado cualquier intención de venganza. No significa demasiado, pero sugiere un cambio de época.
Excelente análisis, Profe. El camino emprendido requiere atención en todos los frentes y no se si 4 años serán suficientes. Espero que el sucesor de Cristina los tenga bien puestos.
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