No es sólo en nuestro país. Parece que en todo el mundo los periodistas están siendo cuestionados. Los indignados de España gritan por las calles consignas que no hablan muy bien de los trabajadores de prensa. En Estados Unidos ocurre algo similar. Ni hablar de algunos países de América Latina, donde muchos medios de comunicación se han transformado en la más virulenta oposición de los gobiernos con intenciones transformadoras. Pero tanto en el caso de los medios del hemisferio norte como los del sur existe un hilo conductor: han abandonado hace rato el noble fin de informar, si es que alguna vez lo han tenido. Ahora despliegan sobre los espectadores una serie de operaciones que tienen la intención de defender los intereses del Poder Real, el económico, aunque para ello tengan que convertir en víctimas a sus propios destinatarios.
Algunos se escudan en el presunto rol de oposición que tiene que ocupar el periodismo, aunque eso no esté fundamentado en ninguna bibliografía canónica. Los periodistas –de acuerdo a esta presunción- deben oponerse a los gobiernos y sólo acompañarlos cuando toman medidas que garantizan la estabilidad institucional. Eso sí, camuflados en la objetividad y protegidos por la libertad de expresión. Estos dos conceptos –vaciados y vueltos a llenar- son escudos y lanzas sumamente eficaces a la hora de proteger aquellos intereses que nunca dan la cara. Además, la estabilidad institucional no es otra cosa que la comodidad con que pueden moverse esos intereses nunca expuestos.
Nunca ha habido una comprensión tan extrema como en estos tiempos del rol que cumplen los medios hegemónicos al momento de señalar a los adversarios del Poder Real. En argentina ha tomado varias formas a lo largo de su historia y más aún en las últimas décadas. En tiempos de la dictadura cívico-militar había un periodismo cómplice que llamaba al otro -al subterráneo- alternativo o subversivo. Durante el gobierno de Raúl Alfonsín, se nombraba como patota cultural a los periodistas que asumían una tibia defensa de la primera gestión del retorno a la vida democrática. En los noventa, en pleno neoliberalismo, el periodismo que enfocaba sus cañones en contra del menemato era tildado de zurdito, Jorge Lanata entre uno de sus exponentes.
Desde no hace mucho se comenzó a difundir la dupla independiente y militante para ubicar en dos bandos contrapuestos al periodismo vernáculo. Los primeros asumen un papel claramente opositor y construyen la agenda informativa en base a anomalías de gestión unas veces exageradas y otras artificiales. Los militantes son oficialistas, que defienden El Modelo a capa y espada y dejan en manos de la Justicia los posibles casos de corrupción, muchas veces casi anecdóticos. Esto no quiere decir que los independientes sean tan cortos de entendederas que no puedan comprender El Modelo. Al contrario: lo comprenden muy bien y por eso lo combaten. Desde este punto de vista, ambas formas de periodismo –independiente y militante- son oficialistas. Unos –los militantes, oficialistas- apoyan al poder político que está logrando importantes transformaciones en nuestro país. Los otros –los opositores- son oficialistas del poder económico y, por tanto, adversarios y hasta enemigos del poder político que se construye en torno del Gobierno Nacional.
Después de las elecciones presidenciales, aquellos medios por los que desfilaban los políticos opositores se han convertido en un escenario dominado por los tecnócratas, especialistas –es un decir- en materia económica. Como no pudieron construir una oposición política a CFK y su equipo, ahora atacan con tecnicismos malintencionados y fantasías agoreras. Como las próximas elecciones están lejos, tratan de instalar un clima de zozobra económica. La manera en que construyeron el malestar social a partir del control de la AFIP a la compra de dólares es un caso testigo de esos intentos, aunque los afectados por esas medidas no alcancen al diez por ciento. Como los políticos opositores han fracasado en el papel de defender los intereses del poder concentrado, ahora son condenados al ostracismo. Ya no sirven, por lo tanto, deben descartarse.
El Poder Real –el económico- es así, desaprensivo y descarta lo que ya no le sirve. En los países europeos más afectados por la crisis financiera, presidentes, cancilleres y primeros ministros desfilan por la pasarela y el más obediente es elegido para defender sus intereses. Las figuritas cambian y queda la más servil. Hasta no dudan en descartar al propio ciudadano, que se convierte en víctima de su avidez destructiva e ilimitada. Antes de presentar su renuncia, el premier italiano Silvio Berlusconi fue muy claro: presentó un paquete de ajustes a la medida de los requerimientos del mercado financiero. Y Mario Monti, su sucesor, profundizará esa “modernización” de Italia. En Grecia, Giorgios Papandreu fue reemplazado por Lucas Papademos en el cargo de Primer Ministro, porque es un claro defensor del modelo neoliberal que impone el FMI y que satisface a los mercados. En España, el PP desplazará al PSOE del gobierno para endurecer las políticas de ajuste y enriquecer a los más enriquecidos.
El Poder Real en Sudamérica tratará por todos los medios de mudar la crisis europea a la región, rica en potencialidades, pero nunca abandonará la facilidad con que obtienen cuantiosas ganancias en la economía virtual, en el “anarcocapitalismo”, como lo definió La Presidenta en su intervención del B-20, en la cumbre del G-20 realizada recientemente en Cannes. Y para lograr ese resultado no dudan en utilizar a los periodistas que, con docilidad, defienden esos intereses con uñas y dientes, aunque puedan provocar el desánimo, el malhumor, el malestar de toda la población. Aunque sometan a un país a la peor de las crisis. Pero para eso deben posicionarse como perpetuos opositores al poder político y por tanto persistentes oficialistas del poder económico, el peor de todos, el más salvaje, el más destructivo e inhumano, el que ya conocemos y no tenemos que olvidar.
El cine siempre suele poner luz en estos focos que hacen a la labor periodística en tiempos de monopolios y concentración informativa. Anoche fui a ver la película "Contagio" de Steven Soderbergh.
ResponderBorrarLo interesante del film radico en como Jude Law (Alan) encarna a un periodista free-lance "bloguero" que pone en duda las versiones oficiales que salen diariamente en la prensa tradicional; Siempre que interviene y se cruza con los portavoces de las corporaciones lo hace utilizando como arma a las redes sociales; desde un twitt, facebook o un blog; Su investigación y persistencia gana adeptos y los ciudadanos afectados o no, creen en su palabra mas que en lo que los medios tradicionales ofrecen como información.
Es una película pochoclera, pero que a partir de esa vuelta de la credibilidad comunicacional llamo mi atención.
La recomiendo.
La lucha recién comienza y está claramente establecida, Profe. Acá en Santa Fé, comenzamos por aumentar el agua, preciado e indispensable elemento, un 130%, una acción claramente socialista de cara al pueblo que los votó. Es el primer sarpazo. luego veremos desfilar una andanada de aumentos que intentarán minar nuestros bolsillos en un claro boicót a los avances económicos logrados desde la Nación. Cuando tengamos que destinar el doble o el triple de lo que antes destinábamos a pagar nuestras obligaciones, dinero que no podremos gastar en consumo de bienes, o sea, dinero que no irá a los comercios, estos hijos de puta dirán que las mejoras no son tales. Bien socialista. Sigo preguntándome que cosa enamora a rosarinos y santefesinos de esta pútrida casta de neoliberales disfrazados de socialistas.
ResponderBorrarLos grandes medios siempre han hecho de voceros del poder económico, no es noticia. Lo que es noticia hoy es que hay un pueblo que ahora los cuestiona, los incluye en el debate y ya no toma todo lo que dicen por verdad. Ya no son ni serán dueños de la verdad, ni informadores objetivos, ni periodistas independientes. Uno de los méritos más grandes que tiene 6,7,8 en mi punto de vista...
ResponderBorrarAcabo de terminar una tesina sobre "La complicidad de los medios gráficos en la dictadura", da asco ver como eran voceros de los militares los diarios -y varios periodistas- que hoy acusan al periodismo oficialista de recibir plata por bajar línea.
Interesante lo de la película Alvaro! Voy a verla y te cuento qué me pareció.