Cuando el autor de estos apuntes tenía dieciséis, en nuestro
país nadie votaba. 1979. El año anterior, la selección de fútbol había
conquistado el título mundial. Mucho
tiempo después saldrían a la luz las amenazas recibidas por algunos equipos
rivales para garantizar la victoria. Aunque deberíamos haber prestado más
atención a la oficialmente llamada campaña
anti-argentina, eso ya estaba olvidado. Un nuevo título deportivo sacudía
nuestra modorra. El seleccionado juvenil
había triunfado en Japón y un tal Maradona comenzaba a vestirse de héroe. Bastante
nos había entusiasmado la idea de tener programación televisiva a la madrugada,
antes de partir al colegio. En aquellos tiempos, la televisión abierta era la
única que había y tenía por costumbre cortar sobre la medianoche y dormir hasta
casi el mediodía. Y ser en blanco y negro, pero faltaban pocos meses parar
cambiar eso. Por estos motivos y algunos
otros más, aquella mañana no teníamos ganas de entrar al colegio. El
triunfalismo nos invadía, aunque era más una excusa para no dar clases. Como pocas
veces, todos estábamos en la puerta, construyendo
consenso para, después del timbre de ingreso, partir hacia el centro a celebrar.
Minutos antes de las 7:30, el cura director, gordo grandote pero bonachón, desde
lo alto de la escalinata, con su voz atronadora nos ordenó entrar. Después de
mirarnos con desconcierto, obedecimos y formamos en el patio como todas las
mañanas. El izamiento de la bandera se concretó con el mismo disco de siempre,
con sus marcas sonoras de pelusas y rayones que rompían el clima solemne del
rutinario acto. El cura siempre nos hablaba antes de mandarnos a los salones,
pero esa vez sólo nos dijo “vayan y festejen”.
Sin demasiado heroísmo o
trascendencia, habíamos conquistado un día libre. En cambio, los dieciseisañeros de hoy toman colegios para
demandar mejoras edilicias y defender los planes de estudio. Y en breve, podrán
votar.
Otros tiempos. La campaña anti-argentina no era otra cosa que
las denuncias de las atrocidades que se estaban cometiendo aquí emprendidas por
sobrevivientes en el extranjero. Ahora,
en cambio, sí parece haber una cruzada de ese tipo, pero comandada por
nostálgicos de aquellos tiempos. Y operan
desde adentro y un poco desde el exterior. Algunos son poderosos y otros
inofensivos. Entre estos últimos está la más vehemente. Elisa Carrió escribió
en estos días un tweet sumamente curioso: “debatir
tan libremente sobre todos los temas es un libertinaje. No sé si estamos en una
dictadura, pero el exceso de libertad es parecido”. Otros, en cambio, afirman que el modelo K mete miedo y coarta las
libertades individuales. Todo vale
para fundamentar la construcción de la imagen de un país que, esta vez, no
existe. No hay gobierno autoritario ni estamos aislados del mundo. Tampoco
se nos ríen en la cara, como dijo hace un tiempo un periodista que ha perdido
el rumbo, con un tono más agresivo. Los hechos demuestran todo lo contrario. La ampliación de derechos no es algo propio
de una dictadura en ningún país del mundo y la integración de diferentes
organismos regionales e internacionales da por tierra con la idea del
aislamiento.
En estos casi diez años de modelo K se han jerarquizado
derechos que durante mucho tiempo estuvieron pisoteados y se han incorporado
otros inimaginables. Después de haber obtenido media sanción en el Senado por
abrumadora mayoría, la semana que viene
comenzará a tratarse en Diputados el proyecto de ley que amplía el ejercicio
del voto. En las elecciones legislativas del año próximo podrán votar cerca
de un millón 400 mil adolescentes. Aunque en el plenario de comisiones se
debatirán varios proyectos, además del presentado por el oficialismo, y se
convocará a expertos y jóvenes para que brinden su punto de vista, no tardará mucho en promulgarse la ley.
Las diferencias entre las propuestas pasan por la obligatoriedad o no del voto.
También, por la manera de incluir a los extranjeros radicados en el país.
Tampoco estamos aislados del mundo. De lo contrario, no integraríamos tantos organismos internacionales ni
crecerían nuestras relaciones comerciales en el exterior. Ni hablarían tan
bien de nosotros personajes como James Carter, Joseph Stiglitz, Jean-Luc
Mélenchon, Frank La Rue y muchos más que
ven que el modelo K funciona mejor de lo que se dice. Los informes de la
CEPAL no dejan de destacar las mejoras relacionadas con el crecimiento
económico y la re distribución del ingreso. Y no sólo eso, que es algo
esperable con semejante potencial, sino la propuesta política despierta el
interés mundial. Desde el 1° de enero y durante dos años, Argentina formará parte del Concejo de Seguridad de la ONU, por
decisión de 182 votos sobre 193. De tan aislados que estamos, obtuvimos más
voluntades que las 129 necesarias.
Y aunque algunos celebren el acoso de los fondos buitre, la
razón está de nuestro lado. No conformes
con embargar la Fragata Libertad en Ghana, dos de ellos quisieron hacer lo
propio con las reservas en Suiza. El Consejo Federal, la máxima autoridad
de ese país, rechazó un pedido de NML -el buitre llamado Singer- y EM para la
usurpación de los fondos depositados en el Banco de Arreglos Internacionales.
Las autoridades suizas concuerdan con la posición argentina: el 7 por ciento de los bonistas que no
aceptó los términos de la reestructuración de la deuda no tiene derechos como acreedor.
Otros acosos son internos. Las multinacionales exportadoras
de granos intentan asfixiar al Gobierno Nacional reduciendo la exportación de
soja y de esa manera liquidar menos divisas en el Banco Central. Bunge, Cargill, Dreyfus y Noble son algunas
de estas empresas que apelan al mecanismo de la extorsión para beneficiarse con
la evasión impositiva. Como la AFIP tomó la decisión de cobrar una deuda de
más de 600 millones de dólares por
evasión de retenciones, las exportadoras se defienden como mejor saben.
Pero Ricardo Echegaray cuenta con herramientas para enfrentar a estos monstruos
que especulan con el producto de nuestra tierra. La reducción del tiempo de las
habilitaciones en las terminales portuarias y la suspensión del Registro Fiscal
de Operadores de Granos, como ocurrió con Bunge algunas semanas atrás son
algunas de ellas. Estas pujas demuestran
que no se puede negociar con los grandotes:
hay que domesticarlos o destruirlos. Experiencias de este tipo sobran,
aunque después del 7D no tendrán tanta protección mediática.
Un nuevo país recibe el voto de los pibes. Un país con
ciudadanos enfrentados a individuos que se niegan a renunciar a algunos de sus cuantiosos
privilegios, aunque los carroñeros
presenten esto como división y no como conflictos propios de la ampliación de
derechos. Un país que, a partir de la crisis policial de Santa Fe, entenderá que la inseguridad es generada
por aquellos que deberían combatirla. Un nuevo país que ya empieza a
reconocer los errores y buscar las soluciones. Un país que, como nunca, necesita
fuerza, entusiasmo, creatividad y compromiso de todos sus habitantes. Un país que está en construcción y, por
tanto, abierto a todos los debates y que decide poner a los jóvenes como los principales
protagonistas. En este país votarán por primera vez mientras el autor
recuerda aquella travesura escolar en tiempos de la dictadura y algunas cosas
más.
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