Que un cepillo
evalúe el estado de la dentadura mientras higienizamos nuestra boca parece de
ciencia ficción, además de un exceso de masturbación tecnológica. Pero que
algunos países se muestren interesados por importar marihuana uruguaya escapa
los alcances de cualquier mente creativa. Cuando se buscaba otra salida para
combatir el narcotráfico con la producción legal del cannabis, surge la
posibilidad de un negocio. Tal vez sea un premio a la innovación política, a la
audacia para trastocar el libreto impuesto por el Imperio. Porque la Historia
demuestra que para cambiar el estado de las cosas, sólo hay que tomar la
decisión de cambiar. Nuestra región está
aprendiendo a no pedir permiso para tomar las riendas soberanas y los
resultados empiezan a vislumbrarse. De a poco, los mandatarios comienzan a
mirar con más atención a sus pueblos y sus necesidades, por más que los
exponentes del Poder Fáctico zapateen hasta el absurdo. Con echar una mirada
hacia el Norte, sumido en una crisis
económica producida por la angurria de los especuladores, encontraremos una
ecuación: si los sumisos gobernantes abandonan a sus ciudadanos, cualquier país
se desmorona.
Cuando en
Uruguay comenzó la discusión sobre la legalización de la marihuana, muchos
pensaron en un nuevo episodio de una pintoresca
historieta. Pero el vecino oriental no sólo despenalizó la tenencia y el
consumo de esa hierba, sino que instituyó el rol del Estado en su producción y
comercialización. Intrépido, insólito,
histórico. Y el premio está en el interés que despertó en países como
Canadá, Chile e Israel para comprar el producto con fines medicinales. Algunos
laboratorios están pensando en instalarse en ese país para investigar su
potencialidad y desarrollar fármacos para diversas enfermedades. Un panorama
diferente al de nuestro país, en el que una
parte importante de la riqueza territorial está sometida al dominio destructivo
de la soja y a los caprichos especulativos de los terratenientes.
Ya en 2008,
los estancieros manifestaron su intención de no ser gobernados, sino todo lo
contrario. Aunque muchos estudios científicos confirman el desgaste que la
producción del poroto ocasiona en la tierra, las fronteras de su cultivo siguen
avanzando como una plaga imparable. En
algunas provincias se sacrifican bosques para calmar tanta gula, con la
indiferencia y hasta complicidad de los gobernadores. Las intenciones del
Gobierno Nacional de diversificar los productos agropecuarios, han quedado sólo
en eso. La tierra, que es patrimonio de
todos, no puede quedar en manos de la avidez individual. Si la ley permite
que los privados la exploten es para que los beneficios sean colectivos. Sin
embargo, los dueños temporales de la
tierra hacen lo imposible por negarse a compartir. Qué distinto sería todo si
fueran tan generosos como la tierra que explotan, si estuvieran tan ligados a
las raíces como los productos que convierten en dólares, si no resultaran tan
patéticos y mezquinos sus constantes lamentos. Inimaginable sería que los popes de la Sociedad Rural o Federación
Agraria se sumen a un plan de producción cannábica, aunque les vendría bien
aspirar sus relajantes humos.
Una película
y la cruda realidad
Repugnante
el personaje que Leonardo Di Caprio construye de manera magistral en El lobo de Wall Street. Adicto al dinero para consumir drogas o
adicto a las drogas para acumular dinero. Sus enérgicas –y reiterativas- arengas
para contagiar la pulsión por la posesión de riquezas resultan muy oportunas. No
como una pueril moralina sino como una severa advertencia. Lástima que el peso
de la ley caiga sobre un mediano y no
sobre los grandotes, que ponen en riesgo el equilibrio del mundo apostando a la
ruleta el destino de todos. Jordan Belfort debió ser peligroso y no el
pillo encantador que presenta Martin Scorsese en su última película. Tipos como
ése son los que alcanzan la cima
pisoteando todas las cabezas posibles, aunque
los que pisan más fuerte interrumpieron su ascenso. Y en esa escalada, van sembrando
un desierto de pobreza sin recibir, siquiera, una reprimenda. Por el contrario,
las revistas del corazón financiero los coronan con el podio de los más ricos en
lugar de repudiarlos por lo miserables que son.
Y si pueden
multiplicar sus descomunales fortunas es porque pocos se atreven a ponerles
coto. Que nadie venga con la zoncera del almacenero que con esfuerzo,
iniciativa y ahorro logra instalar dos supermercados, porque no estamos
hablando de esos pequeños casos. El comerciante del ejemplo no figura entre los
cien más ricos del mundo y sus trampitas
no hacen tambalear la economía global, apenas un dolor de cabeza para un
inspector. A esos cien más ricos no los inspecciona nadie y por eso están donde
están. En lugar del traje a rayas, le extienden la alfombra roja. En vez de repudio,
despiertan admiración.
Y si alguien
intenta acercarse a sus balances, enseguida denuncian persecución fiscal o
alguna sandez semejante y jueces serviles ofrecen un paquete de cautelares para
asegurar su protección. O aparecen los
apologistas mediáticos que transmiten los lamentos de los que nunca pierden.
Lo hemos visto en 2008 con el lock out de las patronales agropecuarias y ahora
con las empresas de distribución eléctrica. También con la especulación sojera
o la piratería de los precios.
Pero de las
exportadoras de cereales se habla muy poco. Tanta protección necesitan que las
marionetas de los medios no son capaces de balbucear su defensa. Multinacionales
que apelan a sus más viles mañas para evadir las cargas impositivas que les
corresponden. Algunos se preguntarán qué hace el Gobierno para ponerles freno. De todo: advertencias, denuncias y multas
incobrables gracias al amparo judicial. El difundido mecanismo de la
triangulación de exportaciones permite a estas compañías gambetear al fisco. La
maniobra consiste en facturar bienes a un destino con baja tributación para
después enviarlos a otro lugar.
Con el fin
de no pasar por giles, el demonizado titular de la AFIP, Ricardo Echegaray
anunció que a partir de ahora, cuando
una empresa multinacional triangule exportaciones deberá realizar un pago a
cuenta del impuesto a las Ganancias. Un anticipo del 0,5 por ciento si la
facturación se realiza en una jurisdicción que comparte información fiscal y en
caso contrario, una alícuota del 2 por ciento. “Creemos que
muchas empresas van a cambiar su comportamiento y estrategia comercial –expresó el
funcionario- Esperamos que el complejo sojero deje de utilizar Hong Kong y Macao
para triangular sus exportaciones. Queremos
que sean más transparentes”. Y existen muchos paraísos fiscales que convierten
en infierno la economía mundial.
De más está decir que los exponentes del Poder
Económico siempre encontrarán la forma de esquivar los controles estatales. Y el
equipo K siempre busca la manera de domesticarlos, algo pocas veces visto en
nuestra historia reciente. Todo un
mérito enfrentarse con estos grandotes. Por eso, todos sus integrantes
merecen un apoyo mucho mayor que el recibido en las últimas elecciones. Una
tibieza inusitada. Poca fuerza, como si
nos avergonzáramos por apoyar al proyecto que más ha transformado la vida en
nuestro país. Como si no estuviéramos del todo convencidos de que éste
es el camino hacia un país inclusivo. Como si especuláramos con la posibilidad
de un "fracaso". Como si los
mentirosos titulares nos hicieran dudar de la veracidad de los logros. Quien
niegue que estos diez años han sido los mejores desde mediados de siglo pasado es
muy cínico o no entiende nada.
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