Según uno de esos extraños rankings que pululan por
allí, Lizzie Velázquez es considerada –vaya
a saber por quiénes y a fuerza de qué parámetros- como “la mujer más fea del mundo”. Por una extraña enfermedad, esta
joven de 24 años no puede asimilar los alimentos y su aspecto es piel y huesos. Lejos del desmoronamiento
que puede provocar esta situación, se ha convertido en una oradora motivacional
de las que aceptan las cartas que le han
tocado y tratan de convertir las debilidades en fortalezas. En este caso,
la fealdad en belleza. No es con hechizos ni besos encantados como se puede
lograr semejante transformación. En nuestro país, las mutaciones se producen a
fuerza de lamentos y de esta forma, los más ricos lloran más que los más
pobres. Y eso los vuelve verdaderamente
horribles. El Poder Fáctico está intentando recuperar terreno y para eso
está convocando a su tropa. Ahora, parece concentrarse en el grupete de estancieros que, como siempre, arrancan el año con
los lloriqueos a que nos tienen acostumbrados. Y sus lanceros –medios
hegemónicos y políticos falderos-
están preparando sus armas habituales.
Ahora que estamos prestos para estrenar el nuevo
IPC, los periodistas del establishment
hacen lo imposible para erosionar el debut. En estos días se esforzaron en
afinar sus lápices siempre en un mismo sentido: convencer a su manipulado público de lo mal que estamos. El tema
favorito y en el que mejor saben dibujar son los números. Los que sean. El
clima capitalino los ayuda para multiplicar el calor que derrite a las
principales ciudades del país. Y en un esfuerzo de producción, dedicaron parte de su programación a
destacar cuánto aumentaron las cosas desde 2003 hasta ahora. De acuerdo a
los índices oficiales, la inflación en estos diez años fue del 231 por ciento y
los datos opositores –siempre el doble-, indican 462 por ciento. Escalofriantes cifras, por supuesto,
arrojados al desconocimiento público fuera de contexto y sin historia.
Una historia que haría cerrar sus insistentes y
agoreras bocas. La dictadura dejó en nuestro país más de 300 mil por ciento de
inflación, el alfonsinismo, superó 1972000 y el combo menemismo más Alianza y después, algo más de 11700 por ciento.
Si fueran capaces de reconocer algún
logro de esta década, uno no se enojaría tanto con ellos, pero como son
malintencionados, debemos estar pendientes de las sandeces que arrojan a la
escena política y desbaratarlas con energía. Porque más allá de los fríos
números inflacionarios, el poder adquisitivo de los salarios ha mejorado como
nunca. Tanto el salario como el haber
jubilatorio mínimos han triplicado su capacidad de compra desde 2003 a la fecha.
Por supuesto que estos datos no están incluidos en sus
malsanos informes. Para construir un
cacerolero no tiene que haber información sino prejuicios que se amplifican con
cada zócalo, con cada titular. El objetivo es que cada vez haya más
descontento. Un público tan obstinado es el que crean que, a pesar de que aparezcan
otros datos sobre la mesa, jamás renunciarán al desprecio visceral que sienten
por el proyecto en curso. Un público
desmemoriado y caprichoso que nunca reconocerá que ahora está mejor que nunca.
Los amos y sus servidores
Desde hace unas semanas, los estancieros se han convertido en blanco de los coqueteos de
aquellos políticos que quieren vestir la banda en 2015. Si el fin de semana
pasado, Sergio Massa brindó una romántica
serenata, ahora es Julio Cobos quien
templa la guitarra para reeditar el
heroísmo de su voto no positivo. La promesa para una campaña que
comienza con demasiada antelación es la necesidad de una reforma tributaria
para “que el sector agropecuario pague
menos impuestos”. Así de simple y de sencillo. Una lengua larga y eficiente dispuesta a lamer botas de potro.
Una fortaleza lamedora que le impulsa a recitar los
más enredados trabalenguas. “Analizamos la situación que está
atravesando el país respecto de la falta
de competitividad producto de la inflación y el serio daño que causa ésta a
las economías regionales y a los pequeños productores. En este sentido,
coincidimos en la necesidad de avanzar
con acciones que den fortaleza institucional al país, generar certidumbre
para lograr inversiones genuinas”, dijo el pequeñajo mendocino. Como si favorecer la angurria chacarera resultara beneficiosa
para la economía del país: en lugar de invertir lo ganado lo transforman en
dólares y lo guardan en alcancías gigantes. Encima escatiman los productos de
la tierra para forzar una devaluación, lo
que provocaría más inflación. Y el ex vice de Cristina promete desfinanciar
al Estado para garantizar mayores ganancias no a todos, sino a una minoría. La traición es un viaje de ida, no te subas.
Y lo más gracioso
de este episodio es que uno de los principales objetivos de Cobos es lograr la
fortaleza institucional, precisamente él
que con su voto lo único que fortaleció fue el clima destituyente que planeaban
los patricios. No sólo es traidor por convertirse en opositor dentro del
Gobierno, sino por actuar en contra de los intereses de la mayoría. Si todos somos el campo, como se decía en
aquellos tiempos, la ganancia debería
ser compartida y no restringida a los que ya no saben qué acumular.
El director
técnico de esta movida no es otro que el presidente de la Sociedad Rural, Luis
Etchevehere quien, en un comunicado comenzó a impartir órdenes a la tropa. “Solicitamos que en el ámbito legislativo se
coordinen los diferentes proyectos relativos al campo para que puedan aprobarse
y no haya cinco proyectos de diferentes fuerzas que no se puedan coordinar
entre sí”, expresó el estanciero. ¿Qué es lo que quieren?, se preguntarán
algunos. La respuesta es sencilla: que
el Estado garantice sus descomunales ganancias pero que no les toque un
centavo. Y, en caso de que el clima malogre apenas un grano, exigen
subsidios y créditos blandísimos a no devolver nunca. Una especie de liberalismo patológico con unos toques de socialismo
distorsionado. Algo así como que las ganancias son sólo nuestras y las
pérdidas, de todos.
Todos tienen
recetas para frenar la inflación, que si bien es molesta, todavía no es
alarmante. Como ocurre con todos los
temas que abordan, en lugar de buscar soluciones, acrecientan la inquietud.
Lo que nunca van a revelar Cobos ni los expertos que danzan en los medios
dominantes es cuál es la causa de la inflación. No son los salarios, como
expresan los empresarios, ni la ayuda social, considerada ‘gasto’ por algunos personeros del establishment. No es la emisión
monetaria ni la presión impositiva. La
inflación es el resultado del accionar especulativo y desestabilizador de los
que se niegan a refrenar sus angurrias, como esas bestias mitológicas que,
ante el olor de la sangre pierden el control y se abandonan al salvajismo más
destructivo.
No es la sangre
lo que los excita, sino el perfume del dinero de un país en crecimiento. Las babas inundan sus pestilentes quijadas
cuando advierten que parte de sus ganancias van a parar a manos de los que
menos tienen. Por eso pugnan por los ajustes, por un enfriamiento de la economía, por una devaluación, por un cambio de
gobierno. Tanto desenfreno en su avidez
los convierte en seres monstruosos, horripilantes. Tanto, que la fealdad
por la que tanto se lamenta Lizzie queda opacada por el horrendo rostro de los
que se quieren quedar con todo.
Son, horripilantes. Si miras las fotos de las fiestas "caras" "blancas", las de la "nobleza" de algunos estados europeos, hay poco de "lindo", mucho repetido, sobre todo, lamentablemente, en muchas mujeres, una clonación de una supuesta belleza que no es mas que un estereotipo. En el caso de las vedettes o modelos , piquea en google , fulana de tal imagenes, todas iguales, 1,2, las mismas poses, todo repetido, en fin la autentica belleza, hermosura, no está allí.
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