A chiquicientos kilómetros de Rosario, el Autor de
estos Apuntes disfruta del mar, la playa y de las quemaduras de cualquier grado que el sol –opositor,
en este caso- ha propinado a su blanquecino cuerpo. Valeria del Mar es un pueblecito tranquilo, encantador, aunque
abunda más la arena que en ningún otro lado; una arena que, en combinación
con el inclemente viento, ha tomado la decisión de azotar los poros y persistir en el intento de introducirse por
cada agujerito que encuentra en el camino. Con una hamaca y un tobogán, las
orejas pueden transformarse en una original placita. Diminuta, eso sí. Otra
cosa llamativa de Valeria es el tamaño de la playa: uno siente que tiene que
caminar muchísimo antes de poder sumergir las carnes en el templado y casi
tranquilo mar. Pero, cuando uno está de vacaciones, todo es disfrute y hasta tiene un poco de tiempo para pensar
en los asuntos trascendentes de nuestra política vernácula.
Ya desde el momento mismo de la salida en la
Terminal de Ómnibus Mariano Moreno, los hechos exigían una interpretación. Los
servicios hacia la Costa Atlántica salían cada quince minutos, algo insólito, de acuerdo a lo que comentó
el coordinador de una empresa. Un joven turista sanlorencino, estudiante
que venía de Carlos Paz de pasar unos días con sus amigos para trasladarse a
Villa Gessell para veranear con su novia, comentó que la gente viajaba tanto “para evitar que la inflación se coma los
ahorros”. Como profesor en vacaciones, el
escriba de Apuntes Discontinuos no quiso explicar demasiado, pero descartó
la idea con un comentario humorístico, elegante y a la vez tan gracioso, que
logró postergar toda posible discusión para un momento más adecuado.
Si la inflación deglute
los ahorros, lo mejor es invertir en algún bien durable. El dinero gastado en vacaciones es un excedente, una segunda instancia
de ahorro. Si mucha gente sale de vacaciones es porque, en cierta manera, los
salarios permiten destinar algún monto –pequeño o no tanto- a tan necesario
esparcimiento. Y está bien que así sea, porque forma parte del bienestar que tanto se quiere recuperar, para que
la vida sea algo más que trabajar y comer. Quien no se sienta emocionado al ver
a un trabajador que transita con su familia por los andenes de una estación con
su equipaje, tiene el corazón de piedra. Y quien se sienta disgustado por estas
escenas porque considera que las
vacaciones deben ser el privilegio de unos pocos, debería ser condenado a
unas semanas de pobreza, para que adquiera
un poco de conciencia solidaria
y deje de cacerolear de esa manera.
Los que
reniegan de la Década Ganada, seguramente
no se enteran de esos estudios económicos internacionales que dan cuenta de la recuperación del poder adquisitivo de
los trabajadores argentinos. Sin embargo, los nuevos vientos en nuestra
región han convertido en objeto de estudio la nueva realidad en relación a la
pobreza y la desigualdad. Sin embargo, los agoreros desfilan ante las cámaras
con la expresión más dramática que puedan dibujar en su histriónico rostro para
destilar –por supuesto- sus inconsistentes malos augurios en los medios hegemónicos. Nada de lo que se ha hecho ni se hará podrá frenar la hecatombe que se
aproxima en este año que, según sus deseos, resultará pésimo para todos y todas.
Pero no será así. Este año será como todos los anteriores: un Gobierno que sabe
conducir y afrontar los obstáculos que angurrientos,
conspiradores y nostálgicos disponen en el camino. Y esto no hace falta
demostrarlo porque sobran los ejemplos, con sólo revisar la historia reciente.
De paso, también se podrá constatar que siempre han fallado en todos sus pronósticos de los últimos tiempos.
Los expertos que no saben qué
decir
En realidad, no son expertos objetivos ni enviados
celestiales: son operadores de las grandes
empresas que buscan forzar el retorno del modelo neoliberal, que permitía
que unos pocos obtengan grandes ganancias con poco esfuerzo. Ahora también
ganan –y mucho- pero tienen que trabajar en serio e invertir si quieren ganar
más. Ahora hay un Estado que les exige crecer, no para acaparar y especular, sino para seguir creciendo. Aunque
las cosas están saliendo bastante bien, algunos insisten con las viejas recetas
que tanto daño han hecho. Por eso difunden esas banales ideas –las que tienden
a frenar la redistribución del ingreso- con forma de titulares o de opinión autorizada. Y el público prejuicioso o distraído las toma como norma y se convierte
en difusor cotidiano de semejantes despropósitos.
Un reciente estudio de FLACSO y de la consultora
Ibarómetro afirma que dos de cada tres argentinos gusta hablar de política. Lejos quedaron los tiempos de la
despolitización noventosa y del que se
vayan todos con el que inauguramos el nuevo siglo. Argentina es un país
altamente politizado y casi el 70 por ciento de sus ciudadanos considera que la
política tiene una gran influencia en la vida de los ciudadanos y el 60 afirma entender de política. Si bien
estos datos pueden resultar auspiciosos, sería interesante dilucidar qué quiere
decir entender de política. Si es repetir como loros lo que se escucha
en cualquier medio, sea el que sea, sin discernir cuánto de congruencia o de
veracidad contiene, no es para descorchar una sidra. Entender no es recitar
lo que otro coronado con cierto saber dice. Entender, en primer lugar, es
separar la opinión de la información y saber qué fundamentos tiene cada una de
ellas; después, apreciar su pertinencia y, sobre todo, descubrir su
intencionalidad. Pero, sobre todo, contrastar
lo que se lee o se escucha con lo que uno puede observar de la experiencia
cotidiana. Y, finalmente, intentar elaborar conceptos.
Si un político inmerecidamente premiado con cierta
cantidad de votos promete a los productores agropecuarios una baja o eliminación
de retenciones para contener la inflación, no
estamos ante otra cosa más que un coqueteo con los poderosos. Demagogia del
estilo más destructivo. Si se eliminan las retenciones a las exportaciones
primarias, a los productores les convendrá más volcar todo al mercado internacional que
al interno y eso puede provocar una baja
en la oferta y el consiguiente proceso inflacionario. El líder del Frente casi nada Renovador, Sergio Massa, sabe
confundir los conceptos con su inexpresivo encanto. Y como buen demagogo, sabe a dónde tienen que apuntar sus demagógicas
promesas.
Jorge Capitanich consideró estos dichos como “las propuestas que uno espera de la oposición;
propuestas grandilocuentes que no tienen
coherencia ni tampoco sistematicidad para un programa de carácter
estructural en materia económica”. Y el ministro de Economía, Axel
Kicillof, anunció que este año se exportarán 1,5 millones de toneladas de trigo
pero gradualmente para que no falte el pan a un precio razonable. Y agregó: “si fuera mejor la cosecha, todo el
excedente por encima de lo que requiere el mercado interno será destinado a la
exportación, cuando tengamos la certeza
de que no hay ningún movimiento especulativo”
Entender de política es comprender que gran parte de
la inflación no la genera el Gobierno ni es el resultado de las políticas
redistributivas. El proceso
inflacionario que hemos tenido en estos años no es más que los embates
especulativos de los que todavía insisten en quedarse con todo. Pensar la
inflación en clave política es encuadrarla en una operación que tiende a
desbaratar todo. Ah, entender de política también es analizar los hechos a la
luz de la historia porque los que hoy se
ponen el trajes de visionarios son los mismos que otrora apoyaron la salmodia
ortodoxa, el neoliberalismo que, como una bestia ciega, arrasó todo a su
paso.
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