Un grupo de estudiantes de
Harvard inventó un dispositivo para enviar aromas a través de los teléfonos
inteligentes. De esta manera, un turista podrá mandar a sus familiares no sólo
las fotos de los paisajes sino sus olores. Los diferentes perfumes que exuda el
mar en su brava disputa con la orilla o el olor del hielo de un glaciar. O las
pestilencias de un mercado abierto o de algún monumento demasiado orinado por
los irrespetuosos del arte. Algunos ya están pergeñando el envío de hedores
gasíferos como broma a algún amigo o como
afrenta al que no lo es tanto. Hay
otros que merecen olores peores, y entonces, la imaginación vuela hasta límites
insospechados. Pero el Autor de Estos Apuntes está recién retornado de sus
vacaciones en la costa y desea abordar temas menos urticantes. Aunque es muy
difícil brindar una mirada optimista con el calor citadino que está al borde de
enloquecernos. Más aún cuando
comprendemos que las locuras humanas –por llamarlas de manera elegante- están desbaratando nuestro clima.
Mientras un veraneante se
siente culpable por una colilla o un papelito en la playa, nadie se avergüenza por la deforestación sin pausa en beneficio de los
agro-negocios. La angurria de algunos y la complicidad de otros permiten la
pérdida de miles de hectáreas de bosques, a pesar de la ley que los protege.
Desde su sanción, sólo en Salta fueron
arrasadas unas 360 mil hectáreas de frondosa arboleda, algo así como 164
canchas de fútbol por día. Y los intendentes de las ciudades más
importantes del país siguen aprobando la construcción de torres que no sólo
recalientan el ambiente sino que exigen cada vez más recursos energéticos para
su funcionamiento. Hay que frenar la
tendencia de llenar el país de sembrados
y edificios que sólo sirven para engrosar la billetera de unos pocos y arruinar
la vida de la mayoría.
El Estado en todas sus
dimensiones debe actuar para frenar tanta locura calorífica. En las grandes ciudades, una idea alocada
pero no muy compleja es que se expropien los inmuebles que están en la mira de
ser demolidos para convertirlos en espacios verdes, con césped, plantas y
árboles. Una de estas placitas cada dos o tres manzanas puede evitar el sofoco
que estamos padeciendo. Y el verde no sólo brinda frescura sino que atrae la
humedad, la lluvia que muchas veces se nos niega.
Una iniciativa interesante
-aunque resultado de una tragedia- es no
utilizar para negocios inmobiliarios el espacio dejado tras la demolición
de los edificios que explotaron en agosto por negligencias múltiples en
Rosario. Un espacio para la memoria quedará en ese lugar céntrico de la ciudad,
siempre y cuando no se convierta en un
monumento al cemento, como acostumbran a hacer los arquitectos socialistas.
Un poco de verde y algún monolito puede cumplir las dos funciones: el recuerdo
y la oxigenación urbana. Los extraños fenómenos climáticos y las altas
temperaturas invitan a pensar el país en clave un poco más ecológica. Más
humana y menos monetaria.
Los
aromas del mañana
Como estamos comprobando en
estos días, hay cosas verdes que no refrescan. A pesar de las restricciones y
controles, el dólar se está disparando, pero
no por problemas estructurales de nuestra economía, sino por bajezas morales de
algunos carroñeros. El presidente de la SRA, Luis Etchevehere, realizó su
más cínica confesión: “gana más el que
especula que el que produce”. No dijo esto preocupado, sino complacido porque forma parte de ese sector que tanto daño nos
está haciendo. Desenmascararlos ya es poco. Un mensajito de texto con olor
a bosta podría resultar un simpático
recordatorio. Pero los tiempos exigen algo más enérgico si estamos decididos a
la construcción de un país para todos. Ya
es hora de que demostremos nuestro hartazgo ante los boicoteadores de siempre.
Ya no merecen buenos modales los que nos quieren ver otra vez de rodillas.
Porque dicen que nos ofrecen el
paraíso, pero sólo son apologistas del infierno; se quejan por el cepo al dólar y después sueltan lágrimas
de cocodrilo cuando hay devaluación; se
lamentan por la pobreza pero son los primeros en protestar contra las medidas
de inclusión. Y no sólo protestan, sino que niegan recursos a través de la
evasión impositiva y la liquidación a cuenta gotas de los granos. Son miserables, porque quieren todo para
ellos, aunque, en realidad, merecen la ruina.
“Se van a
necesitar muchas décadas para recuperar en la Argentina tanto daño social”, reconoció La
Presidenta el miércoles, cuando anunció el lanzamiento del programa Progresar. Y más aún con estos tipos que no pueden
controlar su avidez. Mientras en los países adorados por esta caterva de
buitres se cercena el bienestar, en Argentina “estamos consolidando un sistema de seguridad social sin precedentes en
nuestra historia”. Desde estos Apuntes se ha dicho muchas veces: el crecimiento se produce de abajo hacia
arriba, a pesar de lo que pretenden los nostálgicos de la ortodoxia. Los
beneficiarios del nuevo programa, “son
los hijos del neoliberalismo, cuyos padres no tenían trabajo y no fueron
educados en la Argentina del trabajo y del esfuerzo y necesitan el apoyo del
Estado para salir adelante”.
Los
especuladores y evasores, seres individualistas y peligrosos, también fueron
educados durante el neoliberalismo de la dictadura y, sobre todo, en tiempos
del Infame Riojano. No sólo los jóvenes deben ser reeducados en la cultura del trabajo, sino también estas alimañas que insisten en
restaurar el modelo que saqueó nuestra economía. Y el Jefe de Gobierno
porteño, que pretende instalarse como La
esperanza de los carroñeros, se foguea por el foro de Davos como si allí
estuviera la tabla de salvación de un mundo que sólo promete ruinas. Ya no debe engañarnos su desesperada
convocatoria para rendir culto a los creadores de la crisis, esos personajes
que ostentan las mayores fortunas. Fortunas que no son producto del trabajo
esforzado ni el ahorro extremo, sino de
la especulación, explotación, evasión y corrupción. Más que reverencias,
merecen el repudio por provocar la pobreza que asola a gran parte de los
habitantes de este planeta.
Ahí no se discute sobre el futuro, sino sobre la
imperiosa necesidad de engrosar
cuentas bancarias a costa de negarnos todo. El futuro está en desterrar el neoliberalismo de la economía global, esa
distorsión enfermiza del capitalismo, su lado más salvaje y cruel. El
futuro está en reactivar la economía poniendo en manos de los que menos tienen
lo que siempre ha estado ausente: el bienestar. Para eso, los ostentadores de
fortunas, deben poner límites a su avaricia. Y si no los ponen ellos, los pondremos nosotros. Y deberemos ser más
drásticos.
El futuro está en la generación de empleos en condiciones
dignas, para que los desplazados se conviertan en consumidores. Consumo de lo necesario, no consumismo
obsceno de los que tienen de sobra. El futuro está en manos de los Estados,
siempre y cuando los gobernantes se sumerjan en las necesidades de sus
representados y se comprometan a satisfacerlas. Y que den la espalda de una vez
por todas a esos individuos que alcanzan
el orgasmo cuando sus fortunas se multiplican a costa del sufrimiento de las
mayorías.
Me gustó eso de mandarles olor a bosta x sms.
ResponderBorrarA mi, más que el olor, me gustaría mandarle toda la bosta. Pero todavía no inventaron nada para eso, salvo la puntería "en directo".
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