lunes, 24 de febrero de 2014

De gallinas, huevos y también de gansos


De nosotros dependerá que este febrero sea recordado por siempre. Las redes sociales instalaron la idea del Apagón de Consumo, que tuvo repercusión el primer viernes y después se fue diluyendo por falta de difusión en los grandes medios. Y no de Clarín, La Nación y todos los satélites, sino de los otros. Todos debemos ser los protagonistas de estas transformaciones en nuestros hábitos de consumo. Si queremos domesticar a los grandotes, debemos manifestar nuestro disgusto de la manera más intensa posible. Dar la espalda a sus abusos es la manera más efectiva de poner freno a la sangría de nuestras billeteras. No podemos esperar que el Gobierno se encargue de todo. En algo debemos ayudar, a pesar de los irresponsables mediáticos que convocan a la inacción. Sobre todo ahora, que ya comenzamos a tener en claro cuál es la operatoria con que los filibusteros expropian nuestros salarios.
Desde hace un tiempo, los grandes supermercados se han convertido en inevitables. Cuando comenzaron a asomar sus hocicos en las ciudades más pobladas, se esforzaron por mostrar algunas de sus ventajas. El hecho de comprar todo lo necesario en un solo lugar y a un precio más conveniente que en los negocios pequeños fue la manzana de la tentación. Una vez que se convirtieron en hábito y después de fundir a los comerciantes de varias cuadras a la redonda, abandonaron las buenas intenciones y se zambulleron en las ofertas engañosas y sobreprecios escandalosos. No son los únicos: la concentración en la producción de alimentos también incentiva la imaginación a la hora de satisfacer la codicia.
Desde el Estado, podemos esperar medidas y leyes que frenen el saqueo. Poner límites a la tasa de rentabilidad de cada uno de los actores de la cadena de producción y comercialización es uno de los pasos más audaces que puede darse. Controlar los productos que se ofrecen en las góndolas para evitar las trampas con que nos muestran productos tradicionales con agregados nuevos para multiplicar su precio. Impedir que las grandes empresas posean diferentes marcas de lo mismo, en un hipócrita escenario de competencia. Fomentar la aparición de cooperativas y empresas familiares y facilitar su acceso a las góndolas. Expandir mercados y ferias en todas las ciudades del país para establecer referencias en los precios.
Hay mucho para hacer en este tema y recién estamos comenzando a comprender que la inflación no es un fenómeno climático ni se soluciona con una rebaja salarial; que la reducción del gasto público o de la emisión monetaria nunca frenará la avaricia de los empresarios; que cuando el mercado es libre los consumidores quedamos cautivos de la mezquindad.
El Estado nacional puede establecer una nueva trama en esta historia y los gobiernos provinciales y municipales también pueden sumarse a esta contienda contra la piratería mercantil, en lugar de mirar para otro lado. Algunos intendentes toman partido para defender la mesa de los trabajadores, impulsando mercados y ferias populares. Otros son más contundentes. Berazategui –la ciudad bonaerense que se ha hecho famosa por el paso de un tornado en estos días- debe ser la única que prohíbe la instalación de supermercados o cadenas de electrodomésticos de más de 1000 metros cuadrados. En 1996, Juan José Mussi firmó la ordenanza 2960 y su hijo, Juan Patricio, reforzó la decisión para impedir que los comercios de gran escala aplasten a los pequeños. El resultado: 9000 negocios que garantizan la creación de empleos y una verdadera competencia.
Los que nunca se llenan
En estos días, los medios hegemónicos sacaron a relucir el sueldo que cobra La Presidenta, con la obscena intención de seguir arrojando bolas de estiércol en la opinión pública. Pero también de confundir, tapar, minimizar los esfuerzos del Gobierno Nacional para garantizar la redistribución del ingreso. El plan Progresar es una nueva inyección de recursos para incluir a un sector vulnerable de la sociedad: los jóvenes entre 18 y 24 años serán beneficiados con una suma mensual para terminar su formación educativa. Una cifra que se vuelca al mercado interno para contribuir al crecimiento. Porque este Estado se ha convertido en garante de la redistribución, mientras los grandes empresarios fugan, evaden y especulan con la escandalosa protección de los medios consustanciados con el establishment.
Y no sólo eso: también intentan apropiarse de esas sumas incrementando los precios. Si no abundaran estas reacciones mezquinas, alcanzar la equidad sería más sencillo. Porque además de fugar, evadir, especular y expropiar salarios se lo pasan cuestionando, criticando, exigiendo y conspirando. Y encima, de lo que ganan, invierten muy poco en el país porque desconfían del proyecto que los ha enriquecido como nunca. Y por si esto fuera poco, envían a sus sicarios políticos y mediáticos a instalar la posibilidad de bajar los salarios.
Cristina, desde Florencio Varela, llamó una vez más a la coherencia. No maten a la gallina de los huevos de oro que les ha dado muchísimos huevos, que ha engordado muchas canastas y les ha permitido hasta crecer e invertir en el exterior gracias a la rentabilidad que obtenían en la Argentina. No significa solidaridad, significa inteligencia, necesidad de seguir manteniendo y sosteniendo este crecimiento”.
Contra todos los pronósticos de los expertos en economía, en 2013 nuestro país creció un 4,9 por ciento respecto al año anterior. Y si esto ocurre es porque el Estado distribuye con todos los mecanismos a su alcance. No con dádivas o subsidios para vagos sino con planes y programas que cubren los espacios que los privados se niegan a ocupar, aunque les sobren recursos para hacerlo. Algunos caraduras hablan de crisis terminal, olvidando que estos diez años de kirchnerismo han sido los mejores desde mediados de los 70. Y en muchos sentidos. Si la desocupación alcanzó en el último trimestre de 2013 un 6,4 por ciento no es por la generosidad de los que más tienen, sino por la insistente prédica y la comprometida acción del equipo gobernante.
Si ya dijimos que estos sectores fugan, evaden, especulan, expropian salarios, cuestionan, critican, exigen y conspiran, falta agregar que también lloran. El colmo sería que pidan una pastillita para curar el empacho. Eso sí, ante cualquier medida que tome el Gobierno para limar apenas sus privilegios, salen a recitar un rosario de lugares comunes republicanos, denuncian autoritarismo y sobreactúan como doncellas mancilladas. Si un grupo de vecinos manifiesta su disconformidad por los precios o distribuye afiches con los rostros de los dueños, afirman que se sienten atacados y declaman que con la violencia no se llegará a ningún lado. Nada más violento que sus ganancias, sus precios, sus productos tramposos. Nada más autoritario que el poder fáctico, que pretende gobernar a su antojo y para siempre sin que nadie los vote. Sus integrantes no son merecedores ni de la gallina ni de los huevos. Hasta ese punto nos tienen.

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