Un alivio que Tinelli no
intervenga en Fútbol Para Todos. Mejor,
porque todo lo que toca lo convierte en estiércol. Que evacúe sus productos
intestinales en la cloaca más afín. Después de un año de descanso –no sólo
de él, sino de las mentes vulnerables a sus baratijas- volverá a El Trece para
mostrar lo peor de una parte de la sociedad, su cara más mórbida y superficial, obscena y cruel. Mujeres y
varones semidesnudos exponen las partes más retocadas del cuerpo para que
espectadores-cavernarios babeen hasta la deshidratación. Aquí también vale el consumo responsable para despojarnos de una vez por
todas de esos espectáculos noventosos, lascivos, retrógrados y humillantes.
Tinelli es un forúnculo en el trasero de nuestra cultura y sería saludable que,
en lugar del rating que espera, reciba el vacío que merece. Si el primer
viernes de febrero los ciudadanos evitaron la compra en supermercados para
protestar por el abuso en los precios, sería
bueno que el nuevo ciclo de sus
enloquecedores griteríos televisivos sólo despierte en el público un coro de
grillitos. Que nadie interprete esto como una forma de censura, porque es
una exigencia: si quiere ganar plata que
se esfuerce un poco más, que sea respetuoso, creativo y que, desde el
entretenimiento, apueste a un futuro mejor.
Alguno se estará preguntando si
la idea es que Tinelli se dedique a un programa de ópera o música de cámara. No, hasta algo tan sublime sería
bastardeado por su estilo vociferante y colorinche. El personaje que ha
creado es el que está desenfocado, desactualizado, desubicado. El público es el que debe demandar un nuevo
personaje para un contexto distinto. No tiene necesidad de seguir lucrando
con lo mismo. Si debe tener la capacidad y los billetes para apostar a algo
diferente, menos fácil. Quizá pueda
hacer un aporte a estos tiempos, aunque no encabece las mediciones del
manipulado rating. Así como los consumidores están organizando nuevos
apagones para frenar el aumento de los precios, quizás deberían diseñar alguna
estrategia para hacer click no sólo a
Tinelli, sino a otros personajes que
también nos roban durante nuestro
tiempo libre.
Seguro que desde el otro lado
denunciarán escraches o patrañas por el estilo. Ante los afiches que
aparecieron el viernes en las calles porteñas, el repudio de cuatro entidades empresarias no se hizo esperar.
Claro, los carteles exhibían la foto con el nombre de los responsables de
Shell, Coto, Frávega, Carrefour y Jumbo y no están acostumbrados a estas cosas.
Todo ladrón afirma su inocencia y se
enoja cuando lo acusan. Por eso, en una actitud corporativa, ACDE, AEA,
IDEA y la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Argentina, Amcham repudiaron
esta “metodología difamatoria” y,
como asomo autoritario, pidieron “que se
tomen las medidas necesarias para desalentarla y sancionarla para que no
continúe”. Si quieren que no haya
afiches, que dejen de saquear nuestros bolsillos. Mientras tanto, y
envalentonados con la reacción de los popes
de la economía, estas movidas deben continuar para domesticar a las bestias.
El
círculo y sus mentiras
Porque no es exagerado afirmar
que hay un poco de desesperación en los
integrantes del círculo rojo. A no confundir: que sea rojo no quiere
decir filo-comunismo o algo parecido; el
círculo es rojo porque es muy peligroso y todavía conserva mucho poder. Y
la angurria los obliga a tratar de desmoronar lo que hemos construido con tanto
esfuerzo. No quieren cambiar las cosas para que todo mejore, sino todo lo
contrario, porque ellos se benefician
más con las crisis que con los tiempos de bonanza. Cuando hay desocupados y
trabajadores empobrecidos, ellos
consiguen mano de obra por unas monedas. Cuando hay un Estado que mira para
otro lado o que sonríe complaciente,
ellos pueden hacer los estropicios más descabellados para ganar un poco más.
Cuando hay un mercado interno reducido, ellos pueden exportar lo poco que
produzcan y forzar al Gobierno al endeudamiento para especular con los bonos. Ellos no quieren nuestro crecimiento porque
cuando estamos abajo nos pueden pisotear mejor.
La desesperación se pone en
evidencia en las operaciones mediáticas
que, de tan manipuladoras, parecen paródicas. Después de haber agotado los
recursos creativos para demonizar a Capitanich y Kicillof –Moreno es
inagotable-, reflotaron la comedia de Boudou. Por supuesto, con la inestimable colaboración de una justicia
dilatoria y errática y de unos exponentes de la oposición dispuestos a todo con
tal de conseguir pantalla. Después de dos años de investigación, todavía no
ha sido procesado. En esta semana el fiscal sólo pidió al juez una declaración
indagatoria, el primer paso para decidir la continuidad de un proceso.
Un proceso que se inició con
las denuncias de Lanata en su programa radial, más destinadas a castigar al Vicepresidente por la estatización de los
fondos de pensión que a construir un escenario político más transparente.
Porque el enredo que armaron con esta historia, de transparente no tiene nada.
A pesar de esto, muchas voces obedientes salieron a exigir la renuncia, el
juicio político o cuanto mucho, una licencia. Las comparaciones serán odiosas
para los que salen perjudicados con ellas, pero el Alcalde del principado amarillo, Mauricio Macri, está
a un paso del juicio oral desde hace más de un año, situación mucho más
comprometedora que la de Boudou. Un paso muy largo destinado a un integrante
del mentado círculo rojo y su mejor
exponente. Muchos dirán que no es lo mismo un vicepresidente que un Jefe de
Gobierno, pero no es cualquier jefe de gobierno, sino el mandatario de la capital del país, una ciudad que es de todos
los argentinos. Y, sin embargo, nadie sale a pedir su renuncia o su juicio
político. Tampoco la licencia, innecesaria porque parece vivir en ese estado.
Y
aunque muchos duden todavía de esta cuestión, los medios tienen una capacidad de daño enorme al contribuir al
desánimo, la desconfianza, la desazón. Con las manipulaciones, distorsiones
y mentiras construyen el universo cotidiano de su público y condicionan el humor
social. A tal punto que si uno se encuentra con alguno en la calle y le dispara
el clásico ¿cómo estás?, contestará,
seguramente, “¿cómo querés que esté, con
todo lo que está pasando? Y entonces, habrá
que explicar demasiado para deslindar el precio de cualquier cosa con la caída
de las reservas o la inseguridad jurídica con la delincuencia. Esa simple
pregunta despierta una batería de titulares agoreros y uno, como un hábil
tenista, devuelve los tiros con aclaraciones, desmentidas, datos y argumentos. Pero el interlocutor se quedará con la
sensación de que se ha encontrado con un pobre tipo cooptado por el relato K y
seguirá mascullando su odio y padeciendo por el catastrófico ambiente creado
desde los medios que le dicen la verdad.
Una
verdad que indica que el dólar blue –ilegal
a todas luces- es el que vale, que los
intereses de los poderosos son los de todos, que el Campo es Patria y que
los precios aumentan porque Cristina está loca, Kicillof nació en Marxilandia y
Capitanich habla mucho. Que el país está dividido, que transitamos hacia una
caída estrepitosa, que Macri hace todo bien y que Massa es la esperanza de
todos. Que nadie nos quiere, que somos
los peores y que el mundo despegó mientras nosotros estamos en gateras. Que
los K se roban todo, que La Cámpora es una pandilla de maleantes y que el
Congreso es la escribanía de la presidencia. Hasta se dan el lujo de afirmar
que el Papa quiere solucionar nuestra inexistente crisis. Y encima dicen que éste es un gobierno autoritario, que la libertad de
expresión está en peligro y que no se puede pensar distinto.
A
veces, uno tiene la sensación de que hay un público muy vulnerable a esas
construcciones mediáticas. Un blanco fácil para esas sencillas manipulaciones.
Y esto no quiere decir que no sean capaces para advertir estas nocivas
estrategias, sino que les cuesta romper
con el sentido común con el que han convivido durante tanto tiempo. Quizá
teman admitir que han malgastado tantos enojos, tal vez no se animen a confiar,
para no decepcionarse de nuevo. También puede ser que posterguen el click porque eso revelaría lo incautos
que han sido. Una pena, porque se están
perdiendo los momentos más apasionantes de nuestra historia.
ElPais siempre estuvo dividido en dos solo que la gran mayoria hoy se avivo por la gran honestidad de este gob. De no mentirnos.
ResponderBorrarEs difícil desintoxicar adictos, y eso parecen a veces ciertos consumidores de los medios monopólicos. El mensaje del Todo Negativo coincide con su propia weltanschauung, abona el "sentido común" que han construído por décadas. Coincido sólo parcialmente con Olga. El país estaba realmente dividido en los '90, con amplias mayorías marchando hacia el abismo...
ResponderBorrarMuy bueno, como siempre...