Cada vez que se anuncia un discurso de La
Presidenta, los carroñeros de siempre se ilusionan
en vano. Los que esperaban que los
aprietes pergeñados desde las oficinas de las grandes empresas conviertan en
realidad el tan añorado ajuste se quedaron con las ganas. Por el contrario,
CFK incrementó la inversión del Estado para fortalecer la inclusión social y
dinamizar al mercado interno. Ante el aumento del precio de los artículos de
consumo, ella habló de otros aumentos que le dan sentido a esta década ganada.
Y, para señalar un contraste que enloquece, hizo referencia a la fuga de capitales que se ha producido en
estos años, que supera los 140 mil millones de dólares. Si esa descomunal cifra
hubiera quedado en el país, los números de la economía serían mucho mejores. En
cierta forma, esa fortuna fue generada
por todos y es injusto que la disfruten unos pocos, un disfrute que sólo
pasa por la acumulación y la mera contemplación avarienta. Pero ya lo sabemos:
el capital no se lleva bien con la democracia, porque tiende a quedar en pocas
manos. Entonces, el desafío que se viene
para consolidar el camino hacia un país más inclusivo será la democratización del
capital.
Para eso es necesaria la presencia de un Estado
comprometido con los que menos tienen. Para los confundidos, no existe el Estado ausente, como
muchas veces se dice por ahí. Parafraseando una vieja canción, aunque no lo veamos, el Estado siempre está.
La diferencia está en la manera en
que esa institución manifiesta su presencia. Con el retorno a la
democracia, Alfonsín empeñó sus esfuerzos al fortalecimiento de las
instituciones, desafiando a la corporación militar y sus cómplices. En aquellos
tiempos, poco se hablaba de los beneficiarios económicos de la dictadura y por
eso, pudieron extorsionar a su antojo a
las autoridades legitimadas por el voto popular. En los noventa, el Estado
se convirtió en cómplice de la economía global concentrada y nuestro país se integró al mundo para desintegrar su
soberanía y aniquilar el ya magullado bienestar. No sólo cómplice, sino
también cínico, hipócrita y algunas esdrújulas más. Después llegó el anestesiado y servil Estado de la
Alianza, que nos dejó al borde de la extinción.
Y aquí estamos, transitando el onceno año del
Estado kirchnerista, que ostenta más
aciertos que ningún otro gobierno desde el retorno a la democracia y, a
pesar de eso, tiene que refundar su razón
de ser a cada paso. Los pocos errores que pueden contarse, pasan por no haber atacado el hueso del
poder en su debido momento, por haber confiado más en la persuasión que en
la coerción, por haber creído que el
sueño del país más inclusivo era compartido por todos. Errores que desatan
el asqueroso regodeo de los periodistas del establishment, la sonrisa torcida
con forma de burla, el acento triunfante en cada palabra. Errores corregibles
que son presentados con excesivo
fatalismo por las usinas de estiércol y replicados en la vida cotidiana por
prejuiciosos, confundidos y desmemoriados transeúntes.
Un cuadro explicativo
para todos… y todas
En estos días, algunos medios capitalinos no encontraron la manera de responsabilizar
al Gobierno Nacional por la crisis educativa en el Principado Amarillo. Entonces, apelan al silencio o, con un poco
más de esfuerzo, al simulacro. En la CABA, hay
un 25 por ciento de chicos en edad escolar que están fuera del sistema
educativo público. Los gremios docentes y los legisladores de la oposición
vienen denunciando desde algunos años atrás la decisión de la gerencia del PRO
de desinvertir en la escuela pública. Mientras
disminuyó el presupuesto para el sector público, se incrementó el del sector
privado. A esto se suma el nuevo sistema de inscripción on line que sembró
el desconcierto en muchos padres desde mediados de diciembre. En síntesis, a
pocas semanas del comienzo de las clases, más
de 17 mil chicos no tienen lugar en la educación estatal y no por falta de
recursos, sino por una artera decisión política.
El Alcalde Amarillo, Macri, no deja de prometer
exquisiteces y de ufanarse por el éxito de su gestión. Todo es un éxito aunque casi todo sea un desmadre. Claro, en los
medios que lo entrevistan, los periodistas evitan rozar las llagas de su
gobierno, una tentación para dedos comprometidos con la información. El sistema
on line ha sido un éxito, aunque ha provocado más de un dolor de cabeza a los
padres. Sin profundizar demasiado, un éxito es un triunfo, cuando todo sale
bien, no cuando provoca angustia en una
parte de la población, salvo que ése
sea el objetivo. Entonces sí puede hablarse de éxito. Desde la lógica
empresarial del ingeniero, si logra que una parte de los desplazados se vuelque
al sistema privado, su movida podrá considerarse exitosa. Porque el Estado, en la concepción PRO de la vida, sólo debe garantizar
las ganancias empresariales y un tenue goteo para los ciudadanos, que no
siempre son bienvenidos. No hay que
perder de vista a este siniestro personaje que los porteños nos regalaron como
amenaza para el futuro.
Porque el PRO promete el Estado cómplice de los
noventa, pero recargado, recrudecido,
enceguecido en su brutalidad destructiva. Sin exagerar, todo lo contrario
de lo que intenta el kirchnerismo. Quien duda que entre Macri y Cristina existe
un abismo insalvable no entiende nada o se hace el distraído. Quien piense que
pueden sentarse a dialogar con calma y alcanzar algunos acuerdos tiene
trastocada su percepción. En nada pueden coincidir, porque Macri es apologista del ajuste y de la desigualdad, mientras
Cristina sólo piensa en garantizar la equidad. Macri es creador de privilegios, mientras que Cristina sólo quiere
ampliar derechos para los que nunca han gozado de nada parecido.
Pero un objetivo tan imprescindible no es nada fácil
cuando hay tanto angurriento desenfrenado. La inflación no es un castigo divino
ni un fenómeno climático, sino el accionar destructivo de los que se quieren
apropiar del excedente para el consumo. Cuando
el Estado destina recursos para los que ascienden de a poco por la escalera del
bienestar, estos depredadores afilan sus colmillos para destinar eficaces
dentelladas. Entonces, La Presidenta pidió a los empresarios que “dejen de fugar y reinviertan en el país,
para apostar a lo que nunca hubo en la Argentina, una burguesía con conciencia
nacional”. Porque lo que ellos
llaman gasto público, en realidad es
una inversión para el mejor funcionamiento del mercado interno. El círculo
virtuoso que muchas veces menciona CFK, a diferencia del círculo rojo que exhala su fétido aliento.
Por si
alguno no ha entendido, la economía no es una ciencia exacta, sino pura acción
política. Y el Estado –en todas sus versiones imaginables- nunca está ajeno a su
funcionamiento. Para Cristina, el Estado
es una construcción política institucional que no dejará a los argentinos al
arbitrio de las leyes del mercado. Un mercado despiadado, impiadoso,
desaforado y sobre todo, antidemocrático.
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ResponderBorrarGracia. Y eso que lo leí muchas veces antes y después de publicarlo
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ResponderBorrarExcelente!!! Te felicito Gustavo, un análisis super certero y concreto....
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