Desde
tiempos inmemoriales, las piedras alimentan nuestras metáforas. Por su dureza, son sinónimo de fortaleza y por su
frialdad, de ausencia de sentimientos.
‘Cara de piedra’ puede expresar la desvergüenza o el exceso de hipocresía. Una
piedra puede ser el inicio de una construcción o una herramienta para comenzar a destruir. También tapa un bache del
camino o contribuye a obstruirlo. La
piedra puede inmortalizar a una persona o lapidarla para siempre. La
piedra: arma primitiva o material para el arte. Muchas cosas se pueden hacer
con las piedras, desde expresar un
rechazo hasta orquestar una mentira. Y en estos tiempos de cambio, las
piedras no sólo son materiales, sino también simbólicas. Si Macri esperaba
flores por sus irrespetuosas apreciaciones respecto a la dictadura y si
pretendía elogios por sus medidas, entiende
menos de lo que se supone. Pero no hubo piedras la mañana del viernes, sino la violencia represiva de un gobierno
que se aleja cada vez más de los que confiaron en sus propuestas de campaña.
Encuestas
de todos los colores confirman lo que se respira en las calles: las expectativas ante un nuevo gobierno dan
paso a la decepción. La pesada
herencia, los bolsos de López y las indefinidas trapisondas de Lázaro Báez
ya no alcanzan para conformar a un
público que percibe que las cosas no marchan bien. La tozudez con que Macri
intenta imponer un nuevo cuadro tarifario es lo que más desconcierta a muchos de los que creyeron en la Revolución
de la Alegría. Este extraño capítulo del cambio evidencia lo que muchos sospechan desde hace unos meses: no hay manera de disimular que gobierna
para favorecer a los más ricos en detrimento de los que menos tienen.
Por
más que el relato oficial trate de convencernos de que pagar mucho más es el
único camino para solucionar la crisis
energética que no teníamos, el
bolsillo se resiste a tamaño sacrificio, más aún cuando es acosado desde
muchos frentes. Por más que sometan a algunos vecinos de la CABA a sospechosos cortes de electricidad, no
han logrado demostrar que con tarifas infladas todo se solucionará. La treta de posicionar como víctimas a los
distribuidores de servicios no está dando resultado. Por eso, Macri trata
de buscar consenso en el arco político para presionar a los miembros de la Corte y que avalen el desmesurado
incremento.
No
para beneficiarnos, precisamente. Pagar más por los servicios es el nuevo capítulo de esta colosal
transferencia de recursos hacia los más ricos que estamos padeciendo. Si poblar nuestra mesa es mucho más caro
que antes de la asunción del empresidente,
en la devaluación, las retenciones cero y la eliminación de los cupos de
exportación habrá que buscar las
respuestas. Que comprar a diario un litro de leche signifique casi un 10 por ciento del salario mínimo es una
distorsión que excede cualquier explicación económica. Después de
beneficiar a los aliados agroexportadores, el Gran Equipo quiere congraciarse
con sus amigotes de otros sectores
empresariales a costa de nuestro bolsillo y nuestra dignidad. Nosotros somos los menos importantes en esta
Revolución de la Alegría que ya lleva ocho meses.
Flores en lugar de piedras
Hasta
en La Rosada reconocen que el consumo
está cayendo de manera alarmante en muchos rubros esenciales. Según la
subsidiara local de la consultora Kantar
Worldpanel, los hogares argentinos han
disminuido sus compras en un cuatro por ciento en el primer semestre en
comparación con el mismo período del año pasado. Esta empresa internacional insospechada de kirchnerista, en su
último estudio sobre el gasto de los argentinos, además de revelar este
promedio de caída, realiza una segmentación de la población de acuerdo al nivel
de ingresos y sugiere que el cambio no
nos afectó a todos por igual. “El
único nivel socioeconómico que pudo sostener su consumo –indica el informe Consumer insights- fue el alto+medio, que comprende el 22 por ciento de la población”. No
sólo lo mantuvo sino que lo incrementó
en un uno por ciento, a diferencia del bajo inferior que debió reducirlo en un
nueve por ciento.
La
memoria evoca el spot donde el Macri en campaña prometía que íbamos a estar
cada día mejor, con el puño de su mano derecha haciendo un enérgico gesto de
optimismo. La magia de los globos nos
metió en un túnel oscuro donde muy pocos disfrutan de la luz. Sólo la indiferencia
más cruel puede inspirar festejos por los resultados de la ceocracia macrista. Desocupación
creciente, recesión, nuevos pobres, persianas que bajan, locales vacíos conforman el decorado de una postal penosa.
Destacar estos aspectos no es poner piedras
en el camino ni abusar del pesimismo, sino
observar la realidad sin los adornos del marketing.
Y
no hay que ser un experto para concluir que estamos mal y vamos mal. Si los miembros del Gran Equipo creyeron
que llenando las copas de los más ricos se iba a producir un benefactor
derrame, hoy deben estar defraudados en
su buena fe. Los inversores esperan nuevas señales para producir la lluvia de
dólares tantas veces prometida y el
shock de confianza que parecía portar Macri no ha sido tan efectivo. Hasta
el JP Morgan –cuna económica de Prat Gay- desalienta a sus asociados a destinar
parte de sus fortunas en un país donde el
mercado interno se ha deteriorado tanto y el apoyo a la nueva gestión cae día a
día.
Un
colorido abanico de encuestas señala que la
imagen positiva de Macri decrece cada vez más, a pesar de la complicidad de
los medios hegemónicos que minimizan los
desaciertos y decoran el escenario con caricaturas de la pesada herencia.
Más de la mitad de la población no ve con buenos ojos lo que está pasando y
empieza a descubrir el engaño del que ha
sido víctima. Las excusas ya no alcanzan cuando las sombras invaden nuestra
vida cotidiana. Y menos aún cuando nos
exigen más sacrificios de los ya realizados.
Si
hay piedras en el camino del cambio, son
las que el propio gobierno está poniendo. Si el ocupante ocasional de La
Rosada recibe abucheos en sus actos públicos, no es por un exceso de
agresividad en los malos perdedores.
Si la única manera de contener a los excluidos es la represión, no esperen
palabras de aliento. Si pretende que aplaudamos el innecesario ajuste que estamos padeciendo, está mirando el canal
equivocado. El viernes no hubo piedras en Mar del Plata, sino las flores de la resistencia que pugnan por
recuperar la dignidad que en poco tiempo han borrado de un plumazo.
Está confirmado que sí hubo piedras al auto de Macri. Ojalá lo corrijas el próximo artículo, aunque seguro no lo hacés y hacés la gran Clarín.
ResponderBorrarLo más triste de todo es que si uno decide aceptar que esto es una lucha entre ricos y pobres, como comentaste antes, que podemos pensar de una familia que jactándose de representarlos multiplica su fortuna personal más de 1000% durante su mandato, mientras a más del 20% de la población los mata de hambre y, les da futbol gratis para hacerles creer que está de su lado. Luego los visita en la villa con joyas y relojes que valen miles de dólares.
Bajo, Gustavo, muy bajo verte defender al Kirchnerismo con tanta vehemencia.
No hubo piedras, Ricardo. El jefe de policía lo afirmó varias veces. Los incidentes se produjeron después de que se fue Macri. Respecto al resto, el tiempo dirá quién perjudica más a su pueblo.
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