Cuando el agua llega al cuello,
no hay lugar para la mesura. En un caso así, sobra la desesperación. Si la escena es más que una metáfora,
cualquier reacción está justificada. Si
no lo es, no. La camisa del empresidente
Macri está empapada pero no por el necesario mineral sino por los fracasos de su gestión y los
escándalos en los que está envuelto. Si los medios hegemónicos no se
empeñasen en incentivar tanta indignación
selectiva en su público cautivo, los
días del Gerente de La Rosada SA
estarían contados. Sólo eso mantiene cierto consenso hacia la gestión
amarilla. Contrafácticos al estilo de ¿cómo titularía Clarín si Cristina hubiera
hecho o dicho lo que Macri hace o dice? inundan hasta las mentes menos suspicaces. Tanto despliegue
encubridor ante un gobierno tan nefasto sugiere que ninguna democracia puede subsistir con un poder mediático tan
desenfrenado.
En los tiempos de CFK, los
voceros del establishment tildaban de
autoritaria cualquier medida e interpretaban
como amenaza cualquier declaración. Ante un mínimo número adverso, salían a anticipar las peores catástrofes.
El más intrascendente incidente callejero se convertía en consecuencia directa
de la dictadura K. El histriónico
purismo de la clase dominante desplegaba
su hipocresía ante cualquier fábula dominguera con formato de denuncia.
Hasta hicieron de un suicidio un
homicidio para posicionar al peor de sus candidatos. Y con groseras
pinceladas camuflaron a un oscuro empresario para que un electorado confundido lo tomara como el hombre ideal para
gobernar el país. Ahora que es presidente, silencian sus chanchullos, minimizan los escándalos y amortiguan las
consecuencias de sus destructivas decisiones.
Aunque hace un año y medio que
Cambiemos desgobierna al país, los exponentes del periodismo vernáculo siguen
hablando del gobierno anterior y retuercen
los hechos para salpicar al kirchnerismo. Una muestra de ello es presentar
el infarto del financista Aldo Ducler como un vengativo asesinato. Esto ya es un obsceno abuso a la credulidad
del consumidor colonizado. Y a pesar de que la fiscalía descarta el hecho
delictivo, el ex Gran Diario Argentino ubica el caso como tema destacado, desplazando la estafa del Correo o las
marchas del Ni Una Menos. El tan mentado diario de Yrigoyen nunca existió, pero el de Macri está vivito y
coleando.
Un
escudo asfixiante
Pero no sólo inventan hechos
para tapar los desastres del Gran Equipo; también suavizan los yerros conceptuales del Ingeniero y hasta los
convierten en máximas revolucionarias y
motivadoras. Proponer la flexibilización laboral como zanahoria necesaria para desatar la lluvia de inversiones que no se
ha producido es uno de los casos. El ministro de Producción Francisco Cabrera
sintetizó la idea: “la Argentina necesita
inversiones y una de las razones por las que no llegan es porque la rentabilidad no es la esperada respecto
del riesgo”. En lugar de planear la resurrección del mercado interno, sólo considera achatar los salarios, lo que
sería un golpe letal.
Si los medios hegemónicos
tuvieran un mínimo de racionalidad, los funcionarios amarillos cuidarían más
sus acciones. En realidad, si primara la
coherencia en la opinión pública que construyen, muchos de estos personajes
no serían funcionarios. No tanto por su capacidad, sino por las turbias
intenciones con que asumen y los
indisimulables lazos que mantienen con el poder económico más concentrado. Si
los medios consideraran defender los intereses de todos, orquestarían cacerolazos para desalojar a casi todos los miembros del
Gran Equipo.
La alianza entre la prensa
hegemónica y la ceocracia gobernante es tan
espuria y peligrosa que no puede prometer más que catástrofe. Mientras los
recortes del Pami dejan a los jubilados
en la desprotección, los trabajadores
ven mermar sus ingresos y los desocupados se multiplican, la pantalla
despliega las más absurdas tretas de distracción. Si un par de pechos no atrae
la atención del buen vecino, tratan de
pintarrajear con farandulescos colores los más trascendentes asuntos de la
política.
Según el imaginario instalado a fuerza de pertinaz insistencia, Cristina
manejaba la Justicia como quería. La memoria construida desde la pantalla
muestra a jueces obedientes a las órdenes de CFK. Una patraña que sólo un voluntario puede aceptar como veraz. Como
si las cautelares que frenaron la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual
hubieran sido firmadas por extraplanetarios y no por magistrados al servicio de los intereses del establishment.
Como si las infinitas causas contra los funcionarios K se hubieran iniciado
anteayer.
Sin embargo, ahora que el servilismo judicial está a la vista,
que las amenazas son denunciadas por los mismos jueces y que las denostaciones
y calumnias hacia magistrados desobedientes están en boca del propio presidente
y no de infames comunicadores, la
división de poderes funciona a las mil maravillas en la portada de los diarios.
La confesión que Macri presentó a la sociedad con forma de sentencia debería
dejarlo muy mal parado. A los dicterios
hacia los fiscales que investigan sus tropelías y la calificación de
‘mafiosos’ a los abogados laboralistas, la barbarie del Ingeniero mostró su
intención: “los jueces tienen que saber
que queremos saber la verdad o vamos a
buscar otros jueces que nos representen”.
La primera parte de sus conceptos
parece no presentar asperezas, si no fuera que eso que llama ‘La Verdad’ no es más que la transformación de los
prejuicios en condena. La segunda parte, en cambio, exhibe sin pudor su impronta clasista. Los jueces que no
contribuyan a la persecución y el destierro de todos los K, deberán dar un paso
al costado. Y un peor destino tendrán los
que se atrevan a revisar el prontuario de los amarillos. Los Panamá Papers,
el escándalo del Correo y la alianza ilícita con Odebrecht explican por qué
Macri asumió como mandatario. En el ideario de alguien como él, los jueces deben defender sus intereses
–representarlos- y no ejercer justicia.
Una confesión que barre toda
idea de institucionalidad. Si esto no despierta la indignación de los
argentinos es porque los adláteres
mediáticos no quieren. Comprender la gravedad de las palabras de Macri
requiere el esfuerzo del público cautivo. La
indiferencia es una señal de sometimiento intelectual. Y ya sabemos que los sometidos terminan justificando a los
opresores y hasta llegan a votar por ellos. Un peligro transitar a ciegas
al borde de un precipicio cuando un
cambio de canal podría salvarnos a todos.
Al principio de su post están, creo, las palabras mágicas que explicarían, si no todos, la mayoría de los males hoy presentes. "PUBLICO CAUTIVO" - y a partir de ahí, la instalación del reino del revés es comprobada y alevosamente fácil.
ResponderBorrarCotidianamente nos damos cuenta de ésto, cada vez que nos encontramos con gentes que ni saben sumar 1 + 1 y que "se indignan" con los bolsos voladores de lópez (suceso único pero parece definitivo para "explicar" todo un proceso histórico de 12 años) pero el pequeño (y ni por casualidad único) currito del auto-perdón de los 70 mil palos del correo ni lo registran.... y no es lo peor, ya que todavía puede escucharse y leerse, que los medios - ésos pornográficamente hegemónicos - o no inciden o inciden poquito en los votos de quienes votan...
Las patrañas mediáticas inciden y mucho en los que se creen ciudadanos "libres". Gran parte de su "libre" pensar se construye con prejuicios, falacias y malversaciones de los medios hegemónicos. Hasta las conclusiones les dictan desde la pantalla. Una pena que uno se vea obligado a hablar así de sus compatriotas.
BorrarLo peor es que, con la evidencia tan a la vista, sea algo que se mimimice y en cambio, se insista con esa idiotez de mala fe de la "necesaria autocrítica" (de Cristina y sólo ella).
BorrarEso debería enorgullecernos porque fue Ella la única que se atrevió a cuestionar al Poder Real y mostrarnos la manera de enfrentarlo. Esa es la autocrítica que le exigen: pedir disculpas por ofender a la oligarquía.
Borrargracias Gustavo ayuda tu lucidez, y como sigue esto? que hacemos no?-besos
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