A pocos meses de iniciada La
Revolución de La Alegría, algunas figuras del Cambio instalaron aquella absurda idea de la ilusión de bienestar del
kirchnerismo. Uno de ellos, el actual
presidente del Banco Nación, Javier González Fraga, para reforzar aún más su clasista posición, se preguntó “¿qué tan pobres son los pobres?”. En
nuestra región sobra experticia para categorizar
la pobreza y simular dolor por su existencia,
pero a la hora de actuar para reducirla, aparecen las divergencias. Unos aplican
recetas fracasadas, con exenciones impositivas, salariales y otras medidas de enriquecimiento a los más ricos
con las que jamás han logrado el propósito cacareado, sino todo lo contrario; en lo que también son expertos es en neutralizar y hasta castigar a los otros,
los que prueban con una distribución más equitativa del ingreso.
Lula está padeciendo eso: la injusta prisión por haber puesto comida
en el plato de los más pobres. Como dijo antes de entregarse, “la historia es una disputa entre los que tienen todo y los que no tienen
nada”. La mentira que lo pone tras las rejas es celebrada como una
buena treta del establishment y sus sicarios para proscribirlo como candidato presidencial. Los voceros vernáculos
aplauden mientras se preguntan por qué
Cristina sigue en libertad. Cuando fracasan los argumentos de la derecha
retrógrada y egoísta, rebolean denuncias
infundadas para confundir a la opinión pública y lograr un consenso
inmerecido. Pero, como expresó el ex mandatario brasilero ante la multitud que
se convocó para respaldarlo, “no podrán encarcelar mis sueños”. El sueño de distribuir dignidad entre
los que siempre han estado al margen en países donde la desigualdad es resultado de la avaricia de los que tienen de sobra.
Si Javier González Fraga preguntó
“qué tan pobres son los pobres”, uno
podría interrogar qué tan avarientos son
los avaros o cuántas angustias necesitan provocar para satisfacer sus
angurrias. ¿Qué tan ricos necesitan ser los ricos antes de empezar a derramar las bondades de la “Libertad de Mercado”? ¿Qué tan malos son para seguir acumulando -a
sabiendas de los dramas que generan- con las peores herramientas que su poder
descomunal les permite utilizar?
Del
enojo a la depresión
Como se ha dicho muchas veces, la
pobreza no es un fenómeno meteorológico sino el resultado de políticas de empobrecimiento. Para que todos
disfruten de las riquezas que genera un país como el nuestro, algunos deberían renunciar a lo que no
alcanzarían a gozar ni en un sinfín de vidas sucesivas. Para que los de
abajo puedan trepar un par de escalones, los
de arriba deberían descender un poco. O por lo menos, renunciar a la
carrera hacia el podio de Forbes. No que repartan los bienes adquiridos, sino que paguen lo que corresponde por
tenerlos; no que renuncien a sus ganancias, sino que sean mesuradas; no que
dejen de multiplicar sus fortunas en la timba financiera, sino que generen trabajo con una parte de lo que les
llueve. No hace falta instaurar un modelo que nos otorgue a todos
exactamente lo mismo; con que una minoría se
desprenda de una pequeña porción de lo que les sobra y moderen un poco sus
apetencias alcanza para repartir
felicidad entre los que no se imaginan lo que es eso.
Que un proyecto de país insinúe
algo así basta para que las fieras se desboquen: unos pesos de más en impuestos
o salarios, algún límite a su pulsión
acumuladora o el asomo de alguna obligación
para la comunidad que colma sus arcas enfurecen al monstruo egoísta que jamás descansa. Hasta sienten envidia por un obrero que cambia el coche, mejora su
vivienda o adquiere algún electrodoméstico. Ni hablar de las vacaciones que,
desde la irrupción del peronismo, dejaron
de ser exclusividad oligárquica. No conformes con abolir estos disfrutes, sus ansias succionadoras avanzan sobre lo
más elemental, como la alimentación, la salud y la educación. Ni la muerte
por represión o abandono inspira una
lágrima en los vampiros económicos.
Mientras Agustín Salvia –Director
del Observatorio Social de la UCA- planteó que “no hay certezas sobre una tendencia a la baja de la pobreza”, los beneficiados por la gestión amarilla
claman por medidas para profundizarla. Las mediciones que antes provocaban orgasmos opositores en los
que hoy son oficialistas indican que "los
trabajadores han perdido poder adquisitivo y los pobres no pueden salir de la
pobreza por el impacto en el aumento de
tarifas". Mientras tanto, el gobierno que representa a unos pocos privilegiados
impulsa despidos y bajas salariales para
beneficiar a los empachados.
El caso más obsceno es el de
Cargil, la agroexportadora que, después
de embolsar millones con la baja de las retenciones, la devaluación y la
permisividad para liquidar lo que quieran cuando se les antoje, anunció el despido de 500 trabajadores con
un manuscrito pegado en la puerta. Los bancos no se quedan atrás en la obscenidad:
desde diciembre de 2015 las políticas especulativas mejoraron la rentabilidad –en
unos 70 mil millones de pesos por año- y la
recesión que se avizora no es siquiera una amenaza. En el último trimestre,
los bancos de capital extranjero aumentaron un 31 por ciento sus ganancias y los de capital nacional, apenas un 7
por ciento. Sin embargo, los trabajadores del sector están peleando desde
hace meses para obtener mejoras salariales.
Otro caso de estos días es el de
la cadena de supermercados francesa Carrefour, que recurrió a un procedimiento preventivo de crisis ante
la caída del consumo. El ministro de Trabajo, Jorge Triaca, dispuesto como
siempre a perjudicar a los trabajadores,
convocó a una audiencia para iniciar “un
diálogo maduro entre las partes”, un eufemismo que significa flexibilizar las condiciones laborales para
preservar los 19 mil empleos en los más de 600 locales. Esto no es más que aplicar sangría al moribundo para frenar
las lágrimas de los patrones. Si quieren mejorar la recaudación, que dejen
de robar con los precios y de estafar con ofertas dudosas; si quieren
incrementar las ventas, que dejen de someter
a los clientes al vampirismo que practican.
Esto no debe sorprender a nadie
porque lo han hecho siempre y no
sólo en los tres casos citados: las principales empresas nacionales y
extranjeras son grandes por eso. Lo
preocupante es que los que prometían
cuidarnos están del lado de los que nos quieren aniquilar. Lo alarmante es
que están todos confabulados para someternos a una imparable succión. Lo grave
es que “El Mejor Equipo de los Últimos 50
Años” integra el grupo de los
insaciables y lo demuestran especulando, fugando y cargando sus ganancias en nuestra deuda. Pero lo más peligroso de
todo es que muchos de los damnificados, ciudadanos tan de a pie como el que
escribe, esperan que este plan de
negocios desigualador nos traiga la prosperidad más asombrosa de la historia.
Y esto no sólo es peligroso, sino
también deprimente.
¿Sabe qué pasa, Gustavo?, como a nosostros no nos simpatizan los héroes del "mejor equipo" (de malandras de los últimos 2 siglos) es que no asumimos su gran trascendencia histórica, imagine nomás, los cosos están en pleno desarrollo del capitalismo menesteroso, de empresas sin laburantes costosos y sin clientela que pueda comprarles..... simplemente maravilloso, volver a las fuentes, al verdadero brote verde, sí, comer pasto...
ResponderBorrarAh, nada que decir de rajoy como amante del virrey?, mire que hay porno bizarro pero éso....
gracias Gustavo compartido! besos
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