jueves, 12 de julio de 2018

Con el flotador a mano


En este Día de la Independencia, Macri no habló de héroes angustiados ni saludó al “querido rey”. Como hemos experimentado con los gobiernos neoliberales anteriores, los festejos patrios parecen velorios. Con un mandatario cada vez más lejos del pueblo, no se puede esperar otra cosa. Como no tiene logros que exhibir, sólo puede balbucear excusas y esbozar reproches. De lo que sí se enorgullece es del camino iniciado en diciembre de 2015 –ése que la Vice Rodante llama túnel- que no es ninguna Revolución de la Alegría sino un plan de saqueo para desigualar aún más a la sociedad argentina. Con la convicción de un suicida, afirma que el rumbo es el correcto aunque esté llevando al país hacia una feroz tormenta que nos dejará asolados.
Tormenta que no es producto del enojo de los hados, sino de las medidas que El Mejor Equipo de los Últimos 50 Años ha tomado desde que inauguraron La Rosada SA. Cada uno de los problemas que enfrentamos a diario es la consecuencia de una decisión: la eliminación de los controles cambiarios puso la estabilidad de la moneda en manos de fugadores y especuladores; el descomunal endeudamiento sólo sirvió para condicionar nuestro futuro; la tasa de interés de las Lebac desecó el crédito productivo para alimentar la bicicleta financiera; la apertura de importaciones demolió la industria local e incrementó el desempleo; la eliminación de cargas impositivas no fomentó la inversión y desfinanció al Estado; la quita de retenciones y la exportación libre significó un incremento bestial del precio de los alimentos; la obsesión por bajar el déficit genera más recesión; y la Libertad de Mercado que los amarillos reivindican no produce más que opresión para los más indefensos, que somos casi todos. La tormenta la armaron Ellos y como desactivarla implicaría hacer lo contrario de lo que piensan, nada mejor que enfilar hacia su núcleo para que la colisión les permita retomar el saqueo desde cero.
El Cambio vino para eso: para realizar una redistribución regresiva de la riqueza que producimos entre todos; para convertir el bienestar cotidiano en un lujo de sultanes; para eliminar derechos y multiplicar privilegios; para castigar a un pueblo que probó por otro camino. Aunque el empresidente Macri reconoció algunos errores de gestión, aprovechó del Día de la Independencia para recitar su hipocresía favorita: “debemos ponernos a trabajar juntos, hombro con hombro, para que el país pueda salir de una vez por todas de esa historia de crisis recurrentes que nos lastimaron durante 70 años”. Esta frase requiere muchas aclaraciones: su ideario clasista interpreta esas crisis como casualidades y no como la resistencia de la oligarquía a los derechos conquistados por la mayoría desde la irrupción del peronismo. La desperonización de la Revolución Libertadora –o Fusiladora- toma la forma de deskirchnerización en la Revolución de la Alegría.
Un shock a la vista
El caso del despido de 357 trabajadores de la agencia Télam resulta ilustrativo. Esta agencia estatal de noticias fue inaugurada el 14 de abril de 1945 por Juan Domingo Perón para enfrentar la hegemonía informativa de las agencias imperiales. Ahora la desmantelan para favorecer la dominación deformativa del Grupo Clarín, acrecentada con la manipulación de la legalidad y los desproporcionados aportes de pauta oficial que ya supera los 1200 millones de pesos. Este personaje siniestro, cuyo apellido se asemeja al del dictador de los 50 –Lombardi, Lonardi- aparece en escena con el verso de la pluralidad de voces para cercenar los medios que se atreven a esquivar el blindaje para contar las atrocidades del Cambio.
Su explicación ante los Diputados es la confesión del crimen: “Télam pasó de ser una usina de periodismo a un espacio de militancia partidaria, cuando no de operaciones políticas o privilegios individuales”. Siempre hay que aclarar: para la oligarquía, todo lo que contradiga su nefasto ideario es denostado por ideológico, partidario, militante, sin reconocer que sus integrantes, acólitos y servidores también recurren a eso. Defender cualquier idea es ideológico, partidario y militante. Lo que pasa es que la clase dominante considera que sus ideas son designios divinos, inmutables, indiscutibles: si el crecimiento patrimonial implica succionar a los demás, es una orden del cosmos, un mandato genético, el equilibrio de las cosas. Por eso la gobernadora Vidal –cada vez más lejos de su imagen angelical- interpreta la pobreza en clave genética, primero para justificarla y segundo para no hacer nada por reducirla. La movilidad social ascendente es una herejía para el establishment, el Círculo Rojo, el Poder Económico.
Si a pesar de la inflación galopante, el desempleo alentado, la pobreza creciente, la producción en declive, la catástrofe cercana, el Ingeniero y sus secuaces insisten con este programa de gobierno es porque quieren zambullirnos en la tormenta. La mejor manera de profundizar esta restauración oligárquica es provocando una colisión histórica, quizá peor que la de 2001. Un shock semejante parece que golpea a todos, pero no: los que producen la tragedia son los únicos que se benefician, porque ya han puesto a resguardo el botín y depositarán sus deudas sobre la espalda del Pueblo. Después de la hecatombe, los damnificados aceptan cualquier cosa que se parezca a una mejora, hasta propinas a cambio de trabajo arduo, hasta las migajas que se caen de la mesa de los empachados.
De una vez por todas, hay que entenderlo: estos modelos están para provocar un salto regresivo en la desigualdad y se aplican para que unos pocos incrementen sus ganancias con facilidad, sin producir nada, con la mera apuesta de unas fichas en el casillero que saben ganador. Y todavía quedan algunos que dicen no estar ni de un lado ni del otro o los místicos que pregonan sobre la ancha avenida del medio. Aún quedan los que esperan que salga algo bueno de todo esto o los que sostienen que todo es culpa de los kirchneristas. Menos mal que crece la multitud convencida de que por este tortuoso laberinto vamos al peor de los mundos, lejos de la soberanía, la independencia y la dignidad. Una mayoría persuadida de que en las calles está el mejor camino para llegar al país con el que todavía soñamos.

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