Algo es algo: ante la catástrofe que ya estamos avizorando,
algunos farfullan un estereotipado “al
final son todos iguales”, una de las
máximas más debilitadoras de la democracia, el anticipo del “que se vayan todos” que conocimos 17
años atrás. La ecuación es sencilla: si todos los políticos mienten, roban y
nos despojan del bienestar, las
elecciones pierden sentido. ¿Para qué vamos a preocuparnos por conocer y escuchar a los candidatos si todos
terminarán cometiendo tropelías y desastres? La decepción ante el Cambio es
cada vez más notoria, pero eso no conduce a aceptar el error de haber elegido al candidato más predispuesto a
decepcionar. Apenas un irreflexivo “son
todos iguales” como más profunda reflexión.
Sin embargo, no es así. La diferencia entre el gobierno anterior y este engendro que estamos padeciendo es
notoria. Las denuncias de corrupción que se magnificaban desde los medios
hegemónicos se empantanan en los
Tribunales por falta de pruebas o inconsistencias de los acusadores. Los
que insisten con eso de “se robaron todo”
ni siquiera consideran la imposibilidad de esa afirmación. Ni los sátrapas que han copado La Rosada
son capaces de robarse todo, aunque ganas no faltan. Si Cristina hubiera hurtado
un PBI –como instalaron con perfidia- sería
la persona más rica del planeta y su fortuna sería inocultable. En las
millones de empresas fantasmas que se conocieron gracias al Consorcio
Internacional de Periodistas de Investigación no aparece ningún kirchnerista. Al contrario, abundan los macristas
–políticos, funcionarios y simpatizantes- que apelan a esos recursos para esconder dinero ilegal. En eso, no hay
igualdad entre los K y los M: aunque excavaron en la Patagonia, viajaron a
Seychelles y hurgaron en Delaware no
encontraron un billete de la tan mentada Ruta
del Dinero K que durante tantos domingos enardeció al público cautivo.
La corrupción del populismo que las pantallas denunciaban a toda hora
no se materializa en sentencias, sino en
arbitrarios encarcelamientos que huelen a persecución política. Lo que
antes eran fantasías prejuiciosas se
torna real con el Gran Equipo, con funcionarios que operan para beneficiar empresas propias y amigas,
nepotismo obsceno y saqueo institucionalizado. Ni hace falta investigar
demasiado para condenar a casi todos.
Los televidentes que se escandalizaban por las patrañas en cadena, hoy permanecen impasibles porque el latrocinio amarillo no aparece en los
medios del Monopolio.
Desequilibrio
en el imaginario
Por eso es un peligro que la
Comisión Nacional de Defensa de la Competencia haya aprobado la fusión de Cablevisión y Telecom. El
doctor en Ciencias de la Información, Martín Becerra explicó que esta burla con forma de dictamen institucional amenaza el pluralismo, la
diversidad, la cultura y el derecho a la información. El que más conoce la
historia del Grupo Clarín destacó que “una
fusión de esta naturaleza no sería
aceptada en Estados Unidos, Alemania o Francia”. Y no sólo por su
tamaño, sino también por sus nefastas intenciones. No hay que olvidar que han mentido sin pudor durante los dos
gobiernos de CFK y han instalado las nociones más absurdas en el pensar de los
colonizados. Hasta convirtieron el suicidio demostrado de un fiscal en un
magnicidio sólo demostrable con
hipótesis de ficción. Hasta hicieron de la adquisición de dólares un
derecho constitucional. Hasta lograron
que muchos usuarios se quejen porque las tarifas de los servicios públicos eran
baratas. Y lo peor de todo: consiguieron instalar a Macri como un honesto patriota preocupado por el
futuro del país.
Quien minimice la incidencia de
los medios dominantes en el ideario del público es un ingenuo o un perverso favorecido por la distorsión de la
realidad que presentan a diario. Con indagar sin demasiado rigor los motivos
que llevaron a muchos votantes a optar por el Cambio aparecerá un catálogo completo de titulares de Clarín, TN, radio Mitre
o El Trece. Que Cristina interrumpía la telenovela, que era soberbia,
chorra, autoritaria, mentirosa y bipolar. Y por supuesto, convencieron al 51
por ciento que todos los K son corruptos
y merecedores de todos los castigos imaginables. Tanto que la calificación
de ‘kirchnerista’ no sólo esboza el insulto, sino también sugiere
un delito.
De esta manera, el secretario de
Medios Públicos, Hernán Lombardi –más
destructor que administrador- puede justificar los despidos en Télam con una afinidad partidaria que, de existir, no
sería causa de despido. O la gobernadora Vidal puede desestimar las
denuncias de aportantes y afiliados falsos en el financiamiento de sus campañas
electorales porque provienen del
kirchnerismo. O la militante macrista de la Oficina Anticorrupción, Laura
Alonso puede condenar de “fraudulenta e ilegal” la
nacionalización –que ella llama confiscación-
del 51 por ciento de las acciones de YPF porque
la decidió el kirchnerismo.
Que a pesar del blindaje
mediático inaudito en torno al des gobierno PRO la imagen del empresidente Macri
esté en picada es una invitación a la esperanza. Claro que hay más méritos
en las atrocidades de los Gerentes que en
la responsabilidad informativa de los desencantados. No es para menos, si
los que decían que estábamos aislados del mundo están abriendo las fronteras para que nos invadan; los que
prometían bajar la inflación en dos minutos han convertido nuestra economía en hiperinflacionaria por haber
acumulado en tres años más del 100 por ciento, de acuerdo a las Normas
Internacionales de Información financiera, organismo regulador de Estados
Unidos; los que soñaban con la distracción del Mundial nos hicieron ganar el campeonato del ranking internacional de tasa de
interés, con una cifra superior al 40 por ciento anual; los que ganaron con
lo de Pobreza Cero lograron que proliferen
las ollas populares, retornen los trueques por comida y se multipliquen los
asistentes a comedores comunitarios.
En un país con responsabilidad
informativa, las off shore, la
estafa del Correo Argentino, los falsos
aportantes de campaña, el blanqueo de familiares por decreto, el nombramiento de jueces a dedo y el
extravío del Submarino ARA San Juan aportarían
motivos de sobra para desalojar a estos salvajes. Y con el abuso de las Fuerzas
de Seguridad, que provocaron la muerte
de Santiago Maldonado, Rafael Nahuel y Facundo Burgos, entre otros,
bastaría para condenarlos por autoritarios. Y si incluimos el crecimiento patrimonial de los que se decían honestos, la cárcel
es el único destino.
No, no son todos iguales. Los K eran malos en la ficción, pero éstos son
malvados en la cruda realidad. Mientras los otros buscaban la manera de
mejorar nuestra vida, éstos hacen lo
imposible para deteriorarla. Mientras los otros impulsaban derechos, éstos potencian privilegios. Por todo
esto y mucho más, no son todos iguales.
Y –a pesar de la excesiva paciencia- éstos están
entre los peores que hemos experimentado en nuestra historia.
comparto gracias estimado Gustavo-abrazos
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