La Revolución de la Alegría nos
ha integrado tanto al mundo que hasta importaremos
residuos reciclables sin certificado de inocuidad. Receptores de basura
importada. Y no es una metáfora malintencionada, sino un capítulo más de la Pesada Herencia que nos dejará el Cambio. No
es una chicana, sino una muestra más de lo
poco que importa el país a la Banda Gobernante. De lo nada que le
importamos nosotros, porque ellos se fugarán detrás de sus fortunas y no padecerán las toxinas económicas,
medioambientales y simbólicas que nos dejan. Un daño multidimensional que
llevará tiempo reparar.
La experiencia sugiere que el final feliz no se producirá el 27 de
octubre ni el 10 de diciembre sino mucho después, cuando esquivemos el coro
encantador con promesas de cambio de los
que vendrán otra vez a robarnos el futuro; cuando la memoria nos advierta sobre los embaucadores maquillados que
pontifican sobre honestidad y transparencia; cuando el olfato nos revele el hedor a lobo que destila la piel de
cordero que calzan; cuando el establishment mediático no pueda hacer
votable a un candidato que como
empresario rico y exitoso no nos robará, sino derramará éxito y riquezas
sobre nuestras vidas. El final feliz de esta tragedia se producirá cuando todos estemos convencidos de que
todo es de todos y no de unos pocos empachados.
Mientras tanto, tendremos que
soportar las barbaridades que supuran a
toda hora estas bestias heridas. Una semana atrás, el senador Miguel Ángel
Pichetto calificó como una patología la
solidaridad expresada por organismos de DDHH nacionales e internacionales
sobre el regreso de Vanesa Cuevas, la ciudadana peruana que fue expulsada del país después de cumplir su
condena. Para los que son como el candidato a vice presidente, ella siempre será culpable, por más que la ley diga lo contrario. Vender
drogas es peor que vaciar un país, que las
estafas que la familia presidencial ha realizado al Estado, que acaparar
todos los negocios que llegan a La Rosada SA.
Para la oligarquía que nos
gobierna, robar un celular o cortar una calle es un delito más grave que provocar desempleo y empobrecer jubilados.
Hasta consideran un delito el hambre y no
las políticas que lo acrecientan. Ellos, que no saben lo que es padecer una
carencia, se burlan de los que claman
por los alimentos que producimos en abundancia. La ministra Bullrich, experta más en vomitar veneno que en
garantizar seguridad, consideró que “en
Argentina hay gente que está pasando
necesidades pero no llegaría a decir hay gente que hoy está en una situación de
no comer”. Eufemismos y trabalenguas para negar una realidad que ya está
explotando, como que el 35 por ciento de
la población está debajo de la línea de pobreza. Pero siempre hay más con
estos inhumanos, porque la funcionaria ofrece una solución: “tiene comedores y una cantidad de lugares
donde poder ir y no pasar hambre”. Bestial.
¿Adversarios
o enemigos?
Inevitable recordar la Pobreza Cero
que Macri y sus secuaces prometían en campaña. Lejos de lamentarse por haberla incrementado, ahora sólo ofrecen limosnas
y represión. Palos, gases y balas para los que reclaman contención; dólar controlado e intereses más altos para
los especuladores. Deudas a pagar para todos, menos para ellos, esa minoría que se enriqueció gracias a la
bicicleta financiera siglo XXI que instrumentaron desde el primer día de
gobierno. Un plan de saqueo que se
ejecutó con la complicidad de muchos periodistas, varios jueces y unos cuantos
que hoy juegan de opositores. Una historia oscura que no debe esperar mucho
tiempo para ser contada y menos aún para
que todos sus protagonistas y beneficiarios sean condenados.
El Mejor Equipo de los Últimos 50
Años logró el objetivo de multiplicar la
brecha entre ricos y pobres y dejó en evidencia lo que nunca más debe
volver a la Argentina: el Poder Real
hecho gobierno. Y también, lo que nunca más debemos aceptar: el neoliberalismo como recorrido. Desde
ahora y para siempre deberá ser
considerado una palabrota. Para tener futuro, deberemos definirlo de la
manera más sencilla posible para que no
vuelva a tentar a los incautos. Cuando alguien base sus propuestas en recetas de mercado, cuando en las medidas
que plantee no esté incluida la mayoría, cuando en los deseos expresados aparezcan con insistencia la rebaja de
impuestos o la integración al mundo, será inevitable evocar este nefasto
momento. Ya sabemos que los personeros del peor capitalismo saben disfrazarse
muy bien y algunos distraídos insisten
en dejarse engañar sin atender razones, pero de alguna manera debemos
fabricar anticuerpos para evitar que nos despedacen.
La
tercera es la vencida, dice un viejo refrán: la Dictadura cívico-militar
como punto de partida, el Menemismo
con sus toques pintorescos y la Alianza que continuó el plan hasta hundirnos y el Cambio, que se presentó como
nuevo aunque es un reciclado de todo lo
anterior; y más salvaje, porque en menos tiempo nos despojó como nunca. ¿Cuántas lecciones más necesitamos para
descubrir a los enemigos de nuestra dignidad? ¿Cuánto más deberemos padecer
para desactivar sus tretas? ¿Cuánto más
deberemos hundirnos para rechazar el camino que nos ofrecen los embaucadores
disfrazados de impolutos?
¿Cuántas advertencias deberá
contener el prospecto antes de cada elección?: ojo con los que cuestionan el tamaño del Estado, los
que califican de ñoquis a los funcionarios, los que señalan a los de abajo como culpables de todo, los que
miran al Imperio con adoración, los que
convierten en dogma la lucha contra la corrupción ajena. Después de esta
experiencia nefasta la conclusión no debería rondar por las variantes de “al final son todos iguales” o “todos los políticos roban”. Estos, que presentaron
como valor no provenir de la política, nos
aplastaron con crueldad en una versión abreviada de los procesos anteriores.
Que en todo estemos peor que en 2015 demuele
esos lemas de ascensor.
Ahora hay una salida de
emergencia a la vista, que intentará evitar
una catástrofe mayor y atenuar el dolor que ha expandido la
Revolución de la Alegría. Un primer paso
para empezar a alejarnos y trazar un camino que no tenga zarzas ni baches para
transitar hacia un futuro en donde
buitres y vampiros no tengan cabida.
La verdad, si el futuro dependiera de la memoria, tal vez valdría la pena esperarlo con buenas expectativas pero, con un poquito de memoria histórica, ésa de lo que uno pudo ver por sí mismo, la tendencia es
ResponderBorrarque cuando el futuro inmediato empieza a ser pasado, lo que viene es la AMNESIA (o en el lenguaje del barrio, la pelotudez masiva y crónica de los compradores de espejitos de colores y trucheses surtidas que serán entonces "necesidades de nueva generación"), ya se puede ver cómo van preparando el terreno, arrasado y minado a piacere del engendro amarillo (perdón, olvidé que están cambiando el color, quizás después se escondan detrás del verde ilusión).
Antes, se decía que se importaba basura y hablábamos de chucherías chinas, en estos felices días, crecimos e importamos BASURA, literalmente y sin siquiera pensar que pueda ser de la tóxica... en serio, ¿alguien puede creer que van a exportarnos basura no tóxica?, pero bueno, será lindo ver documentales de National Geographic con la Patagonia en look Bangla Desh y sus desarmaderos de barcos... un primor y un aliciente al turismo aventura, no?.
Es cierto que el final inminente de la porquería es estimulante y hasta esperanzador, solo que pasaron cosas que no debían haber pasado, que esta sociedad debíera estar vacunada para ciertas pestes, y no, son precisamente las pestes las que gozan de buena salud... en fin, para el final permítame recurrir a un prócer de la madre patria, un tal roosevelt y afanarle el sentido a una frase, “los populistas, peronistas si prefiere, son unos hijos de puta pero son NUESTROS hijos de puta“.... y estamos lejos de éso, al final, los que cortan el bacalao son malandras coloniales, alérgicos a lo nacional, son de don roosevelt y su frase original, por supuesto.