Ahora
que las papas queman, Sandleris dice
que los que compran dólares son pocos: lo
mismo que argumentaban los funcionarios del gobierno anterior para
justificar los controles de cambio. Que los PRO "digan si son kirchneristas", si no, no entendemos nada. Todo es muy confuso. No paran de afirmar que
éste es el camino y que lo que logramos en estos años es maravilloso, pero disparan las alarmas y preparan los botes;
ponderan el trabajo en equipo pero se
están desgranando cada vez más; auguran que la pobreza descenderá cuando se
estabilice el dólar, mientras los ricos
son más ricos y los pobres, más pobres. Ni el nobel de Economía Paul
Krugman la tiene clara: está “llorando
por Argentina y tratando de entender el
desastre”. En el lenguaje de los Amarillos, vamos por un túnel oscuro en un barco averiado a la deriva escalando el
Aconcagua. ¡Qué difícil es disfrutar de esta Revolución de la Alegría!
No
es para menos, porque mientras el fiscal Stornelli goza de su rebeldía cada vez más solo, en lugar de Pobreza Cero,
tendemos a las reservas cero. Estos sí
se están robando todo. Desde que Macri y su Gran Equipo firmaron el acuerdo
con el FMI, de cada diez dólares, ocho
se han fugado. Y, como el director del Central, Guido Sandleris aclaró que
son muy pocos, podríamos identificarlos para que sean ésos los que devuelvan los 36 mil millones de dólares que se
llevaron, en lugar de los que no vimos
ni uno. Mientras el policía de la patada altera las pruebas para fabricar la
mala suerte que diagnosticó Patricia Bullrich, la inflación, que Macri
prometió bajar en dos minutos, va a
superar el 50 por ciento. Desde diciembre de 2015, la duplicaron, aunque el ministro Lacunza afirma que está bajando.
Por lo que parece, descendieron de la
nave madre sin traductor.
Todo
se empobrece: sobre todo la discusión
política. Las miles de metáforas que utilizan los cambiemitas para disfrazar el latrocinio es una muestra
de eso: el río, el barco, el túnel, la
tormenta y demás escenarios oscuros sustraídos de la literatura. En una
señal más de la crueldad de este modelo,
el hasta ahora inmune Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, no
conforme con protagonizar una exitosa
canción y después de intoxicar con
pizza a los chicos de una escuela, disfraza
su egoísmo con una cínica etiqueta: llama “reemplazos” a los recortes presupuestarios en la magra vianda de
nuestros estudiantes, bajando calidad y
valores nutritivos. Para Ellos está bien que los chicos coman porquerías para incrementar las ganancias de unos
pocos, pero si alguien menciona el retorno de la Junta Nacional de Granos o
propone una reforma agraria, entonces
pierden la capacidad para el lenguaje metafórico.
El camino de lo imposible
Y
si no encuentran metáforas, nada mejor que los juegos de palabras que no dicen nada aunque parezcan decirlo todo.
Después de “Sí, se puede”, apta para grito de liberación como para
carta de suicidio, “Haciendo lo que
hay que hacer” es una de las mayores genialidades de la inventiva PRO. “Lo que hay que hacer” ¿para qué? Para todo “lo maravilloso que estamos logrando juntos”.
Y si uno pregunta qué tiene de
maravilloso el incremento de la pobreza, la pérdida de reservas o la caída
del empleo, ellos dirán que lo
maravilloso es que lo hagamos juntos, en equipo, porque éste es el camino,
el más difícil porque no hay que tomar
atajos ni apelar a soluciones mágicas. Más magia es pensar que con la caída de la actividad generalizada
vamos a crecer y que con precarización laboral y previsional la vida de todos
será mejor.
Al
contrario: en estos tres años y medio de fomentar la bicicleta financiera los
bancos obtuvieron más del doble de
ganancias que durante los doce años de kirchnerismo. De enero de 2016 a
junio de 2019 las ganancias especulativas acumulan
más de 424 mil millones de pesos contra menos de 200 mil de 2003 a 2015. Y
esa ganancia extraordinaria es lo que cercena nuestro bienestar, lo que tenemos de menos en la vida
cotidiana, lo que provoca que muchos no puedan ni comer.
Además
de saquearnos como nunca y dejarnos una herencia pesadísima, se burlan de la manera más impiadosa.
Como el secretario de Cultura, Pablo Avelluto que considera la Emergencia Alimentaria un eslogan de campaña. “Parece que en la Argentina -declaró el
insensible funcionario- medio país se
estuviera muriendo de hambre y eso es mentira”. No, la mitad no, 'apenas un tercio'. Con que sea uno, en un país
con la capacidad para alimentar a más de
300 millones de personas, debería preocuparnos. Él mismo lo dice: que el
hambre es "un fracaso no sólo de este Gobierno, sino de la Argentina”. Más que un fracaso, es un éxito de los insaciables que son
capaces de propalar miseria para incrementar sus fortunas. Y para evidenciar la incomprensión y el cinismo
de este sobrealimentado funcionario,
explicó que “el Gobierno está haciendo esfuerzos por aliviar la situación
de los más vulnerables". ¿Qué esfuerzos? ¿De qué manera la timba
financiera contribuye a disminuir el hambre? ¿Acaso los hambreados deberán trasladarse a algún paraíso fiscal para
conseguir un plato de comida?
Avelluto
afirma que el hambre es culpa del país y no
de la desigual distribución de sus riquezas. Alguno aclarará que todos
somos responsables y otro recordará que cuando la culpa es de todos, termina siendo de nadie. Si unos pocos
acaparan casi todo es porque hay una
aceptación de que las cosas sean así. No de todos, pero sí de muchos: de
esos que ven a los pobres como una causa
y no una consecuencia; que siguen pensando que los ricos no roban y que los
empresarios son buenos administradores del Estado; que abrazan los argumentos del patrón y por eso se sienten contagiados de
estatus; que creen que la vida es
puro sacrificio y cualquier disfrute, un pecado; que se escandalizan cuando
alguien propone limar los privilegios de los miembros del Círculo Rojo pero aplauden hasta despellejarse con la reforma
laboral, aunque terminen siendo sus víctimas.
El
desafío no es sólo ganar una elección, sino convencer a los oscilantes. De nada servirá apartarnos por un
tiempo de este tortuoso camino para retomarlo
cuando las cosas nos vayan mejor. De nada sirve un nuevo gobierno que prometa más alivio que transformación.
De nada sirve si no avanzamos contra
todo lo que hoy nos parece imposible.
La verdad, Gustavo, se quedó corto,"las papas queman", pero no de ahora, en diciembre del 2015 arrancó esta desgracia y ahora nos toca asistir a la agonía, no precisamente de los millones y millones a salvo en las guaridas, sino de un engendro político, delincuencial, inviable y, claro, muy costoso para los que no tuvimos la precaución de nacer herederos y millonarios.
ResponderBorrarEl universo de frases de postercito, además de hartantes hoy quizás sean útiles porque son la muestra más accesible sobre cómo se tomó a tantos por idiotas (hay palabras peores y mäs exactas pero; tratemos de ser educados) y ahora retumban como chocantes, fallutas y vacías, un éxito más en la penosa historia de la porquería.
Hablando de porquerías, ¿vió que reemplazan la lluvia de inversiones con la lluvia de basuras?, un problema para los desconfiados como nosotros, mire si estas bellas personas van a traer residuos que hagan mal a la salud, exageramos, claro... pero bueno, todo sea por el clima de negocios, que huela horriblemente mal, detallito.
No sea injusto, es cierto éso que dicen, “el Gobierno está haciendo esfuerzos por aliviar la situación de los más vulnerables", usted tiene una interpretación capciosa, si lo lógico es que extinguiendo los vulnerables, en el más allá van a estar muy aliviados y, mejor, calladitos y menos demandantes, éso, más baratos, tenemos que ser más agradecidos.
Si la realidad cotidiana no convenció a los "oscilantes" es que no oscilan y tratar de convencerlos de algo es tiempo perdido y no valen la pena, que disfruten la porquería auto infligida y si te ví, no me acuerdo. Es muy probable que no haya que tener demasiadas expectativas con un nuevo gobierno, lo central es que se termine el desgobierno amarillo pero lo que dejan es tierra arrasada y generosamente minada y ni hablar del "ejército de reserva" mediático que ya, ahora, está trabajando para condicionar y arruinar lo que venga...