jueves, 26 de septiembre de 2019

El ocaso del ‘Sisepuedismo’


La intención de simular un hacer que no han hecho en más de tres años tiene sus consecuencias, unas trágicas y otras ridículas. Las fotos que buscan para ilustrar una campaña electoral sin logros ni propuestas no sólo son esquivas sino se están volviendo borrosas. Y además, contraproducentes. Pero lo peor es que están tratando de mostrarse “juntos y en equipo” cuando en realidad se están atomizando. El marketing puede servir para ganar una elección, pero no es suficiente para gobernar y menos aún para renovar el mandato. Tan afuera están los PRO de nuestra vida política que el famoso “Sí, se puede” más que en un mantra energizante parece un llanto de despedida.
El maquillaje cambiemita que parecía tan sólido resultó más frágil que la cáscara de un huevo. El blindaje mediático, las tretas de distracción y las diatribas contra los K fueron menos imbatibles de lo que se pensaba. Las frases hueras, el cinismo burlón y los principios anti-políticos resultaron ineficientes para comandar el barco. El capitán del Gran Equipo más que un piloto de tormentas terminó siendo el desatador de muchas. Tanto que la crisis argentina está preocupando al mundo al que tanto insistió con integrarnos. Si en el futuro sentimos aislamiento será porque el resto de los países no querrá saber nada con nosotros después de este tercer experimento neoliberal. Tan mal está conduciendo este barco el Buen Mauricio que su gestión se transforma en el anti ejemplo de la campaña electoral de Evo Morales. Al final, en algo sí, se puede.
Lo que no se puede negar es que ésta ha sido una mala experiencia. Y es de esperar que lo sea para siempre. Una moraleja sería insuficiente para esta fatal fábula. Ante el desafío de buscar una síntesis, se puede probar con ésta: satisfacer las apetencias de los poderosos implica sacrificar la dignidad del resto. Muchas más afloran en la sesera de este escriba, pero niegan el propósito de la síntesis, además de resultar redundantes. Si la política abandona la construcción de una prosperidad colectiva pierde su esencia transformadora y sin eso, no es nada, como podemos comprobar con sólo echar una mirada a lo que ocurre más allá de las pantallas.
Cuando un gobernante y sus funcionarios no pueden empatizar con sus gobernados, poco puede salir bien. O nada, como en este caso. En una de sus recientes apariciones, el Ingeniero brindó una muestra más de su desconexión con sentimientos humanos. Al día siguiente de la tragedia de Ezeiza, Macri confesó –como si animara un cumple- estar muy contento antes de dar sus condolencias a las víctimas del apuro electoral. Y después balbuceó: "esperemos que el segundo que está en situación de peligro logremos realmente que salga de esa situación gracias a los grandes médicos que tenemos". Un trabalenguas propio del que no siente nada de lo que está diciendo.
Abajo el telón
No siente o no entiende. O simula no entender. Primero, al enojarse por el resultado de las elecciones primarias; después, por negarlas; y finalmente, por la ilusión de revertir los números en los comicios definitivos. Una ilusión que sólo tiene como fin ganar para seguir destruyendo lo que queda. En una sobredosis de alucinógenos, el Gerente declamó que "el día de mañana, cuando se acuerden de esta elección se hablará de cómo nos rompimos el alma durante un mes para darlo vuelta". Claro, en un mes creen que van a recuperar el consenso que han perdido en estos cuatro años y sólo con hacer actos vacíos de público y contenido. Y dice que se rompen el alma, después de haber destrozado la vida de millones. Si tuvieran algo parecido al alma, no hubieran hecho lo que hicieron o estarían pidiendo disculpas antes de salir por la puerta de servicio.
Por más que en el spot de campaña la locutora diga que son geniales, cada vez son menos los empecinados. No es para menos, si los simulacros se desmontan antes de montarse, como la inauguración de la ruta nacional 7 cuando falta más de un año para ser terminada. Aunque no estén las colectoras ni bien colocadas las señales, pensaban posar ante las cámaras como eficientes funcionarios. Como intentaban hacer con la ampliación del aeropuerto de Ezeiza, aunque el apuro terminó en sangre.
Ya es difícil ocultar lo que son. Farsantes es poco, como Laura Alonso que se disfrazó de heroína contra la corrupción aunque sólo está en esa oficina para ocultar los delitos de los que la depositaron allí. Malandras, como Guillermo Dietrich y Javier Iguacel, que de manera ilegal prorrogaron la concesión de siete corredores viales, para que las empresas –entre ellas Iecsa, del primo presidencial- se alcen con un botín de 30000 millones de pesos en peajes y certificados de obra. Irrespetuosos, como el senador y candidato Pichetto, que agita fantasmas como si hablase ante nenes asustadizos. Mafiosos, como el oscuro personaje que amenazó al delegado de ATE Capital para que se dejen de “joder con los pueblos originarios” en relación al trabajo que realiza en DDHH.
Si no pueden ocultar lo que son, tampoco pueden disfrazar lo que serán, pues ya los estamos padeciendo. Por más que griten “Sí, se puede” como autómatas, los integrantes del 30 por ciento se darán cuenta de que no se puede engañar dos veces con la misma treta. O tres, pero que ésta sea la última.

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