La intención de simular un hacer que no han hecho en más de tres años
tiene sus consecuencias, unas trágicas y
otras ridículas. Las fotos que buscan para ilustrar una campaña electoral
sin logros ni propuestas no sólo son
esquivas sino se están volviendo borrosas. Y además, contraproducentes.
Pero lo peor es que están tratando de mostrarse “juntos y en equipo” cuando
en realidad se están atomizando. El marketing puede servir para ganar una
elección, pero no es suficiente para gobernar y menos aún para renovar el mandato. Tan afuera están los PRO de
nuestra vida política que el famoso “Sí,
se puede” más que en un mantra
energizante parece un llanto de despedida.
El maquillaje cambiemita que
parecía tan sólido resultó más frágil
que la cáscara de un huevo. El blindaje mediático, las tretas de distracción
y las diatribas contra los K fueron menos
imbatibles de lo que se pensaba. Las frases hueras, el cinismo burlón y los
principios anti-políticos resultaron
ineficientes para comandar el barco. El capitán del Gran Equipo más que un
piloto de tormentas terminó siendo el
desatador de muchas. Tanto que la crisis argentina está preocupando al
mundo al que tanto insistió con integrarnos. Si en el futuro sentimos
aislamiento será porque el resto de los
países no querrá saber nada con nosotros después de este tercer experimento
neoliberal. Tan mal está conduciendo este barco el Buen Mauricio que su gestión
se transforma en el anti ejemplo de la campaña electoral de Evo Morales. Al final, en algo sí, se puede.
Lo que no se puede negar es que ésta
ha sido una mala experiencia. Y es de esperar que lo sea para siempre. Una moraleja sería insuficiente para esta
fatal fábula. Ante el desafío de buscar una síntesis, se puede probar con ésta:
satisfacer las apetencias de los
poderosos implica sacrificar la dignidad del resto. Muchas más afloran en
la sesera de este escriba, pero niegan
el propósito de la síntesis, además de resultar redundantes. Si la política
abandona la construcción de una prosperidad colectiva pierde su esencia transformadora y sin eso, no es nada, como
podemos comprobar con sólo echar una
mirada a lo que ocurre más allá de las pantallas.
Cuando un gobernante y sus funcionarios
no pueden empatizar con sus gobernados,
poco puede salir bien. O nada, como en
este caso. En una de sus recientes apariciones, el Ingeniero brindó una muestra más de su desconexión con
sentimientos humanos. Al día siguiente de la tragedia de Ezeiza, Macri
confesó –como si animara un cumple-
estar muy contento antes de dar sus
condolencias a las víctimas del apuro electoral. Y después balbuceó: "esperemos que el segundo que está en
situación de peligro logremos realmente que salga de esa situación gracias a
los grandes médicos que tenemos". Un trabalenguas propio del que no siente nada de lo que está diciendo.
Abajo
el telón
No siente o no entiende. O simula
no entender. Primero, al enojarse por el
resultado de las elecciones primarias; después, por negarlas; y finalmente, por la ilusión de revertir los números en los comicios definitivos. Una ilusión que
sólo tiene como fin ganar para seguir
destruyendo lo que queda. En una sobredosis de alucinógenos, el Gerente
declamó que "el día de mañana,
cuando se acuerden de esta elección se
hablará de cómo nos rompimos el alma durante un mes para darlo
vuelta". Claro, en un mes creen que van a recuperar el consenso que han perdido en estos cuatro
años y sólo con hacer actos vacíos de público y contenido. Y dice que se
rompen el alma, después de haber destrozado
la vida de millones. Si tuvieran algo parecido al alma, no hubieran hecho lo que hicieron o
estarían pidiendo disculpas antes de salir por la puerta de servicio.
Por más que en el spot de campaña
la locutora diga que son geniales, cada
vez son menos los empecinados. No es para menos, si los simulacros se desmontan antes de montarse, como la inauguración
de la ruta nacional 7 cuando falta más de un año para ser terminada. Aunque no
estén las colectoras ni bien colocadas las señales, pensaban posar ante las cámaras como eficientes
funcionarios. Como intentaban hacer con la ampliación del aeropuerto de Ezeiza,
aunque el apuro terminó en sangre.
Ya es difícil ocultar lo que son.
Farsantes es poco, como Laura Alonso
que se disfrazó de heroína contra la corrupción aunque sólo está en esa oficina
para ocultar los delitos de los que la
depositaron allí. Malandras, como Guillermo Dietrich y Javier Iguacel, que de manera ilegal prorrogaron la concesión
de siete corredores viales, para que las empresas –entre ellas Iecsa, del
primo presidencial- se alcen con un
botín de 30000 millones de pesos
en peajes y certificados de obra. Irrespetuosos, como el senador y candidato
Pichetto, que agita fantasmas como si
hablase ante nenes asustadizos. Mafiosos, como el oscuro personaje que
amenazó al delegado de ATE Capital para que se dejen de “joder con los
pueblos originarios” en
relación al trabajo que realiza en DDHH.
Si no pueden ocultar lo que son, tampoco pueden disfrazar lo que serán,
pues ya los estamos padeciendo. Por más que griten “Sí, se puede” como autómatas, los integrantes del 30 por ciento se
darán cuenta de que no se puede engañar
dos veces con la misma treta. O tres, pero que ésta sea la última.
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