Como
están seguros de perder, los exponentes del oficialismo destinan la poca
energía que les queda para que el tránsito hacia las elecciones sea lo más
absurdo posible. Ya no les preocupa si lo que vomitan a diario son incoherencias,
exabruptos o patrañas. Con nada de ingenio, tratan de contener un núcleo
duro que se derrite al calor del incendio que están provocando. Mientras
el Engendro Amarillo se desarma derramando su podredumbre, el candidato
Fernández pergeña la manera de sacarnos de esta ciénaga mucho antes de
convertirse en presidente. El futuro necesita que conservemos este capítulo
negro de nuestra historia para que rompamos con la maldición auto-infringida
de tropezar con la misma piedra cada vez que empezamos a recuperar algo de
dignidad.
Claro que
los cambio-adictos no se preocupan por esas cosas: siguen fascinados con
estos impresentables, aplauden sus monerías y esperan, alelados, que todo lo
prometido se convierta en realidad; si no todo, al menos algo que
justifique el odio y la credulidad depositadas casi cuatro años atrás. Tanto
sometimiento al pensar dominante debería dar alguna vez un premio, aunque sea una
muestra de que son mejores en algo de los que tanto desprecian. Pero no:
las fotos de cada día confirman que son peores en todo, desde lo que
piensan hasta lo que hacen, desde lo que dicen hasta lo que callan,
desde lo que prometen hasta lo que incumplen. Reconocer esto es admitir el
error de votar por Ellos y todavía no es momento para tanta toma de
conciencia, si es que estamos destinados a presenciar algo así.
Si al
menos exigieran algo al equipo gobernante, uno respetaría más la insistencia.
Pero no: para ese 30 por ciento, todo está bien aunque todo vaya mal. Ni
siquiera se incomodan cuando el senador y candidato a vice, Miguel Ángel
Pichetto propone dinamitar una villa por una foto del año pasado pero ni
se mosquea por la Expo Cannabis de La Rural. Tampoco se asombran si la ministra
de Seguridad, Patricia Bullrich explica que la crisis económica es consecuencia
de que el Gran Equipo no forma parte del “establishment
del poder argentino”. Menos descubrir
una contradicción entre defender la Democracia y la República a la vez que ovacionan
a la diputada Carrió cuando ordena que hay que festejar la victoria aunque
los números indiquen lo contrario. Por eso no hay que sorprenderse que
clamen por la unión de los argentinos mientras celebran el control de
antecedentes a los viajeros del tren.
El extravío del treinta
El voto
por el Cambio es la aceptación de un cheque en blanco a sabiendas de que no
tendrá fondos; es aclamar hoy una cosa y mañana, su contrario; es
poner el dedo en una llaga para que vuelva a sangrar y después echarle sal
para que arda más; es aceptar que el Buen
Mauricio se levante un día con ganas de ser el primer feminista que habilita un debate parlamentario sobre la IVE y
después se manifieste a favor de las
dos vidas; es emocionarse por tener un mandatario futbolero que
considere que la semi final entre Boca y Ríver contribuye a una incertidumbre
política que no existe. Todo esto y mucho más significa el voto por el
Cambio: un amasijo de incoherencias y contradicciones que sólo busca
desigualar la vida de los ciudadanos, incrustar nuestra economía en un mundo de
especuladores y rescribir la historia a la medida de los que se amontonan en el
peor lado de la Grieta.
Que
Cecilia Pando se alegre porque Macri rinda homenaje a las víctimas de la
guerrilla de los setenta debería ser una señal de alarma para el elector
distraído. Y que el Ingeniero declame que estos “héroes estarán para siempre en la memoria de todos los argentinos”, aunque
no recuerde el nombre de uno de ellos es una muestra del vacío que encierra
cada uno de sus actos. Además de la oscuridad que envuelve su dictador
sentir.
Tan
desorientados están los integrantes de ese 30 por ciento que interpretan el
desbande de Comodoro Py como la antesala de un futuro de impunidad y la
libertad concedida a los que estaban injustamente encarcelados como la
prueba irrefutable de que Les Fernández crearán un ministerio de la Venganza.
Jamás sospecharán que los escandalosos jueces y fiscales que diseñaron
procesos inconcebibles no son los magistrados ideales y probos que la tele
reivindica. Nunca se convencerán de que las acusaciones contra los K sólo
son chismes mediáticos convertidos en causas jurídicas sin sustento y que el
mote de corruptos queda mejor en los M.
Tan
extraviados están que se abrazan a estigmatizaciones que podrían salpicarlos
y alientan medidas que los dejarán fuera del camino. El que se abraza a
incoherencias termina tan incoherente como el que las pronuncia: se
conduelen por el crecimiento de la pobreza pero avalan el plan que lo
produjo; se conmueven por los pobres pero aceptan que sean blanco de
diatribas y palos; tildan de planeros
y vagos a los destinatarios de la “ayuda”
del Estado pero se emocionan cuando la bondadosa Carolina Stanley arroja una limosna a la muchedumbre.
Y ya empiezan a babear de rabia porque Alberto Fernández presenta el programa “Argentina sin hambre” para que comer
sea “un derecho y no un privilegio”. Como si fueran patrones, los peones se
espantan por la vuelta del populismo sin advertir que ya están padeciendo la
demagogia de la derecha, la promesa del paraíso después del eterno
infierno neoliberal.
Una parte
de ese 30 por ciento malogra la democracia porque su decisión es producto de
un licuado discursivo aberrante y lo peor es que lo sabe. Sin dudas, esos
votantes terminan siendo cómplices de la manipulación que los desorienta
y víctimas del empecinamiento de conciliar con los verdugos. Individuos
que se abrazan a desprecios ajenos para simular lo que no son y que
creen en lo increíble con tal de no reconocerse como errados. Que debamos
disputar nuestra dignidad con la oligarquía ya es un desafío descomunal
para que encima tengamos que estar brindando explicaciones juiciosas a los
que no quieren escuchar más que pamplinas.
Cuando se me ocurre comentar, se me presenta la duda de si encarar por seguir la enumeración de virtudes amarillas del post o, como suele suceder, pasaron cosas y ya hay alguna porquería nueva para actualizar y nada más nuevo que la procesión de ayer del excelentísimo besapies de la patria....pobre, los sacrificios que tiene que hacer por un voto, no quiero imaginarme cómo habrán sido los besuqueos a las patas de madam lagarch. Supongo que son preguntas que nos hacemos más de uno.
ResponderBorrarInteresante el descubrimiento tardío del amarillaje del transporte en colectivo y la movilización de adeptos surtidos, se habrán vuelto populistas, repartirían sandwichitos de miga?, pero bueno, cosas veredes, Sancho, las rutas tucumanas son medio un pasillo, muy lindo el tráfico de colectivos ARREANDO, que es como dicen ellos, gente a un acto... no sé usted pero a mí me pareció un detalle conmovedor, hay algo parecido a humanos en la porquería.
Es cierto que asistimos a un desfile de absurdos, embustes y promesas entre delirios y pavadas peligrosas, sólo que no coincidimos en cómo catalogar al consumidor de ésto, no lo veo como simple escuchador de pamplinas, no, es gente que no escucha nada y que tampoco hace cuentas sencillas... le va cualquier cosa que le sirva para ejercer el racismo cualunque del *europeo* nacido en el país equivocado, rodeado de negros, indios y horrores por el estilo y la cosa viene de mucho antes, de más de los 70años que *angustian* al virrey, cuyo mérito, o el de los cerebros que alquiló, fue percibir el fenómeno y explotarlo en su beneficio, lo desconcertante es que pueda sostenerse un esquema irracionalmente dañino con entusiasmo por sus víctimas y ver esas juntadas es doblemente penoso.... de todos modos, hay un peligro en ciernes desde ayer, ahora besa pies, querrá postularse para Papa?, si como presidente es catastrófico, ya peligra toda la Cristiandad?.
Un día de éstos asistiremos a mr. picheto proponiendo dinamitar el Vaticano culpando al *narcomarxista* Kiciloff, en medio de la feroz lucha de doña malbec contra las mafias de los vendedores de paltas, frutillas y carilinas.... y todavía faltan 3 semanas, una eternidad.