Los carpinchos afean el paisaje de los chetos, mientras los PRO disfrazados de juntistas no saben por qué protestar. Macri sigue alucinando sobre los inexistentes logros de su gobierno y el oficialismo hace lo imposible para seguir gobernando.
Nada más peligroso que una
oposición desorientada. O peor, orientada
sólo a entorpecer. El lunes pasado organizaron La Marcha de las Piedras para responsabilizar
al gobierno nacional por los muertos de coronavirus. El oficialismo decidió
recoger las piedras con los nombres de las víctimas para construir un memorial, pero dos diputados y dos pre-candidatos
exigieron –vía justicia cómplice, por
supuesto- su devolución. Nada les viene bien y responden con el gataflorismo al que nos tienen tan
acostumbrados. Y como el episodio de la foto y los videos de cumpleaños ya se convirtió en historia, acusan a
los carpinchos de incomodar a los
acomodados de Nordelta. Por si esto fuera poco, Macri se metió en campaña,
no tanto para aportar ideas sino para convencer
a su núcleo duro de que es un incomprendido y un perseguido político.
La movida contra los carpinchos
se convierte en una metáfora perfecta
para ilustrar el resultado de la voracidad inmobiliaria y la búsqueda de
exclusividad de un grupo de individuos. El avance sobre humedales y áreas
protegidas más el desmonte destinado a
la urbanización provoca que la fauna natural no encuentre lugar donde
vivir. Lo más ridículo es que los
invasores humanos se sienten invadidos por los habitantes autóctonos. Un
puñado de privilegiados se cree autorizado para exterminar lo que le molesta: los excluidos de un sistema económico que
urge revertir. Incendios, sequías y pérdida de especies naturales sólo para llenar las arcas de los
angurrientos. La culpa, por supuesto, no la tienen los carpinchos sino los que piensan que todo está a su disposición.
La fuerza del conquistador anula toda razón y avanza hasta la destrucción para imponerse ante cualquier resistencia,
aunque sea la de los carpinchos.
Aunque Macri no hable de
carpinchos, es un fiel exponente de esa
minoría. Siempre dispuesto a falsear
la realidad, a imponer una mirada
caprichosa para sacar tajada, a despreciar
a todo lo que se interponga en su camino. Ahora que lo aceptaron en la
campaña, se acomoda en las sillas mediáticas más amigables para desplegar su inconsistencia sin pudor.
Muy suelto de cuerpo afirma que en su gobierno ningún periodista ni juez se sintió presionado, aunque sabemos que ocurrió todo lo contrario. Y en el
colmo de la impudicia declamó que “la
educación mejoraba, el narcotráfico se
terminó en los barrios y había obras por todos lados”. Patrañas para ser creídas sólo por los
consumidores de patrañas. Como esa de que el Gobierno, con la excusa de la
pandemia, cercena “nuestras libertades y
nos encierra en una cuarentena eterna”. De hablar en serio, nada. Ni él ni sus partidarios.
Mientras tanto, las encuestas
muestran que los amarillos tienen imagen
negativa hasta en sus feudos. El Frente de Todos empieza a sacar ventaja en
muchos distritos. Los números empiezan a
mostrarse más auspiciosos. Según un informe de la UIA, la industria subió
en junio casi un 25 por ciento respecto
a junio del año pasado y un 12,8 comparado con el mismo mes de 2019. A eso
se suma que la actividad económica creció un 2,5 por ciento desde el mes anterior, debido al abandono de las
restricciones. Las inversiones extranjeras mostraron un crecimiento del 138 por ciento en el primer trimestre de este
año respecto al año pasado. Cifras positivas que aún no se reflejan en el poder adquisitivo del salario que no alcanza
siquiera a cubrir la canasta de alimentos.
Pero de estas cosas no hablan los
juntistas porque la experiencia de su
gobierno dejó saldos muy negativos, a pesar de las fábulas que recita el Infame Ingeniero. Ellos sólo se
preocupan por agitar los fantasmas del
autoritarismo inexistente y
tienen un único objetivo: desterrar de la política argentina a los K, que son tan indeseables como los carpinchos en
los paquetes jardines de Nordelta.
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