jueves, 26 de mayo de 2011

Beatriz Sarlo y el brillo que se opaca

Cuando me enteré que Beatriz Sarlo había confirmado su participación en 678 lamenté que se hiciera un martes, la única noche de la semana en que trabajo. Afortunadamente, el feriado del 25 me permitiría ver la repetición a las dos de la madrugada. Y entonces me preparé algunos litros de café para mantenerme despierto y presenciar, aunque ya grabado, semejante cotejo.
Las expectativas estaban justificadas: una intelectual de la altura de Beatriz Sarlo frente a un filósofo de la talla de Ricardo Forster y en el medio, Gabriel Mariotto como un militante que ilumina y el panel habitual del programa. Aunque Forster y Mariotto pusieron sobre la mesa la discusión política, Sarlo siempre escapó por la tangente. Como muchos de los que integran el arco anti-K, se preocupan más por las formas y de esa manera eluden hablar del modelo. Otra vez será.
Ante el primer informe –sobre el tratamiento de los medios hacia la crisis en España- lo previsible: la crítica hacia el formato de los informes. Y siempre, cuando alguno encara esa crítica, lo hace con indignación, como si la selección, la edición, la subjetividad y el compromiso puesto en juego alteraran el contenido de lo que se dice. Una tontería para aclarar. Cuando Galende hace la apertura del programa dice “un resumen crítico de lo que ocurre en los medios”. Desde el principio se aclara que no hay la mínima intención de objetividad. Un resumen crítico no puede ser –por esencia- objetivo. No voy a profundizar ahora en la cuestión de la objetividad porque daría para mucho, pero prometo abordar el tema en breve. Ahora bien, aunque un informe recurra a las herramientas propias del lenguaje televisivo y que no sea objetivo, no quiere decir que el informe mienta. Se puede ser subjetivo y no mentir.
Hace algunas semanas, en medios que no conforman el espectro dominante, aparecieron entrevistas realizadas a Beatriz Sarlo. En ellas afirma su posición crítica hacia 678 amparadas en el formato del programa, pero que esconde un trasfondo ideológico. Detrás de las críticas de forma se esconde un disgusto obvio hacia lo que ese programa defiende. “Yo escribí decenas de páginas sobre 678, por lo tanto tengo el deber intelectual y moral de debatir con ellos”, declara antes y después de asistir al programa. En esa frase hay una condescendencia intolerable. Consiente discutir hasta con niños de pecho. Pero no discute sino que elude, se disgusta, se incomoda como si le hubieran dado la peor silla y tolera estar rodeada de panelistas K con el mejor gesto de dignidad que pudo conseguir.
Forster y Sarlo son dos intelectuales antagónicos, pero hay una notable diferencia entre ellos. Forster se manifiesta a favor de algo con fuerza, con convicción, con calma; está seguro de lo que defiende y el terreno que pisa. Sarlo, en cambio, al estar nada más en contra, no puede defender nada. Sólo se opone y tira golpes a ciegas. De lo único que está convencida es que ha descendido un par de escalones para darse un gusto, para hacer punta, para ser la heroína de un combate “desigual”. Por eso afirma que prefiere “polemizar con personas inteligentes y que sepan bien de qué están hablando. No con personas aproximativas, más dominadas por sus gustos o sentimientos que por sus ideas”. Así se aleja del momento que se está viviendo, que estamos viviendo los argentinos, donde los sentimientos generan ideas y las ideas, sentimientos.
La presencia de Beatriz Sarlo podría definirse con una frase que ella misma pronunció en un cruce con Orlando Barone: “conmigo no, Barone”. Es tan fuerte esa oración que hasta Osvaldo Bazán la celebró como un triunfo de la oposición. Hasta se convirtió en remera. Ese “conmigo no, Barone” o cualquier otro apellido que queramos incorporar no demuestra otra cosa más que el carácter intocable de la diva intelectual. Hay una mezcla de advertencia y amenaza en esa expresión de soberbia. Su torre de cristal es irrompible para los mortales y sólo ella sabe cómo vulnerar sus transparentes muros.
En una de las entrevistas, Beatriz Sarlo admite que prefiere moverse por la ciudad en colectivo, porque eso le permite apreciar la vida social al natural. Sin embargo, manifiesta un desprecio por lo colectivo, salvo las manifestaciones de 678 facebook. Viaja en colectivo pero no la convencen las ideas abrazadas por el colectivo social. ¿Es posible algo así? ¿Cómo viajar en colectivo y no advertir el cambio en el gesto de las personas?
Beatriz Sarlo amaga encarar una discusión en serio, amaga con mezclarse con lo colectivo, amaga con hablar de política, amaga con ser una intelectual con ideas. Amaga, pero sólo eso.
















2 comentarios:

  1. Bueno, Gustavo me pareció muy bueno tu blog. Me tomé un tiempito y leí varios post. Siga así, ya es parte de mi blogroll. En cuanto a Sarlo, coincido en la lectura de la indecisión, también considero que Beatríz no entendió el fenómeno de 6,7,8 y tampoco el de la blogosfera. Creo que merodeó por encima de la cuestión y no estudió a fondo el rol que tiene esta nueva temática; que es la de generar debate, disputar sentido a los grandes medios, y también -quizá lo más doloroso para muchos- desterrar el velo de la objetvidad. Levantando la bandera de la subjetividad. Sin más, saludos. Ah, cuando blogger solucione el problema que tiene para poder seguir los blogs, lo seguiré.

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  2. Acá una crítica desde la izuierda al debate Sarlo-6 7 8:

    http://www.ips.org.ar/?p=2255


    saludos
    DP

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