Antes de comenzar este apunte discontinuo es necesario aclarar los alcances de la veda electoral. Esta restricción abarca a los candidatos y partidos en puja electoral, lo que implica la suspensión de actos de campaña, reparto de volantes y declaraciones en los medios de comunicación. En cierta forma, lo realizado hasta ahora es suficiente para que los votantes tengan la información necesaria y puedan estar en silencio político durante 48 horas para poder sopesar las opciones. Ahora bien, si el candidato X tiene esta noche una cena familiar o con amigos no transgrede la veda si enuncia algunos de los puntos centrales de su plataforma. La veda es una restricción en la vida pública, no en la privada.
El resto de los ciudadanos debemos comportarnos con la normalidad de siempre, con algunos reparos al manifestar nuestras preferencias. La veda política no prohíbe las discusiones familiares, entre amigos o vecinos. Así es que de acá al domingo los ciudadanos de a pie, los twitteros, los facebookeros y bloggeros podemos seguir haciendo lo que hemos hecho hasta ahora sin temor a que la justicia electoral nos abra un proceso por transgredir la veda.
Los más de 27 millones de votantes que conforman el padrón electoral tendrán dos días para decidir su voto en una elección presidencial sin precedentes en la vida democrática iniciada en 1983. Muchos ya tomaron una decisión y el domingo sólo confirmarán una adhesión que lleva por lo menos varios meses. Otros están en veremos, como si eso fuera posible. Pero aunque parezca mentira, todavía quedan muchos que manifiestan no interesarse por la política y ven en estas instancias un trámite molesto. Las elecciones nunca deben resultar un trámite molesto porque son la base de toda democracia. Otros dicen no entender nada, como si se estuviese planteando un difícil problema de física cuántica. También están aquellos que dicen abiertamente que no les gusta la política y justifican de esa manera la irresponsabilidad a la hora de poner un voto en la urna.
Cualquier persona es libre de interesarse por algunas cosas y no por otras y eso forma parte de las diferencias que existen en toda sociedad. Que todos los habitantes de un país se interesen sólo por una única cosa resultaría muy aburrido y empobrecedor. Unos pueden interesarse por la lucha entre lagartijas saharíes y otros por la repostería danesa o la neo filosofía budista. Son disciplinas o actividades que no pueden extenderse a la totalidad porque no afectan nunca a la totalidad, salvo casos excepcionales. Pero la política es otra cosa. La política atraviesa la trama de toda sociedad y por lo tanto, a todos sus integrantes. Nuestras relaciones cotidianas son, básicamente, políticas. Un integrante de la sociedad que afirme que no le atrae la política es como si dijera que no le interesa respirar. Se está negando a un aspecto central de la vida institucional. Sobre todo porque debe elegir un candidato para gobernar los destinos del país, la provincia o la ciudad. ¿Cómo se puede elegir sobre lo desconocido? ¿Cómo se puede reclamar sin saber qué se está reclamando ni a quién? En este caso, no es cuestión de gustos ni de preferencias sino de responsabilidad, de compromiso, no sólo con uno sino con el otro. Mi decisión puede mejorar o empeorar mi vida y la del otro. Entonces, ¿cómo tomarlo tan a la ligera?
Una vez planteado esto como tirón de orejas a los desentendidos viene el momento crucial: ¿por quién votar? Si uno va a comprar una camisa, es obvio que la decisión es personal, aunque no tanto. También se evalúa cómo va a impactar esa camisa entre los familiares y amigos. Uno nunca elige plenamente en soledad sino que hay otro involucrado, aunque no se tenga conciencia de esa presencia. En el caso del voto ocurre algo similar aunque con mucha más incidencia en la vida de la comunidad. El voto individual, que primó sobre todo durante los noventa, con el triunfo mayoritario de un modelo excluyente, a-político, des-comprometido, trajo como consecuencia la destrucción de la economía productiva del país en beneficio de los sectores financieros. El 2001 fue una resultante de ese período destructivo sumada a inoperancias propias del modelo “no aplicado” de la Alianza. El voto colectivo en cambio nos lleva a pensar en el beneficio del conjunto, de la mayoría, de los excluidos. No voto pensando en mí –ni en mi odio, asco, prejuicio, indiferencia- sino en lo que creo mejor para todos. Desde ese punto de vista es posible evaluar las propuestas electorales, sobre todo cuando tienen la forma de programa y no de listado de consignas sin procedimientos. Cualquiera puede proponer eliminar la pobreza, pero la diferencia está en los caminos que se tomen para alcanzar ese objetivo. No es lo mismo la re distribución del ingreso que la matanza masiva de pobres, como formas extremas de eliminar la pobreza. Esto significa lisa y llanamente que la política neutral no existe, como tampoco existe sin conflicto. En definitiva, la política es ideológica, por esencia.
En esta campaña hemos visto a muchos candidatos presentando sus ideas desde la neutralidad, la magia, los tecnicismos, la armonía, la transparencia. Todos propusieron lo mismo sin preocuparse por los procedimientos. Perdón, todos no. Sólo uno de ellos (o una) afirmó en el cierre de campaña que quiere un país para los 40 millones de argentinos, pero con el compromiso de estar siempre de parte de los excluidos. En eso declaró que no es neutral. Y para eso mostró historias de transformación que se fundían en lo colectivo. Una historia es la de todos.
Cuando votemos el domingo pensemos en el 2001. Recordemos cómo estábamos entonces y cómo estamos ahora. Pensemos en quiénes prometen el túnel del tiempo o el camino al futuro; en quiénes quieren la unión y quiénes la unidad; en quiénes quieren un país para pocos y quienes un país para todos. No es difícil. En el cuarto oscuro se puede ser sincero con uno mismo, pero al momento de poner el sobre en la urna, hay cuarenta millones que están a la espera de nuestra decisión.
Elegante y acertada publicación, Profe, con poco que agregar. En lo personal siempre pensé que aquel al que no le gusta comprometerse, tomarse la molestia de tomar posición, de hablar, de gritar, de participar, es un mediocre, un pobre infelíz que no merece consideración y que cree que puede vivir al márgen de todo, recluido, escondido. Quien no se mete, quien cree que puede dejar que todo le resbale, es un ignorante inexistente que no aprendió una mierda en la vida y que no sirve ni servirá para nada. El "NO TE METÁS" en los años de la dictadura resultó en miles de muertos, muchos de los cuales ni siquiera tenemos el cadaver. Aquel que se mete es el que sirve, aunque se equivoque, porque para eso estamos para aprender equivocándonos.
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