Si algo puede caracterizar a esta semana es la carga emocional que ha tenido y por la que va a ser recordada durante mucho tiempo. Quien no se haya visto en peligro de deshidratación por lágrimas es porque aún no comprende bien lo que está pasando. O porque sigue mirando para otro lado, actitud sumamente peligrosa en ciertos momentos de nuestra historia. Hay tres días que no se pueden pasar por alto y que se constituyen como hitos para la historia futura.
El primero, por supuesto, es la indiscutible victoria obtenida por Cristina el pasado domingo en las elecciones presidenciales. Por un lado, significa una aceptación de lo llevado adelante en estos ocho años por el gobierno kirchnerista. Ese día se hizo evidente la consolidación de una unidad impensable desde mediados de los setenta, una unidad boicoteada por la derecha impiadosa de la triple A, aniquilada por la dictadura genocida, saboteada por los resabios golpistas a mediados de los ochenta y descafeinada con desvergüenza por el menemato en los noventa. Después de la explosión del 2001, los habitantes de este bombardeado territorio no podíamos estar más dispersos, más derrotados, más hundidos. Pero, como dice Joan Manuel Serrat, “bienaventurados los que están en el fondo del pozo, porque de ahí en adelante sólo cabe ir mejorando”. Pero eso no ocurrió porque sí. Nuestro abismo no hubiera tenido límites de no haber llegado ese pingüino presentado, en un principio, como un “chirolita de Duhalde” y que terminó siendo el refundador del país. Y eso es indudable, más allá de las objeciones que puedan poner los detractores, descreídos, desconfiados o boicoteadores de siempre.
Por otro lado, los resultados del domingo significan el compromiso de no abandonar jamás este camino pues gran parte de los ciudadanos ha comprendido que es la única garantía de futuro. Siempre se crece desde abajo hacia arriba. No hay otra forma. Por eso, la inclusión de todos nuestros conciudadanos debe ser la intención de toda acción de gobierno, como lo ha sido hasta ahora. Y los que ya estamos incluidos debemos acompañar y enorgullecernos. El pueblo en la plaza celebrando junto con los gobernantes es la foto más emotiva de este año, un reencuentro que debería conmover hasta a las piedras. Aunque uno sabe que hay algunos que están emperrados en ver todo mal, en protestar permanentemente, en quejarse, en resistirse. Pero ya son los menos. Algunas comadrejas escupirán, desde sus madrigueras, que once millones de personas votaron con el bolsillo o que fueron engañadas por la simulación de viudez, como aquella otra que dijo alguna vez que Fuerza Bruta se dedica a organizar funerales. Esas comadrejas están cada vez más solas y la sarna les impide descansar.
El segundo momento emotivo de la semana fue la sentencia que recibieron los genocidas en la megacausa ESMA. Algo que muchos consideraron como un gesto vacío el de aquel 24 de marzo de 2004, cuando el entonces presidente Néstor Kirchner dijo “proceda” convirtiendo a los ex presidentes de facto en dictadores y asesinos, cuando pidió perdón en nombre del Estado Argentino, cuando se comprometió a reparar tanta injusticia. Por su iniciativa, se derogaron las imperdonables “leyes del perdón” y comenzaron los juicios, que son muchos. Casi trescientos condenados y otros tantos en proceso. Pero la sentencia del miércoles carga de valor aquel gesto y lo convierte en símbolo. Claro que están los que desconfían, los que dicen que es una cuestión de marketing o tonterías por el estilo. Lo que pasa es que no se animan a confesar cuánto molestan los juicios. Algunos periodistas estaban en su salsa cuando protestaban por los indultos y las leyes del perdón, porque sabían que podían quejarse sin comprometerse. Ahora, cuando los juicios y las condenas son hechos, no se atreven a manifestarse a favor. Por supuesto, no hace falta demasiada capacidad intelectual para estar en contra y queda mejor el disfraz de crítico. Esos también están cada vez más solos.
El tercer momento emotivo de la semana ocurrió el jueves, cuando se cumplió un año del fallecimiento de Néstor Kirchner. Homenajes y recordatorios pudieron verse en los medios, algunos profundos y otros de compromiso. Ese día de censo será inolvidable para muchos que se vieron impactados por la noticia. El dolor colectivo recorrió las calles. Un funeral se convirtió en una manifestación política y una muestra de apoyo a CFK. Pero no fueron sólo expresiones de condolencias sino una transmisión de energía. Ese día, se perdió un militante pero se ganó un símbolo.
Las imágenes de sus discursos, sus declaraciones, sus gestos conmueven a muchos y sirven para ver, en la distancia, cuánto ha perdido nuestro país. Pero la emoción colectiva que se sintió en el primer año sin él permite la reconstrucción de su pensamiento, de su impronta, del sendero que ha marcado a lo largo de su vida. Es imposible no sentir que estamos construyendo algo diferente. En la política argentina –y menos aún desde la recuperación de la democracia- nadie hizo nada como lo hecho por él. A la distancia, desde los fragmentos que nos aporta la tele, todo parece fácil. Hasta parece jugar a presidente, parece divertirse con lo que hace. Pero todo lo hizo en serio, con la seriedad que ponen los chicos cuando juegan. Sus gestos traviesos en los momentos más cruciales de la historia se contraponen a los actos de recuperación que protagonizó.
Algunas de esas comadrejas hablarán de impostura; otros mostrarán indiferencia; están los que se resisten y los que no quieren entender. Claro, no queda bien estar a favor. Hay un hábito de desconfiar de los gobernantes, de verlos como enemigos. Y es comprensible después de tantas frustraciones. Algunos medios extranjeros se sorprenden porque mientras en los países europeos y en Estados Unidos miles de ciudadanos reclaman medidas de protección a sus respectivos gobiernos porque se sienten abandonados, en Argentina el pueblo sale a la calle para demostrar su amor a la Presidenta y su equipo. Dejarse llevar por esta emoción colectiva –por la consolidación de un proyecto, por la reparación histórica y por la recuperación simbólica de Néstor- es algo indescriptible. Es una pena que muchos no puedan verlo porque sería más fácil alcanzar la unidad tan anhelada. No importa. Tenemos mucho tiempo por delante. Pero sería más rápido si el velo de la desconfianza y el malhumor que aún queda como restos del desmantelamiento de los noventa se corriera definitivamente.
Profe, no se olvide de mencionar entre los enemigos a Alfonsín (el legítimo, no la burda copia) y a De La Rua, porque yo pienso que fueron tan traidores como los que usted nombró. Si quiere le mando la publicación, a mediados de los 90, donde Alfonsín (el legítimo, no la patética reedición) se rendía ante el plan menemista diciendo que a él le faltó "coraje político" para realizar la mravillosas acciones del riojano. No olvidar es la herramienta para no volverse a equivocar.
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