lunes, 24 de octubre de 2011

La potencia de un país

El otro día, un señor con mucha plata de dudoso origen, ligado de manera indirecta a la familia del autor de estos Apuntes, señalaba con visible inquietud el peligro que podría significar un triunfo contundente de CFK. Entre todos los temores figuraba la certeza de que después de la asunción de su segundo mandato, el Gobierno Nacional confiscaría la mitad de los bienes de aquellos que concentraban gran parte de la riqueza del país, este individuo entre ellos. En psicología, eso se llama proyección, porque eso es lo que haría gente como él –y lo han hecho- de tener el poder: apropiarse de todo.
El domingo La fuerza de un país se consolidó en las urnas. Pero no ocurrirá ninguna de las pesadillas planteadas por este paranoico señor. Cuanto mucho, tendrá un mayor control fiscal sobre sus bienes y, por tanto, deberá pagar más impuestos. Pero no más que eso. En las urnas hubo una contundente victoria de la fórmula oficial. De ahora en más, debemos reflexionar sobre el significado de lo que ocurrió en las elecciones presidenciales, para que esa fuerza se convierta en verdadera potencia. ‘Potencia’ no significa sólo poder en el sentido de fuerza, sino también como posibilidad cercana a la certeza. Potencia y acto en términos de la filosofía clásica.
Todavía falta mucho para construir el país con el que todos soñamos, pero hay tanto para celebrar, cambios impensables diez años atrás. Pero lo más importante y el hilo conductor de estas transformaciones es –y debe seguir siendo- el rol del Estado en la recuperación de la dignidad, derecho y autoestima de todos los habitantes de nuestro entrañable país. Este cambio de paradigma en la vida institucional de Argentina debe ser comprendido como la garantía esencial para nuestra vida futura. Por tanto, es necesario desalojar de nuestros argumentos cotidianos todo lo que se escape de ese eje sustancial que se ha construido en los ocho años de modelo K. Lo que debemos todos –todos en serio- es apuntalar la presencia de la política en todas las decisiones de gobierno, porque eso es lo que determina la fortaleza de las acciones. De esta manera se establece la diferencia entre un gobierno que gobierna y un gobierno gobernado. En la Casa Rosada es donde deben tomarse las decisiones y no en las oficinas de las corporaciones. A partir de ahora, el interés de uno debe ser el interés de todos.
Casi once millones de votantes han decidido que las políticas de inclusión nos benefician a todos, aunque no seamos beneficiarios directos de ellas. Lo que se escribió el domingo con el voto popular es que un excluido menos debe ser un triunfo que nos enorgullezca a todos. Basta de proferir esas quejas de “medio pelo”. Ya no tiene sustento preguntarse por qué alguien que no trabaja recibe un subsidio, un plan o una asignación. Ya debe resultar despreciable sostener que las “pibitas se embarazan por la platita”. Ya debería avergonzarse quien cuestiona que reciba una jubilación una persona que nunca aportó. Si todo esto ocurre es por el abandono del rol del Estado durante más de treinta años de políticas neoliberales. Si todo esto ocurre es porque gran parte de los ciudadanos argentinos apoyaron esas políticas que beneficiaban a unos pocos en perjuicio de los muchos. Tristes tiempos en que por televisión se admiraba la mansión ostentosa de un personaje de la farándula, sin sospechar siquiera que esa fortuna meteórica ocasionaba la miseria de muchos. Las fortunas ostentosas deben ser consideradas como un insulto a la desigualdad que su obtención generó. El mensaje de las urnas nos indica que a partir de ahora debemos celebrar no las láminas de oro que exhibe un mediocre en su baño, sino los cerámicos de una vivienda social que estrena una familia. Ese mensaje –el de las urnas- nos enseña que a partir de ahora, todos somos responsables por todos. Eso es unidad.
A lo largo de estos ocho años y sobre todo durante el gobierno de Cristina, hubo expresiones nostálgicas de esos oscuros tiempos noventistas. Absurda imagen la de los que caceroleaban en el paisaje urbano a favor de quienes no moverían un dedo por ninguno de los manifestantes. Despreciable caricatura la de los que poblaban las calles para defender la fortuna de unos pocos, sin entender siquiera de qué se trataba la cuestión. Pero esos intentos de debilitar a un gobierno, sirvieron para fortalecerlo. A partir de ahora, deberemos evaluar con verdadera responsabilidad nuestras acciones. Nunca más hay que poblar las calles para retroceder; nunca más aceptar las nostálgicas recetas de la ortodoxia económica; nunca más evitar el conflicto sino llevarlo hasta las últimas consecuencias. Nunca más defender la “libertad de expresión” de los que se la pasan gritando.
Celebrar y continuar
Este contundente e indiscutible triunfo no debe llevar a la soberbia a quienes apoyamos este modelo. Pero tampoco cabe la falsa modestia. Durante dos o tres años los exponentes políticos orquestados desde las oficinas de las corporaciones, sobre todo las mediáticas, ostentaron con soberbia el peor de los odios. Insultos, descalificaciones, mentiras, operaciones mediáticas, trampas legislativas, invisibilizaciones. Y muertes. También hubo muertes planeadas desde los sectores más oscuros de la oposición. Durante estos años hubo piedras en el camino, palos en la rueda, alianzas destituyentes, mayorías accidentales. Ahora basta. Los resultados electorales del pasado domingo simplemente anuncian la confirmación del camino con sus baches y tropiezos, pero sin retroceso ni bifurcaciones. Celebrar sin soberbia pero con orgullo, con emoción, con solidaridad.
No cabe lugar para la revancha. Si bien nunca un gobierno fue tan examinado ni puesto a prueba permanente, ahora hay que continuar con calma. No hay que ilusionarse con un pedido de disculpas por los malos momentos que nos han hecho pasar. Es más, algunos van a reforzar su inoperancia con denuncias de fraude, con votos comprados y distintas maneras de negar una realidad que los descoloca. Ya no tienen la razón. Ya no tienen el control sobre el sentido común de la ciudadanía.
Estos números tienen que frenar la soberbia de quienes se creen dueños del país; de aquéllos que con un permanente gesto de mal humor intentan socavar el ánimo de los ciudadanos; de los dueños de una objetividad a la medida de sus intereses; de los que siempre ganan con las crisis y nunca pagan las consecuencias. Y uno siempre habla de los dirigentes y de los exponentes de los medios de comunicación. Pero también hay un coro formado por ciudadanos de a pie, totalmente consustanciados con ese discurso del odio y el prejuicio. Son los que repiten como loros las consignas opositoras sin entender de qué se trata. A ellos hay que pedirles el esfuerzo de la comprensión. O al menos que se permitan dudar de esos prejuicios con formato de convicciones y principios. También invitarlos a conocer en serio aquello que dicen odiar, despreciar, rechazar. Que recuerden la desintegración, el desánimo, el abismo que nos golpeó diez años atrás.
Esta victoria contundente, histórica del modelo en curso no es el final de un ciclo, sino sólo el comienzo. Muchas cosas se han hecho en todos estos años –pocos en tiempo histórico- pero existe la convicción de que falta mucho más.
Pero el mensaje de las urnas no sólo indica el curso que hay que seguir sino también la falta de apoyo a las propuestas del odio y el retroceso. Duhalde y Carrió recibieron lo que construyeron: casi el vacío. El primero simula haber comprendido. La segunda, en cambio, confirma su extravío. Con menos del dos por ciento de los votos, Carrió se anuncia como resistencia al régimen. Más allá de que haya dejado picando la pelota para las humaradas relacionadas con sus redondeces, sus dichos ya no merecen un lugar en la política. Uno se cansa de respetar estupideces.
Y los que quieran seguir odiando, que se mordisqueen entre sí en oscuros rincones. Pero que no molesten con sus ladridos disonantes. El resto de los votantes estaremos construyendo el país soñado durante muchos años. Y este sueño ya no es una mera ilusión.

2 comentarios:

  1. Una nueva y brillante reflexión, Profe. Para agregar hay que decir que lo del Domingo extiende una esperanza tan largamente anhelada que hece brotar las lágrimas. La imágen de Cristina bailando en plaza de Mayo, junto al pueblo que también bailaba. La alegría, ese sentimiento tan olvidado... Pensar que en el 2008 parecía destruida por esa oligarquía absurdamente apoyada por cacerolas chinas...En el 2009, la muerte de Nestor hacía restregar las manos del enemigo... Tan solo dos años...Y aquí estamos, más fuertes que nunca. Me siento emocionado, conmocionado, profundamente conmovido. Y algo más: No se como se llama el ministro de economía. Ni se quien es. Esto me sucede por primera vez en mi vida. Parece poco pero es algo grande. ¡Gracias, Argentinos!

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  2. Testigo de uno mismo

    ¡que entre la luz y que entre el aire,
    el aire que es el más fiel testigo de la vida!
    JAIME SABINES

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