La proximidad del estreno de la película documental sobre la
vida de Néstor Kirchner puede convertirse en una tentadora invitación para
evaluar la herencia que nos ha dejado. Cuando
menos lo esperábamos, nos instruyó sobre la manera de encarar la reconstrucción
del país. En cierta forma, nos impulsó a comprender lo que está en juego en
ese desafío. Si la crisis de 2001 nos pareció entonces el resultado de la cleptocracia, ahora podemos comprender
que eso era una parte, pero no el todo. Lo más importante –y lo dijo cuando
asumió- es el compromiso con las convicciones. La célebre frase “convicciones que no pienso dejar en la
puerta de la Casa Rosada” -en la multiplicidad de versiones que aporta la
memoria colectiva- fue el abracadabra para trazar el camino hacia
un país distinto. Hubo otra palabra mágica también muy poderosa: autoestima.
Kirchner nos convenció de que podríamos salir
del infierno con nuestros recursos y para eso, había que recuperar
soberanía. Si la rebelión de los estancieros es un punto de inflexión en la
construcción del kirchnerismo, la muerte
del ex presidente lo convierte en una arquitectura más entrañable. Convicciones,
compromiso, autoestima, soberanía. Y quizá abrazando estos términos,
solidaridad. Solidaridad que no es caridad –una forma de camuflar la inequidad-
sino la empatía con el otro, con su causa, con su padecer. Para ser solidario no hace falta regalar nada: tan sólo comprender lo
que el otro necesita y celebrar cuando esa necesidad esté saldada.
Una fecha clave se aproxima y puede significar uno de los
hitos fundamentales de la historia que estamos escribiendo. Y no es exagerado
afirmar esto. Un poco de retrospección puede
ser fundamental para comprender que lo que estamos viviendo es la oportunidad
de alcanzar el país soñado. Si uno quisiera resumir en una frase breve la transformación
más importante de estos años K sería, sin dudas, la recuperación del Estado en favor de las mayorías. El Estado como
garante de la equidad. La Presidenta, en estos días, dijo “que cada vez que convencieron a
argentinos -y hablo de otras generaciones- de que el Estado era un estorbo, de
que el Estado era algo inútil, que el Estado impedía la libertad del mercado,
primero destruyeron el Estado y después fueron por todos ustedes, por el
trabajo de ustedes, por la salud de ustedes, por la educación de ustedes. Por
eso la defensa del Estado es una defensa de los grandes intereses nacionales y también
de la soberanía popular y también de la soberanía nacional, porque pueblo y
nación son una sola y misma cosa”.
Precisamente, los sones cacharreros cuestionaron ese rol del Estado en las
últimas protestas. Aunque no todos los manifestantes estuvieran al
tanto de esto, en muchas de las consignas lo que se pedía era otra función del
Estado. Una retirada del Estado que lo muta
en ‘ausente’ o “bobo”, aunque en otros
tiempos resultó cómplice. Si todas las demandas de los protestones se
convirtieran en medidas –es decir, si alguna fuerza política se atreviese a
proponer todo eso como plan de gobierno- se
dispararía la fuga de capitales por evasión impositiva y la especulación
financiera enriquecería a pocos a costa del empobrecimiento de muchos. El
resto, ya se conoce, devaluaciones, pérdida del poder adquisitivo, cierre de
fábricas, desempleo, ajustes y demás delicias
del neoliberalismo en estado salvaje. Si, como dicen algunos carroñeros
disfrazados de periodistas, el Gobierno debe escuchar a la gente, nuestro país volvería a estar de rodillas
como en los noventa, sometido a una sangría despiadada y perpetua. O
desintegrado, como en los primeros años de este siglo.
Pero en esta casi década, el
Estado recuperó el papel que le corresponde: estar al mando del curso del país
en beneficio de todos. En el cacharreo del 13S, una de las demandas principales
estaba referida a la compra libre de dólares. En la versión de noviembre, ese derecho se transformó en libertad. Una libertad centrada únicamente en lo individual sin ningún tipo de
visión de conjunto. Para muchos bulliciosos manifestantes resulta más
atractivo rellenar el colchón con los billetes verdes antes de que los atesore la yegua, Moreno, los Kirchner y otros
demonios construidos por la imaginación mediática. Sin embargo, las medidas restrictivas
a la compra de divisas están dando sus frutos. En el tercer trimestre de este año la fuga de capitales disminuyó en un
80 por ciento con respecto al año pasado. Además, las empresas
multinacionales redujeron a la mitad la remisión de utilidades a sus casas
matrices.
No es poca cosa. En los países
europeos, el drenaje parece imparable y las consecuencias deben pagarlas los
ciudadanos, sobre los que caen disminución de salarios, despidos y desahucios.
Angustias conocidas que no debemos olvidar. Los más padecen la miseria que los angurrientos –los menos- dejan a su
paso. La fuga se convierte
inevitablemente en deuda y la deuda, en una sangría interminable que sufren los
que jamás fugaron divisas. Muchos mandatarios de ese continente –el rey
español, entre ellos- comienzan a observar con mayor atención el resurgimiento
latinoamericano. Y advierten en este proceso que lo único que puede frenar esa vil y nociva práctica de los capitales
financieros especulativos es la presencia del Estado como regulador. "Es una suerte tener un gobierno que ayuda –reconoció CFK la semana pasada- pero tenemos que saber que hay que tener un
modelo de gestión para que esa ayuda no sea vista como un privilegio para otros”.
Aunque parezca increíble, hay otros que ven como privilegio que haya vagos que vivan a costa de un subsidio.
Incomprensión, sea cual sea la
circunstancia. In-solidaridad, en definitiva.
In-solidaridad que se manifiesta también en las discusiones
por el pago del mal llamado impuesto a las ganancias. Con mala intención,
algunos hasta llegan a decir que es un impuesto al trabajo. En otros lugares
del mundo –y acá también- se lo conoce como impuesto a los ingresos, uno de los más progresivos que existen,
porque paga más el que más gana. Salvo los que están exentos, lo cual es
injusto. El reclamo debería estar centrado en eliminar esas exenciones para
después poder elevar el mínimo no imponible. Anticipándose al paro del 20, La Presidenta anunció que por única vez, el
sueldo anual complementario se cobraría sin los descuentos correspondientes al
pago de ese tributo. Pero además, se comprometió a reunirse con la CGT para
actualizar los mínimos. Por supuesto, nada dijo de los privilegiados que no
pagan este impuesto. Una de las iniciativas
más esperadas es el tratamiento de una reforma tributaria en el Congreso, lo
que tornaría más progresivo el proyecto de país en curso. Un Estado que
recaude más entre los que más tienen y ganan para garantizar una disminución de
la brecha.
Pero el próximo paso para avanzar por este sendero está
cercano, porque el Estado va a demostrar su razón de ser
y su fortaleza en la aplicación de la totalidad de la LSCA. El
miércoles pasado Martín Sabbatella, titular de la AFSCA, brindó una conferencia
de prensa que quedará para la historia. Puso
fin a los rumores, mitos y leyendas
en torno al 7D y presentó a la opinión pública el listado de los Grupos que
están excedidos en la cantidad de licencias. “Esperamos sinceramente que no haya nadie que no cumpla –confesó el
funcionario- La ley es para todos, no hay sociedad democrática en la que alguien elija
cuál ley cumplir y cuál no”. Y
si no cumple, la autoridad de aplicación actuará de oficio, ofertando las
licencias de menor valor, “para no
causarle un perjuicio económico al titular”. Hasta de esto se ocupa el
Estado, de no perjudicar a los que siempre nos han perjudicado. Porque es un Estado para todos. Una herencia
inesperada para alcanzar de una vez y para siempre el país soñado.
ExceLente compañero!!!
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