lunes, 19 de noviembre de 2012

Un legado con facha de futuro


La proximidad del estreno de la película documental sobre la vida de Néstor Kirchner puede convertirse en una tentadora invitación para evaluar la herencia que nos ha dejado. Cuando menos lo esperábamos, nos instruyó sobre la manera de encarar la reconstrucción del país. En cierta forma, nos impulsó a comprender lo que está en juego en ese desafío. Si la crisis de 2001 nos pareció entonces el resultado de la cleptocracia, ahora podemos comprender que eso era una parte, pero no el todo. Lo más importante –y lo dijo cuando asumió- es el compromiso con las convicciones. La célebre frase “convicciones que no pienso dejar en la puerta de la Casa Rosada” -en la multiplicidad de versiones que aporta la memoria colectiva- fue el abracadabra para trazar el camino hacia un país distinto. Hubo otra palabra mágica también muy poderosa: autoestima. Kirchner nos convenció de que podríamos salir del infierno con nuestros recursos y para eso, había que recuperar soberanía. Si la rebelión de los estancieros es un punto de inflexión en la construcción del kirchnerismo, la muerte del ex presidente lo convierte en una arquitectura más entrañable. Convicciones, compromiso, autoestima, soberanía. Y quizá abrazando estos términos, solidaridad. Solidaridad que no es caridad –una forma de camuflar la inequidad- sino la empatía con el otro, con su causa, con su padecer. Para ser solidario no hace falta regalar nada: tan sólo comprender lo que el otro necesita y celebrar cuando esa necesidad esté saldada.
Una fecha clave se aproxima y puede significar uno de los hitos fundamentales de la historia que estamos escribiendo. Y no es exagerado afirmar esto. Un poco de retrospección puede ser fundamental para comprender que lo que estamos viviendo es la oportunidad de alcanzar el país soñado. Si uno quisiera resumir en una frase breve la transformación más importante de estos años K sería, sin dudas, la recuperación del Estado en favor de las mayorías. El Estado como garante de la equidad. La Presidenta, en estos días, dijo “que cada vez que convencieron a argentinos -y hablo de otras generaciones- de que el Estado era un estorbo, de que el Estado era algo inútil, que el Estado impedía la libertad del mercado, primero destruyeron el Estado y después fueron por todos ustedes, por el trabajo de ustedes, por la salud de ustedes, por la educación de ustedes. Por eso la defensa del Estado es una defensa de los grandes intereses nacionales y también de la soberanía popular y también de la soberanía nacional, porque pueblo y nación son una sola y misma cosa”.
 Precisamente, los sones cacharreros cuestionaron ese rol del Estado en las últimas protestas. Aunque no todos los manifestantes estuvieran al tanto de esto, en muchas de las consignas lo que se pedía era otra función del Estado. Una retirada del Estado que lo muta en ‘ausente’ o “bobo”, aunque en otros tiempos resultó cómplice. Si todas las demandas de los protestones se convirtieran en medidas –es decir, si alguna fuerza política se atreviese a proponer todo eso como plan de gobierno- se dispararía la fuga de capitales por evasión impositiva y la especulación financiera enriquecería a pocos a costa del empobrecimiento de muchos. El resto, ya se conoce, devaluaciones, pérdida del poder adquisitivo, cierre de fábricas, desempleo, ajustes y demás delicias del neoliberalismo en estado salvaje. Si, como dicen algunos carroñeros disfrazados de periodistas, el Gobierno debe escuchar a la gente, nuestro país volvería a estar de rodillas como en los noventa, sometido a una sangría despiadada y perpetua. O desintegrado, como en los primeros años de este siglo.
Pero en esta casi década, el Estado recuperó el papel que le corresponde: estar al mando del curso del país en beneficio de todos. En el cacharreo del 13S, una de las demandas principales estaba referida a la compra libre de dólares. En la versión de noviembre, ese derecho se transformó en libertad. Una libertad centrada únicamente en lo individual sin ningún tipo de visión de conjunto. Para muchos bulliciosos manifestantes resulta más atractivo rellenar el colchón con los billetes verdes antes de que los atesore la yegua, Moreno, los Kirchner y otros demonios construidos por la imaginación mediática. Sin embargo, las medidas restrictivas a la compra de divisas están dando sus frutos. En el tercer trimestre de este año la fuga de capitales disminuyó en un 80 por ciento con respecto al año pasado. Además, las empresas multinacionales redujeron a la mitad la remisión de utilidades a sus casas matrices.
No es poca cosa. En los países europeos, el drenaje parece imparable y las consecuencias deben pagarlas los ciudadanos, sobre los que caen disminución de salarios, despidos y desahucios. Angustias conocidas que no debemos olvidar. Los más padecen la miseria que los angurrientos –los menos- dejan a su paso. La fuga se convierte inevitablemente en deuda y la deuda, en una sangría interminable que sufren los que jamás fugaron divisas. Muchos mandatarios de ese continente –el rey español, entre ellos- comienzan a observar con mayor atención el resurgimiento latinoamericano. Y advierten en este proceso que lo único que puede frenar esa vil y nociva práctica de los capitales financieros especulativos es la presencia del Estado como regulador. "Es una suerte tener un gobierno que ayuda –reconoció CFK la semana pasada- pero tenemos que saber que hay que tener un modelo de gestión para que esa ayuda no sea vista como un privilegio para otros”. Aunque parezca increíble, hay otros que ven como privilegio que haya vagos que vivan a costa de un subsidio. Incomprensión, sea cual sea la circunstancia. In-solidaridad, en definitiva.
In-solidaridad que se manifiesta también en las discusiones por el pago del mal llamado impuesto a las ganancias. Con mala intención, algunos hasta llegan a decir que es un impuesto al trabajo. En otros lugares del mundo –y acá también- se lo conoce como impuesto a los ingresos, uno de los más progresivos que existen, porque paga más el que más gana. Salvo los que están exentos, lo cual es injusto. El reclamo debería estar centrado en eliminar esas exenciones para después poder elevar el mínimo no imponible. Anticipándose al paro del 20, La Presidenta anunció que por única vez, el sueldo anual complementario se cobraría sin los descuentos correspondientes al pago de ese tributo. Pero además, se comprometió a reunirse con la CGT para actualizar los mínimos. Por supuesto, nada dijo de los privilegiados que no pagan este impuesto. Una de las iniciativas más esperadas es el tratamiento de una reforma tributaria en el Congreso, lo que tornaría más progresivo el proyecto de país en curso. Un Estado que recaude más entre los que más tienen y ganan para garantizar una disminución de la brecha.
Pero el próximo paso para avanzar por este sendero está cercano, porque el Estado va a demostrar su razón de ser y su fortaleza en la aplicación de la totalidad de la LSCA. El miércoles pasado Martín Sabbatella, titular de la AFSCA, brindó una conferencia de prensa que quedará para la historia. Puso fin a los rumores, mitos y leyendas en torno al 7D y presentó a la opinión pública el listado de los Grupos que están excedidos en la cantidad de licencias. “Esperamos sinceramente que no haya nadie que no cumpla –confesó el funcionario- La ley es para todos, no hay sociedad democrática en la que alguien elija cuál ley cumplir y cuál no”. Y si no cumple, la autoridad de aplicación actuará de oficio, ofertando las licencias de menor valor, “para no causarle un perjuicio económico al titular”. Hasta de esto se ocupa el Estado, de no perjudicar a los que siempre nos han perjudicado. Porque es un Estado para todos. Una herencia inesperada para alcanzar de una vez y para siempre el país soñado.

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